Una expedicion a Guipuzcoa

XII

AZPEITIA

/167/ Al descender por la magnifica escalinata del santuario de Loyola y cuando tendíamos la vista por aquel valle delicioso que puede llamarse el jardin de Guipúzcoa, el cielo con negras y encapotadas nubes vino á robar algo de su magestuosa belleza á aquel cuadro de amenidad y de fértil dulzura, el mas hermoso que presenta la naturaleza en las provincias Vascongadas. Aquellas nubes, nuncio seguro de una próxima tormenta, nos hicieron conocer la imprevisión con que, cual nuevos Corteses, habíamos quemado nuestras naves , mandando á nuestro conductor que se adelantase con el carruage á Azpeitiaá anunciar nuestra llegada á la dueña del parador. Poco tardamos en renegar de semejante orden , porque aun no nos habríamos alejado veinte varas del magnifico templo, cuando se abrieron las cataratas del cielo y descargó sobre nosotros la lluvia mas nutrida de que en /168/ aquel pais de chaparrones tienen noticia los nacidos. Prácticamente nos ratificamos entonces en una opinión que teníamos formada y que creemos haber emitido antes de ahora, tal es la de que el modo de llover que se usa en el país vasco no se parece al de ningún país del mundo. El agua no se desprende de aquel cielo en mayor ó menor cantidad como en todas partes, sino que cuando llueve como nos llovió a nosotros, el cielo queda completamente unido á la tierra por una masa compacta del agua, que es preciso ir batiendo con los brazos, como si se nadara, para poder dar con dificultad algunos pasos. Si por esta esplicacion han comprendido nuestros lectores el género de chubasco con que nos favoreció la Providencia después de haber visitado la Santa Casa, escusamos decirles como llegaríamos á Azpeitia, después de tres cuartos de hora de baño. Ninguna prenda de nuestro trage pudo sobrevivir á la tormenta, siendo un verdadero milagro que podamos nosotros ser hoy sus cronistas.

Hallamos en el parador de Azpeitia la acogida hospitalaria que se encuentra siempre en todas las casas de aquel país. Nos dirigimos con trabajo á los cuartos que nos habian destinado , y nos sorprendió agradable y consoladoramente el inapreciable hallazgo de un traje completo , inclusa la camisa, con que trató de aliviar nuestra húmeda situación el corazón generoso y galante del dueño del parador. Apresuradamente nos despojamos de nuestro ex-trage habitual, y nos vestimos coa /160/ la ropa de aquel buen guipuzcoano, no sin lamentar que el volumen de su vientre y lo colosal de su talla hiciesen lógica cierta desmesurada anchura en sus pantalones y una estension que no se amoldaban á la pequenez de nuestras formas. Pero el parecer mas ó menos bien era lo que nada importaba en aquellos momentos críticos para la higiene , lo mas apremiante, lo de mayor interés era sentarse á comer, y para sentarse á comer era preciso presentarse vestido, siquiera fuese de máscara.

iQué bien se come en el parador de Azpeitial ¡qué mesa tan limpia, tan elegante, tan bien servida! ¡qué buena elección de manjares, qué multitud de platos, qué escelencia de guisos! Para ser todo completo, hasta ei cocido español, que en casi ningún pueblo de Guipúzcoa se hace con conciencia, es alli un plato de examen. La dueña del parador, viva, limpia, cuidadosa, todo lo sirve, á todo atiende, en todas partes está, es en una palabra, una segunda edición, pero en caracteres mas modernos, porque es mas joven, de la inolvidable doña Antonia del parador de Vergara.

Reparados en lo posible los estragos de la pasada tormenta, cubierta nuestra desnudez y satisfecho nuestro apetito, salimos á uno de los balcones del parador para ver si, desahogada la celeste cólera con el chaparroncito de la mañana, nos dejaba una tarde serena y bonancible para recorrer las calles de Azpeitia y visitar los baños de Cestona. Pero vana esperanza! /170/ el cielo cubierto de un ceniciento color, por todas partes y para muchas horas anunciaba agua y agua estaba cayendo en aquellos momentos, aunque con mas moderación que cuando salimos del santuario.

A despecho del temporal, nos decidimos á saludar la villa. Situada esta en el fértil y pingüe territorio que hemos procurado describir, no funda solo su importancia y su celebridad en la peña de Itzarritz y en el santuario de Loyola, sobeibios monumentos de la naturaleza y del arte que se hallan en su término; su riqueza, su población, su industria, los objetos que'encierra la hacen digna del honor de haber sido en tiempos antiguos una de las cuatro villas en que residía la diputación foral, y de ser hoy una de las diez y ocho en que se celebran juntas generales. La industria que ocupa mas brazos y que entretiene alli los mejores capitales, es la de las ferrerias, que si bien no dan, como hace dos siglos, el producto anual de 60,000 pesos fuertes por 11,000 quintales de hierro que se labraban y trasportaban á Castilla, Andalucía y América, producen lo bastante para proporcionar alimento á algunos capitales y trabajo á muchos azpeitianos.

Empezamos nuestra revista, como era natural, por la iglesia, y visitamos la parroquia de San Sebastian de Soreasu, que es sin disputa una de las mas grandiosas de la provincia. Consta de tres grandes naves cuyas bóvedas sientan sobre ocho altas columnas, y encierra en una de las capillas que están á los /171/ pies de la iglesia la pila en que fué bautizado San Ignacio. A la izquierda del altar mayor hay una buena capilla con su órgano, y que es servida por capellanes que no pertenecen a la parroquia. En ella se vé el modesto sepulcro de un guerrero que es el fundador de la capilla. Nos aproximamos á leer su nombre y quedó satisfecha nuestra curiosidad al saber que aquella tumba contenia los restos de don Nicolás Saez de Elola, capitán del ejército del Perú cuando su conquista. íbamos á salir de la capilla sin encontrar en ella otra cosa notable, cuando se descorrió la cortina que cubria el altar y vimos la magnífica estatua de San Ignacio, de plata maciza, que corresponde al santuario de Loyola. Los aficionados á la plata la contemplan siempre con entusiasmo, y sin parar la atención en su belleza artística, preguntan con afán las arrobas que pesa. A propósito de este entusiasmo que produce la contemplación de la efigie, cuéntase que un año después del convenio de "Vergara, al visitar este templo un hombre público apreciabas, á quien debe la causa constitucional importantes conquistas, al ver la imagen maciza de San Ignacio, esclamó con mal comprimido dolor: Qué lástima! ¡qué lástima! Preguntáronle los que le acompañaban que porqué se condolía del santo, y con la franca sinceridad de un buen patricio contestó, si no miente la crónica: !Ah! me conduelo de no haberle conocido antes, y de no haberle tenido mas cerca y en pais mas tranquilo, porque convertido en pesos duros nos hubiera servido de alijo cuando los /172/ apuros de la guerra civil. Estas palabras tal vez sean apócrifas, nosotros solo podemos decir que se las oimos al sacristán de Azpeitia, pero basta consignarlas aquí, falsas o verdaderas, que de ello no respondemos, para que nuestros lectores conozcan que el que las pronunció ó al que falsamente se le atribuyen no es otro que don Juan Alvarez Mendizabal.

 Al salir de la iglesia admiramos su suntuosa , rica y elegante portada , en la cual se emplearon los mas bellos mármoles de aquel país, tan fecundo en mármoles y en jaspes. Las tres calles de la población son rectas; están empedradas con esmero y perfectamente iluminadas de noche con faroles de reverbero. Las embellecen algunos buenos edificios, siendo uno de los mas notables de la villa la casa del señor Emparan, situada al Sur pasado un puente y cerca del convento de religiosas franciscas dé la Concepción. Este convento solo ¡e vimos por fuera, pues si bien intentamos penetrar en él, llamando al efecto en la portería, después de haber dado algunos aldabonazos medio se entreabrió la puerta y apareció el rostro de un sacerdote que nos dijo rápidamente y como quien desea deshacerse de visitas importunas: ahora no puede ser, estoy ocupado con las madres. Desistimos, pues, de nuestro propósito, respetando la ocupación del buen eclesiástico, que por cierto, como supimos mas tarde, era muy propia de su santo ministerio, pues que estaba empezando á confesar á todas las religiosas, /173/ y como eran bastantes, tenia tela cortada para un buen rato.

Pasamos por una hermosa plaza donde está el juego de pelota, que es de los mejores de la provincia. En el testero de la plaza nos lamo la atención un gracioso monumento, que al mismo tiempo que embellece aquel sitio, presta un útilísimo servicio a los habitantes de Azpeitia. Es una fuente y un lavadero. La fuente es de una elegante sencillez, toda de mármoles de Iztarritz : en el cuerpo del centro están los caños y á los lados hay dos puertas de bella forma que dan paso al lavadero, corrido y estenso como un gran estanque y en el cual penetran para lavar las muchachas, levantándose graciosamente las sayas y tomando un baño de medio cuerpo mientras dura la faena. Esta obra tan hermosa y tan útil se debe á la generosidad de don José Javier de Olazabal, opulento indiano, hijo de aquel pueblo; siendo digna de aplauso, porque prueba el cariño que alli tienen todos á su pais, esa obligación en que se creen los ricos de destinar parte de su peculio al socorro, á la comodidad ó al embellecimiento del pueblo en que han nacido.

Visitamos, por último, una de las ferrerías de primer Orden y la fábrica de mármoles de Azpeitia de tan general y justa nombradla. Cada una de ellas en su género pueden presentarse como modelos. En la última tuvimos ocasión de ver un precioso velador de mármol de Itzarriz que se estaba construyendo para nuestra Reina. /174/ Pero el tiempo, que si siempre corre con harta velocidad, aun vuela mas cuando están los ojos y la imaginación agradablemente entretenidos, nos iba á indicar , si no lo hubiera hecho con laudable celo el mayoral del coche, que ya habia trascurrido la mitad de la tarde y como teníamos el proyecto de pasar a Cestona, procuramos aprovecharlas pocas horas de luz que nos quedaban para visitar á aquel famoso y aristocrático establecimiento de baños.. .