Una expedicion a Guipuzcoa

IX

CASA DE MISERICORDIA DE SAN SEBASTIAN

/143/ Entre los templos levantados por la caridad cristiana á la beneficencia pública, pocos compiten, ninguno tal vez escede en belleza, en suntuosidad, y en buen orden á la Casa de Misericordia que está situada fuera de las murallas de San Sebastian. Fundada sin escasear recursos por la filantrópica caridad de una señora, natural de aquella ciudad y que murió en América, mas que un albergue de desvalidos, parece la Casa de Misericordia un palacio de potentados. Su forma esterior, su bonita fachada principal, sus graciosas columnas, todo revela que a su construcción ha presidido el mejor gusto, y que alli no solo se compadece, sino que hasta se mira con respeto la desgracia. Penetrando por el elegante pórtico se descubre en el patio del edificio un ameno jardin con su bella fuente y estánque /144/, en el centro, una vastísima galería de arcu> en sus cuatro frentes, y sobre e.-la otra galería en forma de terrado y á que dan salida las habitaciones del piso principal.

Apenas pisa un forastero los umbrales de aquella casa, sale á su encuentro la madre directora, verdadero tipo de caridad evangélica, de amabilidad social, de fraternal dulzura. La blancura nitide de sus tocas, al propio tiempo que realza su tranquila, sana y agradable fisonomía, infunde hacia su persona un respeto simpático. Con la bondad mas encantadora, acompaña á los curiosos, les enseña todos aquellos vastos salones, les esplica el objeto de cada uno, entra en detalles sobre las ventajas de la cocina económica, les muestra el magnifico lavadero, la espaciosa huerta, el criadero de sanguijuela»', la escuela, los talleres, la capilla, los comedores, los hornos de pan, todo, en fin, lo que aquella casa contiene, y en todos y cada uno de estos departamentos se admira el orden mas severo, la inteligencia mas sutil, la economía mas estricta, la limpieza mas esmerada. Una junta, de que forman parte los caballeros mas respetables y de mas brillante posición de San Sebastian, está al frente de esta casa, cuyo régimen interior dirige , por delegación suya, la madre directora.

Una idea en alto grado consoladora asalta la imaginación de los que visitan la casa de Misericordia. En la mayor parte de los pueblos de España, en la misma capital de la monarquía, al recorrerlos establecimientos de /145/ beneficencia donde se da asilo al pobre y al enfermo, por mucho que sea el orden que en ellos presida, se compadece la pobreza y senos presenta revestida de los mas negros colores la idea de exhalar en un hospital nuestro último aliento. Alli no ocurre á nadie esa idea; alli al atravesar aquellos espaciosos salones, claros y ventilados, al ver aquellas camas tan limpias y tan cómodas, al observar aquellos asistentes tan solícitos, lejos de compadecerse la pobreza, nos atreveremos á decir que se la envidia, sí en corazones cristianos pudiera caber ese sentimiento tratándose del consuelo de los desgraciados. Hemos aventurado esa frase para hacer comprender á aquellos de nuestros lectores que no hayan visitado la casa de Misericordia, hasta qué punto estarán alli cuidados los acogidos. Baste decir para formar una idea cabal del establecimiento, que la persona de mejor fortuna, si pudiera prescindir del tierno interés de su familia querida, encontraria alli una asistencia mas esmerada si cabe que la que pudieran prestarle en su propia casa.

En cuatro grandes salones están divididos los acogidos. El primero para los varones ancianos y adultos, el segundo para las mugeres, el tercero para los muchachos, y el cuarto para las niñas. En cada una de estas salas hay de treinta á cuarenta camas, cubiertas con elegantes colchas de percal francés. Cuatro rasgadas ventanas, dos en cada testero de la sala, al mismo tiempo que facilitan una hermosa luz, renuevan á cada momento el aire y /146/ tienen ventilada la habitación. En los pisos bajos están otras salas de igual estension, y aun mas ventiladas, que sirven de enfermerías. En estas se hallan consultadas hasta las leyes del pudor y de la decencia, y los enfermos pueden descender del lecho sin ser vistos de sus vecinos mas próximos.

El salón del comedor es no menos espacioso. El espectáculo que ofrecen en el momento de estar sentados álamesa los acogidos, es en estremo curioso y agradable. Está dividida la sala por una verja en dos mitades perfectamente iguales. En la primera, según se entra, hay una larga mesa á la derecha, donde se sientan las niñas; en la que le da frente á la izquierda están los muchachos traviesos y juguetones, que hablan y rien apenas se aleja la madre directora. En la otra parte de la sala se ven otras dos mesas prolongadas en la misma dirección, sentándose á la de la derecha las mugeres, y á la de la izquierda los hombres. Todos los acogidos tienen su cubierto, su servilleta y su vaso de hoja de lata; pero los ancianos de uno y otro sexo y los jóvenes que trabajan en los talleres, tienen dos vasos, uno de los cuales está lleno de vino; justa y merecida preferencia con que en aquella santa casa se honra la edad y se recompensa y estimula la aplicación. En el centro del comedor hay una tribuna á la cual sube el muchacho que tiene aquella semana el cargo de lector, á leer á sus compañeros durante la comida algún pasage de los libros sagrados. La comida es /147/ siempre de dos platos, y en dias solemnes suele componerse de tres.

 Al anochecer, y antes de cenar, se reúnen todos los acogidos en la capilla donde se reza el santo Rosario y se canta la letanía.

Después de recorrer detenidamente todas las dependencias del establecimiento, de pasear por el jardín y por la hermosa y fertilísima huerta, donde se crian las calabazas mas colosales del mundo, íbamos á despedirnos dé la madre directora y á darla las gracias mas sinceras por su bondadosa amabilidad, cuando nos detuvieron en las galerías tres mugeres, ya ancianas, una de las cuales se reia á carcajadas de nosotros, al paso que las otras dos parecían muy irritadas y nos dirigían algunas palabras en vascuence que no entendíamos. La madre directora nos dijo que la una era simple y las otras dementes. Movidos de curiosidad rogamos á un amigo del pais que nos vertiese á nuestro idioma lo que decían las locas, y por él supimos que la interpelación que nos habian dirigido gruñendo y como enfurecidas, estaba reducida á decir «que después de habernos hecho ricos, con lo que las habíamos quitado, nos íbamos de su casa sin saludarlas siquiera porque eran pobres.» Cuantos visitan el establecimiento, si tropiezan con estas dos infelices locas, son saludados con el mismo agasajo.

Con motivo de este encuentro, nos refirieron una historia lamentable. No pasan de cinco las dementes acogidas en aquella casa, /148/ pero entre ellas hay una que no vimos, porque no la vé nadie, que escita la mayor compasión. Es una señora, de la mas fina educación, acostumbrada á todos los goces de una posición opulenta, á quien una desgracia en sus intereses ha trastornado la razón. Esta desgracia no creemos que ha llegado á reducirla a la miseria, pero ha sido mas que suficiente para volverla loca. Ocupa una de las habitaciones mas elevadas de la casa, y permanece hace ya muchos años con la vista fija en una ventana que dá al puerto y desde !a cual se descubre el mar. En esta postura pasa los dias, triste siempre, desesperada unas veces, llorando otras ; su rostro desfigurado por el dolor, solo recobra de tarde en tarde su primitiva animación, entonces vuelve la sonrisa á sus labios, y grita y rie y llora y salta de alegría. Esta maravillosa trasformacion tiene lugar apenas divisa por el horizonte del mar un buque de vela de los que se dirigen á San Sebastian. Entonces la pobre loca se enloquece de júbilo. Ese buque, según ella, trae á bordo su esperanza, su fortuna, su felicidad. Ni un momento le pierde de vista, le saluda con su pañuelo blanco y á medida que se aproxima al muelle, es mas estrepitoso y mas intenso su placer. Ya llegó al puerto, ya está anclado, la pobre loca se reputa feliz. Pregunta uno y otro dia con descompasadas voces por el capitán, dice que él tendrá deseos de verla para informarla del estado de sus intereses, y el capitán no llega nunca. ¡Infame! esclama /149/ la infeliz cuando ya pierde la esperanza, todos se han conjurado contra mí. Esta triste historia nos conmovió hondamente. Sin duda la demencia de aquella señora tiene su origen en alguna desgracia marítima, en algún naufragio, en algún buque perdido, depositario inseguro de su fortuna. Compadecimoslacomo merecía por su infortunio, y nos retiramos suplicando al cielo que la luz de la razón volviera pronto á iluminar la estraviada mente de aquella desventurada señora.