Geografia de Guipuzcoa

Geografía de Guipúzcoa

Serapio Mugica Zufiria (1854-1941)


 

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Guipúzcoa (1918)

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SEGUNDA PARTE

GEOGRAFÍA POLÍTICA

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/550/

VI

 HISTORIA

 

Difícil se hace precisar de una manera cierta y positiva desde cuando empezó a aplicarse el nombre de Guipúzcoa al territorio que hoy conocemos con esa denominación y cual era la extensión que en un principio abarcaba.

Dícese que allá en los primeros siglos de nuestra Era y en tiempos en que Roma había extendido su imperio por casi todas las regiones del mundo. Guipúzcoa estaba habitada por gentes de tres tribus o familias o pueblos distintos: los vascones, los várdulos y los caristios. Recogiendo las opiniones más autorizadas acerca del territorio ocupado en Guipúzcoa por cada uno de los tres pueblos indicados, podemos señalar los límites que corresponden a cada uno de ellos, consignando que la Vasconia, o sea la parte habitada por los vascones, comprendía la raya de Francia hasta San Sebastián; la Vardulia, desde San Sebastián hasta el río Deva, y la porción de los caristios, desde este río hasta el límite de Vizcaya.

Se ha visto una supervivencia de esta división antiquísima en la división eclesiástica del mismo territorio, que perteneció a las diócesis: de Bayona la parte asignada a Vasconia, de Pamplona la de Vardulia, y de Calahorra la de los caristios; y hasta se ha hecho notar la visible concordancia de esta división eclesiástica con la división lingüística, pues se da el caso de que los pueblos que dependieron del obispado de Bayona hablan el dialecto alto-navarro septentrional; los que estuvieron adscritos al obispado de Pamplona el dialecto guipuzcoano, y los que formaron parte del obispado de Calahorra el dialecto vizcaíno. Quede consignada esta observación por lo que pudiera conducir a la aclaración del probiema.

Pero sea cual fuere el valor que en definitiva haya de concederse a estas hipótesis, no hay memoria ni rastro ninguno de que en épocas tan apartadas de nosotros, este territorio llevase el nombre de Guipúzcoa ni otro que pueda considerarse como homónimo o equivalente. La forma en que primeramente aparece escrito este nombre es Ipúzcoa; así en el famoso privilegio de los /551/ votos de San Millán, atribuido al Conde de Castilla Fernán González; así en una escritura del rey Don Sancho el Mayor de Navarra sobre la demarcación del obispado de Pamplona, expedida en 1027; así en la donación hecha por el rey de Navarra Don Sancho el de Peñalén al monasterio de Leire en 25 de Junio de 1066. En otras escrituras y en la Crónica general de España, que se compuso bajo los auspicios de Alfonso el Sabio, la denominación que ostenta no es lpúzcoa, sino Lipúzcoa; pero cabe fácilmente que sea error de oído al escuchar el nombre o error de copia al transcribirlo. Más adelante se generalizó ya el de Guipúzcoa con que viene siendo conocida esta agreste y reducida porción del país vasco.

Cual fuese su organización social y política en la primera parte de la Edad Media no se sabe a ciencia cierta. Lo que sí puede asegurarse, con el testimonio de la historia, es que gozó de independencia, y que sin perderla se agregó en determinadas circunstancias y mediante ciertas condiciones a Navarra. Así aparece Sancho el Sabio concediendo fuero de población a San Sebastián.

Hubieron de surgir desavenencias entre guipuzcoanos y navarros, nacidas quizás de las mutuas prendarias de ganados y de otras depredaciones que se hacían los que vivían en las fronteras de uno y otro pueblo, y acerca de las cuales tan interesantes datos exhuma don Arturo Campión en su Gacetilla de la Historia de Navarra y Guipúzcoa en el año de 1200, y reinando en Castilla Alfonso VIII se unió voluntariamente a este reino, pero a condición de que había de respetársele sus fueros y libertades y las leyes que a sí propio se había dado, engendradas por la experiencia y cristalizadas en forma de costumbre. Mucho tiempo se tardó todavía en consignarlas y ordenarlas por escrito.

Vidriera del Palacio de la Diputación de Guipuzcoa

Vidriera del Palacio de la

Diputación de Guipúzcoa, con la

 jura de los fueros por Alfonso VIII

No hay duda que a este convenio precedió un pacto, pues no iba a entregarse la Provincia incondicionalmente al Monarca castellano, no habiéndose verificado dicha incorporación por derecho de conquista, sino voluntariamente, como se podría comprobar con muchas citas de documentos expedidos por diferentes reyes, en las que prevalece siempre la condición expresada. Lo que no se sabe es si ese pacto fue verbal o escrito. Cuantas diligencias se han practicado por la Provincia en todos tiempos para el descubrimiento de un documento tan importante y que puede considerarse como la base de su existencia política, han sido de todo punto ineficaces. En el año 1655 se /552/ llegó a ofrecer un premio de 4.000 ducados al que lo presentase, y se practicaron serias investigaciones en el archivo de Simancas y en la iglesia cátedra de Santo Domingo de la Calzada, infructuosamente. Unos años después, o sea en 1664, se presentó en las Juntas de Cestona por don Antonio Lupián de Zapata, cronista de S, M., un titulado documento de agregación de Guipúzcoa a Castilla, que aquel Congreso lo rechazó por no revestir suficientes garantías de legitimidad, de cuya opinión han sido también los escritores que se han ocupado después del tal papel, hallándose contestes todos en que era apócrifo.

Desechada de esta manera la autenticidad de la titulada escritura de agregación y no habiendo noticia de la existencia de ninguna otra, es de presumir que el convenio de anexión celebrado entre Guipúzcoa y Castilla fuese verbal, y que en él se estipulase que a la Provincia se guardarían los fueros, usos, costumbres y exenciones, en cuya posesión se hallaba por entonces, según se ha venido cumpliendo desde los tiempos más lejanos.

Hay que tener presente que Don Alfonso VIII tenía a la sazón gran interés en poseer a Guipúzcoa a causa de los derechos que tenía al Ducado de Gascuña, por cesión que hizo a Doña Leonor, su mujer, Don Enrique II de Inglaterra. Con la ocupación de esta Provincia se ponía en contacto con aquel Ducado, y podía penetrar en él y conquistarlo, mientras que de otro modo se le dificultaba extraordinariamente el paso por este territorio. Nada tenia por consiguiente de extraño, aparte de otras muchas consideraciones que omitimos por brevedad, que el Monarca castellano hiciera toda clase de concesiones a Guipúzcoa en el acto de su anexión por tenerle propicia y favorable.

Esta unión voluntaria de Guipúzcoa a Castilla trajo como consecuencia el que se exacerbasen los ánimos y las luchas entre guipuzcoanos y navarros. Sobre la voz de la raza que llamaba a la unidad se levantaban los clamores particularistas que pedían guerra, aunque esta guerra fuese fratricida. Las peleas entre unos y otros fueron continuas y duraron largos años y aún siglos: la sorpresa de Beotibar y la quema de Berastegui en el siglo XIV fueron episodios de esta lucha, más resonantes que otros muchos, pero no más significativos.

Pero el ardor belicoso de los guipuzcoanos no sólo se manifestaba al exterior de las contiendas que sostenía en la frontera de Navarra. También el mar era teatro de sus hazañas y campo abierto a su heroísmo. A todas las costas del mundo conocido llegaron las naves tripuladas por hijos de nuestra costa, ya en persecución de las ballenas, ya conduciendo productos de unas tierras a otras. Así llegaron al Norte, y desde el siglo XIV tuvieron los vascos factorías en La Rochela y eh Brujas y lucharon con el poder marítimo de los ingleses, a cuyos barcos disputaron el dominio de los mares que se extienden entre las Islas Británicas y el Continente europeo. Así atravesaron el Mediterráneo, recorrieron el litoral de Grecia y no pararon hasta los últimos /553/ senos del mar Negro y hasta el propio mar de Azof, en donde había en el año 1391 una colonia de mercaderes vascos que ge dedicaba al comercio de Oriente.

Esta participación suya, tan activa e influyente, en la vida marítima, unida a la proximidad de los dominios del Rey de Inglaterra, que por aquella época abarcaban toda la Guinea y alcanzaban hasta Bayona, les trajo no pocas discordias y cuestiones con los súbditos de aquellos monarcas.

En la Sección Histórica de los Archivos Nacionales de París se conservan documentos que prueban los auxilios que Felipe, rey de Francia, recibió de los pueblos de la costa cantábrica, contra el Rey de Inglaterra y el Conde de Flandes, entre cuyos papeles se hallan los. poderes otorgados en Abril del año 1297 por los Concejos de San Sebastián y de Fuenterrabía a sus procuradores -extendidos en pergamino con los sellos de plomo pendientes, los cuales, por su mucha antigüedad, los reproducimos-'para que concertasen en la Junta de Castro Ordiales las ordenanzas o pactos que el citado Monarca francés proponía.

Sello del concejo de San Sebastián (1297)

Sello del Concejo de San Sebastián (año 1297)

 

Unas veces se resolvieron esas discordias por la fuerza de las armas, como eD Winchelsea, en que fueron derrotados los guipuzcoanos; otras veces por tratados de paz y amistad, de que hay testimonios solemnes y cumplidos en la colección Rymer, discretamente utilizada por don Pablo de Gorosábel en su laureada Memoria sobre las guerras y tratados de Guipúzcoa con Inglaterra en el siglo XIV.

El primer tratado de treguas de que tenemos noticia se 'celebró en Londres el I,O de Agosto de I 35 I, entre los representantes de Castro Urdiales, Bermeo y Guetaria por un lado, y Roberto de lberle, Andrés Osford y Enrique Pycard en nombre del rey Don Eduardo III de Inglaterra, por el cual se establecía /554/ una tregua de veinte años por mar y por tierra entre todos los súbditos ingleses, menos los de Bayona y Bearriz, que la hicieron en particular por cuatro años, y los del Rey de Castilla y Condado de Vizcaya. Esta concordia fue celebrada por los pueblos de la marina de Guipúzcoa y por los otros sin previa real licencia, por cuya razón ]a solicitaron en las Cortes celebradas el mismo año por el rey Don Pedro en Valladolid. La petición sexta y la respuesta de S. M. fueron en esta manera: « A la que me pidieron por merced en razón de la tregua que fue puesta por el Rey de Inglaterra e los de las marismas de Castilla, de Guipúzcoa e de las villas de Vizcaya que me pluguiese ende: a esto respondo que me place e que la tengo por bien».

A este tratado de treguas siguió otro de paz perpetua, amistad y benevolencia, el cual se celebró en la iglesia de Santa María de Fuenterrabía el martes 29 de Octubre de 1353. Concurrieron a este acto los representantes de Bayona y Bearriz de una parte, los de Castro Urdiales, San Sebastián, Fuenterrabía, Guetaria, Motrico y Laredo de la otra.

Sello del concejo de Fuenterrabía (año 1297)

Sello del Concejo de Fuenterrabía (año 1297)

Aunque no consta que se hubiere celebrado tratado alguno entre Guipúzcoa e Inglaterra durante el reinado de Don Enrique IV de Castilla, por la R. C. expedida por el Monarca de aquella nación en Westmister a 19 de Diciembre de 1474, se 'viene en conocimiento de que le hubo y de que estuvo en observancia en todo el reinado de este monarca. Por la citada R. C. manda el Rey de Inglaterra que se indemnizasen los daños causados a los marineros y mercaderes guipuzcoanos por los súbditos ingleses, contraviniendo a la paz y amistad asentadas. Los perjuicios causados hasta el año 1472 se fijaron en 5.000 coronas de a 3 sueldos y 4 dineros de la moneda inglesa cada una. Apreciáronse en otras 6.000 coronas los causados desde entonces hasta el 28 de Mayo de 1474.

Otro tratado se llevó a cabo en Londres el 9 de Marzo de 1482, entre los representantes de la provincia de Guipúzcoa, que llevaban la autorización de /555/ la Junta de Usarraga y la de los Reyes Católicos, y los apoderados del Rey de Inglaterra, pactando amistad y buena inteligencia por tiempo de diez años.

Si todavía quedase alguna duda acerca de la unión voluntaria de Guipúzcoa a Castilla, estos tratados constituyen la prueba más decisiva de que la unión realizada en los días de Alfonso VIII fue voluntaria y ajustada a determinados pactos y condiciones. De no ser así, de haber sido Guipúzcoa conquistada por la fuerza, no se la había de autorizar dos siglos y medio más tarde a concertar por sí tratados como el que antes queda recordado.

En un resumen sintético y sumarísimo como éste no se pueden citar por menor los hechos más salientes de cada época, porque ello exigiría largas páginas y la descripción geográfica tomaría color y aspecto de investigación histórica. Pero no se puede omitir que, desde el siglo XIII, comienzan a constituirse en Guipúzcoa centros de población y aumentarse el número de villas, cuya fundación es estimulada por los reyes y favorecida con privilegios y ventajas que moviesen a las gentes a ir a morar en ellas. Cuando y como se fundó cada una de estas villas, no hay porque decirlo aquí, puesto que lo hemos de consignar en la descripción de cada una de ellas.

Sólo apuntaremos la sumisión voluntaria realizada por algunos lugares de la Provincia, agregándose a diferentes villas en virtud de escrituras de concordia en que se estipulaban las condiciones en que se hacia la unión. A pesar de esta anexión, conservaron los lugares su demarcación territorial, la propiedad y goce de los montes, sus concejos y administración económica particular. Adquirieron además los fueros, franquicias, exenciones y demás derechos políticos que gozaban las villas a que se agregaban y cuyos vecinos llegaban a ser. Aseguraron al mismo tiempo la protección y defensa de las villas, que en aquellos anárquicos tiempos eran bienes muy apreciables. A su vez las villas aumentaban con esta anexión en honor y reputación, y crecía su representación en las Juntas de la Provincia. Los lugares que en la forma expresada se agregaron a la villa de Tolosa, entre los años de 1374 y 1392, fueron los de Abalcisqueta, Aduna, Albiztur, Alegría, Alquiza, Arzo, Amasa, Amezqueta, Anoeta, Asteasu, Baliarrain, Belaunza, Berastegui, Berrobi, Cizurquil, Elduayen, Gaztelu, Hernialde, Ibarra, Icazteguieta, Irura, Leaburu, Lizarza, Oreja y Orendain. La Universidad de Andoain hizo igual sumisión a la misma villa de Tolosa el año 1475.

A la villa de Segura se unieron los lugares de Astigarreta, Cegama, Cerain, Gaviria, Gudugarreta, Idiazabal, Legazpia, Mutiloa y Ormaiztegui, en virtud de concordias celebradas el año de I 384.

A la villa de Villafranca se agregaron los lugares de Alzaga, Arama, Ataun; Beasain, Gainza, Isasondo, Legorreta y Zaldivia, por escritura de 8 de Abril de 1399.

A consecuencia de la fundación de la villa de Villa-Real de Urrechua, se agregaron a la vecindad de la misma las colaciones de Zumarraga y Ezquioga, /556/ por escritura de 11 de Diciembre de 1383 la primera y por la de 29 de Octubre de 1385 la segunda. Más tarde, por R. P. de 15 de Julio de 1405, quedaron los tres pueblos sometidos a la jurisdicción de Segura.

Todas estas concordias celebradas entre los lugares y las villas tuvieron que ser confirmadas por los reyes de Castilla para que tuvieran validez.

En la creación y fomento de las villas intervinieron varias causas: ya la necesidad de constituir centros de población a lo largo de la frontera de Navarra; ya la de levantar, con la constitución de municipios de alguna importancia:, un poder robusto y nacido del mismo país que tuviese a raya las demasías de los banderizos que, divididos en las parcialidades oñacina y gamboina, pretendían asolarle. Lo que se derramó de sangre guipuzcoana en estas desdichadas contiendas es incalculable. y a pesar de la resistencia con que en algunos pueblos tropezaban, fue tan grande la osadía de los cabezas de bandos, que los señores de las principales casas fuertes lanzaron un cartel de desafío contra las villas, y don Beltrán de Guevara, señor de Oñate, quemó la villa de Mondragón en el año de 1448. El mal iba siendo tan grave y tan hondo, que fue menester adoptar radicales y enérgicos remedios. Ya para entonces llevaban más de medio siglo de existencia legal las ordenanzas de la Hermandad Guipuzcoana, acordadas en la célebre Junta general que se verificó el 6 de Julio de 1397 en la iglesia de San Salvador de Guetaria, bajo la presidencia del famoso corregidor doctor Gonzalo Moro. Pero no bastaba que se dictasen unas ordenanzas severísimas, ajustadas en su draconiano rigor a la importancia de los males a que se trataba de poner remedio. Era menester cumplirlas, cosa que no era tan fácil cuando la prepotencia de los banderizos podía permitirse el lujo de desafiar a los mismos encargados de velar por su ejecución. Se hacía preciso disponer de una fuerza superior a la de los jefes de las parcialidades y anular la influencia de éstos, que se desenvolvía en un sentido malsano y perturbador. A satisfacer este deseo vino Enrique IV, que, en 1457, extrañó a frontera de moros a los caudillos principales y mandó que se allanasen las casas fuertes de Olaso, en Elgoibar; de Lazcano, en el Concejo de su nombre; de Leyzaur, en Andoain; de San Millán, en Cizurquil; de Murguía, en Astigarraga; de Gaviria y de Ozaeta, en Vergara; de Zaldivia, en Tolosa; de Astigarribia, en Guetaria; de Zarauz, en Zarauz; de Berastegui, en Berastegui; de Alcega, en Hernani; de Achega, en Usurbil, y algunas más. Esta medida fue salvadora, pues si bien todavía retoñaron o pretendieron retoñar las antiguas turbulencias, fueron sofocadas sin grande esfuerzo y se restableció la tranquilidad.

Cualesquiera que sean las manchas que, por sus desventuras o sus defectos, obscurecen los anales del reinado de Don Enrique IV, no puede negarse que su actuación en Guipúzcoa fue beneficiosa y favorable en alto grado. Reconociéndolo así la Provincia, adoptó, en tiempo de este Monarca, el escudo que ostenta como primera figura el Rey sentado en el trono con la espada /557/ levantada en la mano derecha, que es de creer no aludiera directa y personalmente a monarca alguno, sino a la potestad suprema encargada de regir y hacer cumplir el fuero; pero de existir referencia individual, ésta correspondería con plena justicia al propio Don Enrique. En el cuartel inferior, sobre ondas del mar, colocáronse tres árboles, emblema a la vez de los tres partidos en que se hallaba dividida la Provincia y de las Juntas generales que por tanda habían de celebrarse en ellos. Así se mantuvo hasta 1513, en que la adición del cuartel con los doce cañones, concedidos por la reina Doña Juana a consecuencia de la victoria obtenida por los guipuzcoanos en Diciembre de 1512 en Belate (Navarra), vino a perturbar la unidad del símbolo, relegando a un lado al Monarca de Castilla que antes abarcaba bajo su manto el espacio todo de los tres árboles.

Escudo de Guipuzcoa

Escudo de Guipúzcoa

También fue Don Enrique el que implantó la costumbre de incluir en los encabezamientos de los documentos reales el título de Rey de Guipúzcoa, juntamente con el de Castilla, de León, etc. , dictado que siguió observándose en su reinado y en el siguiente de los Reyes Católicos, como se comprueba con muchos documentos que existen en el Archivo provincial de Tolosa (248).

Al restablecimiento de la paz contribuyó también otro acontecimiento de magnitud extraordinaria, que tuvo una influencia profundísima, no sabemos si todavía suficientemente estudiada en la vida de Guipúzcoa: el descubrimiento de América. La fuerza que antes se desfogaba luchando contra el hermano, se desfogó luchando con los elementos, atravesando mares inmensos /558/ en barcos de escaso tonelaje y de muy débil resistencia, y penetrando en selvas inmensas e inexploradas. Con las riquezas de América se transformó la vida material en Guipúzcoa, y hasta el régimen de alimentación y el sistema de cultivo. De América se trajo el maíz, y con eso está dicho todo par quienes saben la importancia capital que el maíz tiene en la agricultura guipuzcoana y en la nutrición de nuestros campesinos.

Transformóse también por otros motivos la vida social en Guipúzcoa pues anexionado el Reino de Navarra a su Corona por los reyes de Castilla Aragón y extinguidas las guerras de bandos, ya no fue necesaria como ante la constitución de municipios robustos y de grandes núcleos de población y se dio la aparente anomalía de que, cuando en todas partes imperaba el Renacimiento favorable a la centralización, aquí se acentuasen y cobrasen vigor las tendencias descentralizadoras, un tanto amortecidas durante la Edad Media, en que aquéllas se sacrificaban ante la necesidad de unirse y agruparse para poder vivir con relativa tranquilidad y calma.

En su consecuencia algunos de los lugares anexionados a las villas se fueron segregando en distintas épocas, a pesar de la fuerte oposición que  hacían las villas, y el núcleo de ellos se separó en virtud de la R. C. de 4 de Febrero de 1615.

Entonces empezaron también nuestros mayores a intervenir con mucho mayor empuje y decisión en la vida de la monarquía española, y aún de la misma Iglesia española. Lo decimos, porque desde el siglo XVI comienzan a figurar en gran número los guipuzcoanos en los consejos y en las secretarías de los reyes, y a ocupar las sillas episcopales establecidas en las diversas regiones de la Península Ibérica. Si el carácter de esta exposición compendiosa y sintética no nos lo impidiera, demostraríamos nuestro aserto con la evocación de los nombres de obispos y de secretarios guipuzcoanos, que más de una vez han llamado nuestra atención. Podríamos citar, entre las eminencias eclesiásticas, a don Francisco de Avila y Muxica, cardenal de Roma, descendiente del pequeño lugar de Gudugarreta. Don Juan Isasi é Idiáquez, natural de Eibar, que murió electo cardenal de Roma. Don Cristóbal de Roxas y Sandoval, que nació en Fuenterrabía en 1502 y fue arzobispo de Sevilla en 1571. Fray Juan de Espila, arzobispo de Matera, en Nápoles, natural de Vidania. El maestro don Andrés de Ayardi, arzobispo de Brindez, en Nápoles, natural de Vergara. Fray Andrés de Ubilla, obispo de Chiapa, en la Nueva España, natural de Eibar. Domingo Idiáquez, arzobispo de Brindez, natural de Azcoitia. Fray Juan de Alzolaras, patriarca y obispo de Canarias en 1564. Diego de Alzega, obispo de Córdoba en 1561, natural de Urrestilla. Don Sebastián de Lartaun, obispo de Cuzco, en el Perú, natural de Oyarzun. Don Juan de Zuazola, obispo de Astorga en 1589, natural de Azcoitia. Fray Juan Esteban de Urbieta, obispo de Telesi, en Italia, que murió en Madrid en 1595, natural de Hernani. Fray Francisco de Tolosa, obispo de Tuy en 1601, natural de Larraul. Fray Martín Ignacio de Loyola y Mallea, obispo de Paraguay , natural de Azpeitia o Eibar. Fray Esteban de Alzua, obispo en Cuba, natural de Eibar. Juan, Bautista de Aramburu, obispo de Ceuta, natural de Tolosa. Fray Domingo de Alzola. obispo de Guadalajara, en la Nueva España, natural de Alzola...

Relieves conservados en el Archivo de Tolosa

Altos relieves que se conservan en el Archivo provincial de Tolosa.

Los tres primeros representan las batallas entre Cántabros y Romanos,

y el cuarto la de Belate

 

Don Pedro de Lizaola, obispo de Tripol, natural de Motrico. pon Antonio de ldiáquez, obispo de Segovia en 1613, natural de Tolosa. Don Martín de Zurbano, obispo de Tuy en 1516, natural de Azpeitia. Don Fernando de Uranga, /560/ obispo de Cuba, natural de Azpeitia. Don lñigo de Brizuela, obispo de Segovia, natural de Tolosa. Don .Pedro Apaolaza, obispo de Barbastro, natural de Segura.

En el número de los secretarios de Estado podemos incluir a don Alonso de: Idiáquez, secretario del emperador Carlos V en 1546, natural de Tolosa. Su hijo don Juan de Idiáquez. Don Pedro Zuazola, secretario del mismo Emperador, natural de Azcoitia. Pedro de Olaso, de Deva. Juan de Galarza, secretario del mismo Emperador, natural de Anzuola. Don Esteban y don Juan de Ibarra, de Eibar. Don Francisco de Idiáquez, de Tolosa. Don Martín y don Domingo de Idiáquez, de Azcoitia. Don Gabriel de Hoa, de Oro, secretario del Consejo de Indias. Don juan de Amezqueta, secretario del Rey, de Villafranca. Don Juan de Mancicidor, de Oiquina. Don Cristóbal de Ipeñarrieta, de Villa-Real. Don Martín de Arostegui, secretario del Rey en 1615, de Vergara, Don Antonio de Arostegui, hermano de Martín. Don Juan de Basarte, de Elgoibar. Don Lorenzo de Aguirre, secretario del Consejo de Italia, natural de Azpeitia. Don Miguel de lpeñarrieta, secretario del Consejo de Hacienda, de Villa-Real. Don Martín de Gaztelu, secretario de órdenes de Calatrava y Alcántara el año 1570, natural de Tolosa. Don Juan de Insausti, secretario de las consultas del Rey, natural de Azcoitia. Don Juan Pérez de Elizalde, secretario de la Gobernación del Estado de Milán, de Tolosa. Don Fermín López de Mendizorrotz, secretario del Estado de Milán, de Tolosa. Don Miguel de Ibarra, secretario y contador en Milán, de Tolosa. Don Mateo de Urquina, secretario del Rey y de los archiduques Alberto e Isabel, de Vergara. Don Diego de Irurraga, secretario de la Embajada de Francia, de Azcoitia. Don Juan de Unza; secretario del Rey, de Usurbil. Don Juan de Galdós, de Villa-Real.

En 1525 resultaba que de doce secretarios del Consejo de Estado que había habido hasta aquella fecha, cinco eran de Guipúzcoa: don Alonso, don Juan, don Francisco y don Martín de ldiáquez y don Antonio de Arostegui, que no es pequeña honra.

También en el siglo XVI se vio que aún no había extinguido en pechos guipuzcoanos, sordos a los clamores de la raza, el rencor que antiguas desavenencias habían encendido contra los navarros, Así tomaron nuestros mayores parte muy activa en la batalla de Belate en 1512, en que cogieron a los navarros los doce cañones que la reina Doña Juana mandó incorporar desde entonces al escudo de Guipúzcoa y en la de Noain en 1521, no obstante tener que defenderse al propio tiempo contra los franceses que se habían apoderado de Fuenterrabía, vanamente atacada por ellos en 1476, y cuya recuperación costó años y muchas escaramuzas y combates en los días del emperador Carlos V, que concedía singular importancia a la posesión de aquella plaza. Por fin fueron desalojados de ella los franceses, que ya en 30 de Junio de 1522 habían sido vencidos en la batalla de Aldabe o San Marcial, sobre Irún, /561/ lugar predestinado a la celebridad en los fastos militares, puesto que, andando los siglos y en el año de 1813, había de reñirse en él uno de los últimos combates de la guerra de la Independencia española.

Grandes fueron los servicios que los guipuzcoanos prestaron a la monarquía española en los siglos XVI y XVII, ya en las tierras descubiertas por el genio de Colón allende los mares, ya en las continuas guerras que la casa de Austria sostenía contra los franceses. Como uno de los hechos más salientes de estas guerras, quizás el más saliente de todos, hay que citar la heroica defensa de Fuenterrabia en 1638.

El día 1º de Julio de este año, el ejército francés, mandado por el príncipe de Condé, bajaba animoso las montañas de Hendaya con las banderas desplegadas y gran aparato militar, llenándo el espacio con los ecos guerreros de cajas y pífanos para atravesar el Bidasoa y poner cerco a la plaza de Fuenterrabía. No esperaba España tan atrevida embestida y despertó alarmada al estampido de los cañonazos disparados contra los muros de Fuenterrabía, que no contaba en su recinto más que la mitad de la guarnición que le correspondía y muy escasos medios de defensa. Lo más selecto del ejército francés, bien pertrechado de artillería y otros efectos de guerra, acometió con furia contra los muros y baluartes de Fuenterrabía, que, medio derruidos a balazos, resistían sin embargo a impulsos del heroico comportamiento de la guarnición y de los bravos vecinos, secundados por compañías de otros pueblos de la Provincia, que penetraron, en la plaza dispuestos a defender con la vida este pedazo de su tierra. El día 7 de Septiembre del mismo año de 1638, el ejército español, mandado por el almirante Enriquez y el Marqués de Vélez, hizo su aparición en la cima del monte Jaizkibel, que cual cetáceo inmenso arrojado por el bravo Cantábrico a la orilla, se interpone por el lado O., entre el mar y la plaza de Fuenterrabía. Las tropas francesas tomaron posiciones para cortarle el paso, y desde la muralla los sitiados contemplaban los movimientos de ambos ejércitos con el ansia que es de suponer. Rompiose el fuego en el alto del monte y comenzaron a avanzar nuestros soldados, que fueron pronto detenidos por las tropas sitiadoras en el llano de Guadalupe. Reforzada la vanguardia con gente de refresco, que a pasos doblados acudía en su auxilio, ansiosa de pelear, animóse la lucha, que estuvo indecisa en algún tiempo; Impaciente el jefe español con tanta resistencia, picó espuelas al caballo y fue a ponerse al frente de las primaras filas, mandando avanzar a los nuestros, que, levantando una alegre vocería, acometieron con ímpetu extraordinario, saltando por encima de todos los obstáculos puestos a su paso, y bajaron por la pendiente arrollándolo todo, como peñascos desprendidos desde lo alto de la montaña, haciendo correr delante a los franceses, completamente sobrecogidos y desmayados, hasta meterles en el río Bidasoa, que sesenta y nueve días antes atravesaban llenos de esperanza y ardor. En poco tiempo perecieron ahogados más de 2.000 de ellos, ofreciendo un espectáculo /562/ horrible, además de otros 1.500 que murieron en el monte y 2.000 prisioneros que cayeron en poder de los nuestros. En toda esta empresa perdió el francés 11,000 hombres de tropas escogidas. Al oscurecer entraban los nuestros en Fuenterrabía, encaminándose a la parroquia, donde se cantó el Te-Deum en acción de gracias, y el entusiasmo, los vivas, las aclamaciones, los abrazos y las lágrimas, que de todo hubo, duraron toda la noche. El entusiasmo que la liberación de Fuenterrabía despertó en España y especialmente en la Corte fue tan grande, que el pueblo penetró en las habitaciones del palacio real a darle la enhorabuena al Monarca.

Plaza de la ciudad de Fuenterrabía y sus cercanías en el sitio de 1638.

Y entre los hechos llevados a cabo por los guipuzcoanos que surcaron los mares en servicio de la Corona de Castilla, no pueden pasarse en silencio /563/ los nombres de Elcano, que fue el primero que dio la vuelta al mundo; de Domingo Martínez de Irala, que exploró las orillas del Panamá y las tierras paraguayas y fundó la ciudad de la Asunción, y de Fray Andrés de Urdaneta y Miguel López de Legazpi, a quienes se debió la colonización de Filipinas, aunque omitamos los de otros muchos que harían inacabable la enumeración.

El bienestar material fue extendiéndose en el país al amparo del dinero venido del Nuevo Mundo. y el comercio con América sustituyó al antiguo comercio con Flandes, que se extinguió por completo a principios del siglo XVII.

Para entonces se fomentaron las pesquerías de bacalao en los bancos de Terranova, de donde los guipuzcoanos trajeron grandes cantidades de pesca, hasta que, después del tratado de Utrecht, se les cerró aquel medio de vida. Entonces lo suplieron con la fundación de una célebre Compañía de comercio: la de Caracas, cuya influencia en el desenvolvimiento de Venezuela es unánimemente reconocida por los historiadores.

Con estas empresas comerciales tan fecundas y plausibles tenían que alternar otras guerreras, pues marinos vascos acudían a luchar con las flotas inglesas en los días del Pacto de Familia, y soldados guipuzcoanos y vizcaínos detuvieron, por espacio de no pocos meses, a las huestes de la Convención francesa, en las orillas del Deva, en los años de 1794 a 1795 .

Terminada aquella guerra por la paz de Basilea, comenzó para Guipúzcoa una época de agitación y de zozobra continua, en que empezó a ver amenazadas sus instituciones seculares. A raíz de la terminación de aquella guerra, asestó sus tiros el canónigo Llorente contra las libertades privativas y las tradiciones de Guipúzcoa. El clamor que tales ataques comenzaron a levantar en el país quedó apagado por los disturbios que trajo la guerra napoleónica, que estalló en 1808, y que produjo a Guipúzcoa pérdidas inmensas, entre ellas la destrucción de San Sebastián en 1813. Muchos y muy valerosos fueron los soldados guipuzcoanos que tomaron parte en aquella formidable lucha, en que hubieron de retirarse a la postre maltrechas y derrotadas las tropas de Napoleón.

El hermano de éste, José Bonaparte, que no desmentía su origen francés ni la sangre que llevaba en sus venas, sangre esencialmente unitaria y centralizadora, suprimió los fueros vascongados. Mas no porque se restableciera Fernando VII en el trono de sus mayores vino para los guipuzcoanos una época de quietud y satisfacción. Amenazadas constantemente sus libertades, dividido el país en partidos políticos, la agitación arraigó en él y Guipúzcoa sufrió primero los alborotos a que dio lugar el levantamiento constitucional de 1820 y su supresión en 1823, viéndose más tarde desangrada por la guerra civil, que estalló a la muerte de Fernando VII, entre los partidarios de su hija Doña Isabel y de su hermano Don Carlos, y todavía en días más próximos a los nuestros ha visto surgir de nuevo la lucha armada entre tos fieles a la /564/ rama de Don Carlos y los que seguían los principios de la Revolución de Septiembre de 1868.

Terminó la primera guerra civil por el convenio de Vergara, en el cual se prometió a los vascos el mantenimiento de sus fueros, que fueron confirmados por la Ley de 25 de Octubre de 1839, con la salvedad de que había de respetarse la unidad constitucional de la monarquía.

Esta cláusula, que se prestaba a diversas interpretaciones, según se evidenció en el curso de la discusión que precedió a la Ley, dio motivo a cuestiones que duraron tanto como el reinado de Isabel II. En 1841, el general Espartero suprimió las juntas y diputaciones forales, trasladó las aduanas del Ebro a la frontera y de hecho abolió todo nuestro régimen. En 1844 se restablecieron las juntas y diputaciones forales, pero todas las demás modificaciones introducidas por el Decreto de Octubre de 1841 quedaron subsistentes, incluso la organización municipal que desde entonces se ajusta a las leyes generales del Reino.

Durante el curso de la última guerra civil se proclamó la monarquía de Don Alfonso XII, y una vez vencedoras sus armas, sin que precediese convenio; ninguno a la terminación de la guerra, el Gobierno propuso a las Cortes, y éstas aprobaron, la Ley de 21 de Julio de 1876, que suprimió las exenciones que se habían respetado después de la de 25 de Octubre de 1839. Sólo quedó a las diputaciones provinciales -pues las diputaciones forales se negaron a ejecutar la antes recordada Ley de 21 de Julio de 1876- la autonomía económica y administrativa, que se determina en los conciertos que las mismas diputaciones han celebrado con el Gobierno para el pago de los diversos cupos de contribución.

NOTAS

(248} Para más detalles referentes a este particular y al escudo de armas, puede verse El Blasón de Guipúzcoa, del autor de estas líneas, editado por la Excma. Diputación en 1915.

 


 

© Texto: Herederos de Serapio Múgica. ©  Edición electrónica: Juan Antonio Saez, 2006-2007

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