NOTICIA DE LAS COSAS MEMORABLES DE GUIPÚZCOA / PABLO GOROSABEL

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LIBRO II

DE LOS HABITANTES DE LA PROVINCIA

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CAPITULO II

DE LAS CUALIDADES PERSONALES DE LOS NATURALES

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SECCION III

De los errores y preocupaciones

 

Las excelentes cualidades de que están dotados los guipuzcoanos no se hallan exentas de algunos defectos notables, dignos de mención en esta obra, así como aquellas. Tales son ciertas falsas creencias, que la simple razón natural basta para rechazarlas como absurdas; creencias en que todavía esta asaz imbuida la masa del pueblo, aunque no la parte inteligente de él. Es preciso convenir, sin embargo, que semejantes errores de los naturales de esta provincia no lo son en tanto grado como entre los del país vasco-francés, donde se hallan arraigados de una manera espantosa desde los tiempos antiguos. No han bastado para hacerlos desaparecer las horrorosas ejecuciones de la justicia, ni la ilustración que ha adquirido la nación a que pertenecen. Para formar una idea de este asunto, no se necesita sino leer la obra de Mr, /352/ Francisco Michel, titulada Le pays basque; asunto sobre el que yo no hago aquí más que indicar, por no ser mi objeto tratar de cosas concernientes a extranjeros. Me concretare, por consiguiente, a dar una breve noticia de las principales falsas creencias de los sencillos guipuzcoanos, por no ser posible hablar de todas; sirva esto no solamente como conocimiento histórico, sino también como una crítica dirigida a desarraigarlas del todo.

U no de sus errores más notables es sin duda el concerniente a ciertos seres misteriosos, de espíritu esencialmente maligno, llamados brujas, en vascuence sorguiñas. La creencia acerca de la existencia real y efectiva de semejantes genios extranaturales en lo antiguo fue muy general en la provincia; de manera que participaban de ella todas las clases de habitantes, aún las reputadas por las más ilustradas y despreocupadas. Por lo común gozaban de concepto de brujas ciertas viejas, pobres y de mala traza, y alguna rara vez se aplicaba también este dictado a los hombres. Suponíase que las tales sorguiñas tenían pacto hecho con el demonio, a quien se encomendaban, renegando de Dios y de nuestra santa fe; por cuya razón, aquellas comunicaba las facultades de su espíritu sobrehumano maligno e infernal, para que las ejerciesen acá en lo terrenal. Creíase también que ellas gozaban de la propiedad de volar por los aires, después de untarse con cierto ungüento, a cuya virtud todos los sábados en altas horas de la noche en un lugar apartado celebran su aquelarrre , o junta. Según unos, en esta reunión se entregaban a diversos linajes de maldades y danzas con los demonios, sus superiores. Otros aseguraban que hacían el tal conciliábulo bajo la presidencia de su rey, a quien comunicaban los males que habían /353/  causado durante la semana, y recibían del mismo las oportunas instrucciones sobre los nuevos que debían ejecutar en la inmediata, salvo igualmente el dar cuenta de ellos. Consiguiente a este supuesto poder sobrenatural y maligno de las brujas, se atribuían a las mismas los daños que ocasionaban los pedriscos de las tronadas, las se quías de 1os veranos, las pérdidas de las cosechas de las heredades, viñas, manzanales y demás, por cualquiera causa que ocurriesen. Se les reconocía, además, la facultad de producir las enfermedades y muertes de criaturas y ganados, la esterilidad de las mujeres casadas. En fin, no se dudaba en que podían causar otra porción de calamidades, que acontecen diariamente, y tendrán lugar eterna mente en el orden de la naturaleza, según su sabio Autor lo ha establecido, y no puede menos de observarse.

Cuán íntima y general era la persuasión de todas estas patrañas en el siglo XV, se deduce claramente de la representación que la provincia dirigió al rey en 1466. Hizóle presente en ella los muchos males y daños que causaban en su territorio las supuestas brujas, cuyo remedio consideraba muy urgente; añadiendo al mismo tiempo que los Alcaldes ordinarios eran muy negligentes en su castigo; los unos por vergüenza o miedo, los otros por causa de parentela, amistad, bandería o afección. El cuaderno de las ordenanzas de la hermandad no hablaba de semejantes delitos; por lo cual no se podía perseguirlos según el breve curso prescrito en las mismas para los casos de su jurisdicción. Una de sus disposiciones consistía en la facultad que tenían los Alcaldes de la hermandad de ejecutar, sin preceder consulta a tribunal alguno superior, ni dar lugar a apelación ni. a otro /354/ recurso, las sentencias definitivas que pronunciasen. He aquí, pues, lo que la provincia solicitó en resumen a Su Majestad respecto de los procesos que se formasen por sus Alcaldes contra las que en la opinión pública se tachaban de brujas. Quería sin duda que se cumpliese literalmente en ella el terrible precepto del Exodo, maleficos non patieris vivere D. Enrique IV accedió, sin embargo, a dicha petición en virtud de Real cédula librada en Valladolid a 15 de Agosto del mismo año citado, cuyo original se halla en el archivo de la provincia. La razón en que la funda es «por que la forma y orden en que los dichos Alcaldes ordinarios suelen proceder es muy larga, e los dichos maleficios son de tal calidad, que se facen de noche e en lugares apartados e muy escondida e encubiertamente; e porque la probanza de ellos es muy difícil, e non se puede saber cumplidamente, salvo de las mismas sorguiñas o brujas, etc.»

El precedente considerando revela con bastante claridad lo que se trataba de hacer con estas miserables personas a título de buena administración de justicia. No era en una palabra otra cosa que ejecutar en ellas las terribles penas que en la única instancia les impusiesen los Alcaldes de la hermandad, o lo que es lo mismo de quemarlas vivas para la mayor tranquilidad de gentes tan simples, timoratas e ilusionadas con la nada. ¿Qué pruebas podía haber, en efecto, de los supuestos delitos de hechicería o brujería? Ninguna ciertamente más que la sospecha del pueblo que equivalía a la antipatía de ciertas personas, propagada por toda la población,  sea, sus habitantes. Las confesiones de ellos, que en dicha Real cédula se asegura haberse hecho por las tachadas de brujas, lo serían probablemente /355/ arrancadas en fuerza de los dolores del tormento, cuyo uso era tan común en aquellos buenos tiempos, y más en delitos considerados tan feos. Pero, aún dado caso de que fuesen enteramente libres, no podían tener la menor importancia en semejante clase de personas, sobre todo para probar hechos puramente imaginarios. Se ha querido encontrar el cuerpo del delito de la brujería en ciertas aglomeraciones de plumas o de lana que se han hallado en las almohadas de algunos ni ños durante una larga enfermedad de que han fallecido. La preocupación ha llegado hasta tal grado, que se ha creído ver en dichas pequeñas masas nada menos que cabezas de gallos y de otros animales. De aquí se ha concluido que eran obra de brujas, y éstas las causantes de las muertes de las tales criaturas. ¿Quién ignora, sin embargo, que la pluma fina, o la lana de las almohadas, que no se remueven y sacuden con alguna frecuencia, como sucede algunas veces en las enfermedades largas y graves, se en1azan entre sí y forman un cuerpo compacto por la opresión, calor y sudor de la cabeza del enfermo? He aquí a qué se reduce todo el misterio de las supuestas cabezas de gallos, o si se quiere, de elefantes, halladas en las almohadas; animales que solamente una imagina ción pusilánime, visionaria y preocupada de las sencillas gentes podía hallar y ver, para quemar los después. Parece imposible que la razón del hombre, esta luz clara con que Dios ha dotado su entendimiento, pueda obscurecerse en tales términos.

La superstición de las gentes en esta materia continuó en toda su fuerza y vigor en los siglos inmediatos. Se ve, en efecto, que las Juntas generales celebradas en Fuenterrabía. el año de 1530, /356/ alarmadas con el gran número de brujas que suponía existía; nombraron una Comisión compuesta de tres letrados, para que tratase con el vicario general del Obispado sobre el modo de perseguirlas por vía de justicia. Hállase también que la villa de Tolosa, en las Juntas generales celebradas en la misma en 1595, expuso a la consideración de éstas que en su distrito había muchas brujas y hechiceras que causaban grandes daños con comunicación del demonio, para cuyo castigo pidió se hiciese venir a un Inquisidor de Logroño. Las Jun tas accedieron a esta proposición, y se representó al tribunal del Santo Oficio de la misma ciudad, sin que aparezca el resultado del negocio. Que no debió producir mucho remedio lo obrado por el señor Inquisidor, es cosa evidente, puesto que a los quince años la representación de la misma villa de Tolosa propuso igual medida en las Juntas generales de Villafranca. También se estimó esta moción, y se solicitó la venida de un inquisidor revestido de amplias y ejecutivas facultades; pero, esto no obstante, los males de que se quejaban aquellos procurados junteros continuaron en su mismo ser y estado anteriores. Se ve, en efecto, que D. Diego de Irarraga, dueño de Iraeta, representó a la provincia en 1621 que en la mayor parte de los pueblos de ella se experimentaban muchos maleficios, hechicerías, que exigían acudir a todos los remedios; pareciéndole el más eficaz recurrir a la Santa Inquisición, para el descubrimiento y castigo de las brujas causantes de aquellos. Añadía que se habían descubierto milagrosamente dos brujas muy famosas, que se hallaban presas en la villa de Azcoitia, por el comisario del Santo oficio, y que para promover su castigo iba personalmente a Logroño.

/357/ Consta que la Diputación recomendó este asunto al tribunal establecido en esta última ciudad para aquella clase de asuntos, y que su contestación se redujo a lamentarse de los males que padecía la provincia, ofreciendo obrar lo que procediese en justicia:. No dejó de manifestar al mismo tiempo el sentimiento y dolor que le causaban las violencias y vejaciones con que algunos Alcaldes molestaban sin jurisdicción y vanas creencias o sospechas a los notados, de dicha secta. Como se ve, los Inquisidores fueron en esta ocasión más prudentes e ilustrados que los caballeros de la provincia; pues semejante respuesta, bien examinada, era una reprimenda dada en términos políticos, censurando la simplicidad de los reclamantes del procedimiento criminal. Así es que en época posterior no se encuentra noticia de semejantes gestiones de parte de la provincia, ni el que el Santo Oficio se haya ingerido en causas de esta naturaleza en ella. En su lugar se ha acostumbrado y se acostumbra aún ahora, rezar los santos Evangelios a las criaturas que se supone hallarse perseguidas por brutos [sic] en la iglesia del Concejo de Olaverría, a cuyos curas párrocos atribuye el preocupado vulgo una virtud particular para el efecto. Yo he. visto también en mi juventud diferentes veces a principios del presente siglo sacar a las afueras de esta villa y quemar las almohadas de las camas de algunos niños enfermos, muy persuadidos los que así obraban de que abrasaban vi vas a las brujas que existían en ellas. Pero esta antigua preocupación se ha relajado mucho mediante la mayor ilustración de las gentes. El hecho es que apenas participan de ella sino los labradores, mujeres y niños, a quienes las ignorantes criadas y nodrizas atemorizan con semejantes fábulas y /358/ paparruchas, cuya absurdidad está al alcance de cualquiera persona de mediano talento. 

Otro de los errores en que se hallan imbuidos algunos naturales de esta provincia es la facultad que atribuyen a las llamadas adivinas  aztiyas, de descubrir algunos secretos a cosas que se ignoran, y se desean saber. Como esto es imposible en el orden natural de las cosas, supónese que las tales adivinas tienen inteligencia con el diablo, que les comunica esta virtud. Ellas suelen ser, también mujeres de la clase inferior de la sociedad, y generalmente no de la mejor conducta moral; cuyo poder a darse importancia, hacer mil ficciones misteriosas, y embaucar a los bobos que van a darles dinero. Semejante superchería es indudablemente importada del país vasco-francés, donde es tan común, extendida a Guipúzcoa entre la clase de labradores y artesanos. ¿Quiere alguno de estos averiguar si vive cierta persona que fue a Ultramar, dónde se halla, porqué no le escribe, en qué estado se halla su fortuna, etc,? Consulta con la aztiya, quien por medio de cierta baraja francesa, que maneja de diferentes maneras con destreza no tarda en dar la contestación con todo el tono de seguridad consiguiente a su charlatanería. Por supuesto que, si la consultante es alguna joven, y desea saber algo de su querido ausente, no dejara de decirla, que se acuerde mucho de ella; que está muy rico; que regresará pronto al país, que se casará con la misma. ¿Se trata de averiguar dónde se le ha perdido alguna cosa, o quién la tiene?.También se va a preguntar a la aztiya; pero como este caso es de más peligrosa resolución, nunca dará una contestación clara y terminante. A la manera de las antiguas sibilas, sale del paso como mejor puede, diciendo alguna cosa que pueda entenderse /359/ en dos sentidos diferentes. Procurará, empero, no dejar descontenta a la persona consultante, para que suelte más dinero, que es el objeto de su charlatanismo.-

También es bastante común en Guipúzcoa la credulidad en la virtud del beguizcoa, o sea, de la mala mirada. Consiste ésta en la facultad atribuida a ciertas viejas, pobres y feas, de producir alguna enfermedad u otro mal a las personas y ganados; para lo cual, así como las brujas y adivinas, deben tener trato y participación con el ángel infernal, que les comunica estas maldades. El oficio de semejantes personas no es menos especulativo y lucrativo que el de aquellas, Tal es el miedo que dichas viejas inspiran a los aldeanos, que ninguno de ellos se atrevería a pasar por delante de las mismas con sus ganados sin darle alguna limosna. No es extraño, por lo tanto, que las tales viejas reconozcan en sus propias personas el poder de causar con el beguizcoa los males que se les atribuyen. Pero sí es de admirar que haya personas tan necias, tan simples y tan medrosas, que crean en la posibilidad de que haya otra que goce de semejante facultad sobrehumana.

No es menos la fe que la gente vulgar de esta provincia tiene en la virtud de los llamados saludadores, para curar las mordeduras de los perros rabiosos. Goza este concepto el séptimo hijo varón de una familia, a quien, por lo tanto, los padres no dejan de dedicar a semejante oficio, que al mismo tiempo de ser lucrativo, no deja de ser de cierta reputación y categoría entre los crédulos y honra dos aldeanos. Todo el misterio de estos empíricos curanderos se reduce a hacer una cisura en la parte que ha sido mordida por el perro rabioso, y chupan en ella todo cuanto pueden la sangre inficionada /360/  del veneno. Al propio tiempo, para dar a este acto cierto aire de religiosidad, invocan con una cruz a la Santísima Trinidad, así que a varios santos y santas, concluyendo con dar tres Soplos. La succión que hacen de la sangre de la par te afecta será sin duda favorable, y podrá contribuir a que el virus venenoso no se comunique a la masa de la del individuo mordido. Para esto no se necesita más que no tener ninguna aprensión, estar dotado de mucha fuerza de aspiración, y poseer un buen estómago; porque con estas circunstancias lo mismo podría practicar la operación cualquier otro que no fuese el séptimo hijo de una familia, ni descendiente de él. Es indudable por lo tanto que la virtud que se atribuye a las personas que se hallan en esta clase no es más que una pura superstición de las gentes sencillas de las aldeas, inclinadas naturalmente en todo a lo extraordinario y misterioso. Para confirmación de esta verdad, citaré un caso ocurrido con José Antonio de Iraola, afamado saludador de la aldea de Goyaz. Se sabe que este empírico curandero fue llamado, y fue a Vizcaya el año de 1860 a curar a un hombre que había sido mordido por un perro rabioso, a cuyo sujeto hizo su acostumbrada operación de 1a succión de la parte ofendida, con el correspondiente ensalmo, y sanó después. Había en la casa del mordido un perro de malas condiciones, a quien sus familiares quisieron tener atado, mientras el saludador permaneció en ella; pero éste, fiándose en su supuesta milagrosa virtud antirrabiosa, se empeñó en que el tal perro estuviese suelto, cómo en efecto estuvo luego..Andando, pues, de esta manera, le mordió al mismo saludador en la cara, y vuelto a su casa, murió a consecuencia de esta herida a los cuarenta y seis días. La reputación /361/ médica y virtud sobrenatural de los de su clase se quedó por consiguiente, en vista de semejante acontecimiento, muy rebajada entre sus convecinos y otras personas preocupadas hasta entonces en el poder misterioso de aquel sujeto.

En diferentes ocasiones ha tratado de impedir el ejercicio de este fraudulento oficio, y aun ha procesado criminalmente a los que se han dedicado a practicarlo. Consta que las Juntas de Azpeitia de 1743 encargaron a las justicias que no permitiesen a los saludadores hacer curaciones y ensalmos; cu yo acuerdo se renovó en las que se celebraron en la villa de Rentería el año de 1757, como consta de sus respectivos registros. La Diputación formó el año últimamente citado un proceso criminal a tres individuos, cuyos nombres no expreso, vecinos de las villas de Albíztur, Ormáiztegui y Azpeitia, como a infractores de aquella prohibición. Su resultado definitivo se redujo a apercibirlos a que se abstuviesen de practicar el mencionado oficio, so pena de echarlos a un presidio. Por entonces este asunto pasó y se concluyó de esta manera; pero en 1781 ocurrió otro caso de igual naturaleza, que obligó a aquella corporación a renovar sus providencias anteriores. Un perro rabioso mordió en la villa de Anoeta a una niña, a la que sus padres nevaron al saludador de lavi1la de Albíztur, a fin de que le hiciese la acostumbrada curación, como la practicó. Sin embargo, el tal saludador no dejó de encargar y retonlendar a los interesados de la niña que llevasen a esta a la villa de Hernani, a efecto de que cierta mujer de la misma la aplicase una piedra culebrera especial que poseía. También se cumplió exactamente y sin ninguna tardanza este encargo, aunque su resultado no correspondió a las esperanzas, puesto que a los veinte y ocho /362/ días de ocurrida la mordedura rabió la dicha niña y falleció con este accidente. Lo notable de es te negocio fue que en el mismo día en que ocurrió esta muerte los padres de la niña enviaron algunas personas al expresado saludador, para que in formando del estado de la niña, hiciese desde su propia casa de Albíztur el llamado ensalmo. Así lo verificó algunas horas después de que hubiese fallecido, sin que hubiese producido ningún efecto curativo. Por esta razón las gentes quedaron persuadidas de que el tal saludador era el causante de la muerte de la niña mediante la virtud que tenía de Dios para el efecto. Noticiosa la Diputación de este su ceso, por la denuncia que hizo el cura párroco de Anoeta, se requirió al mencionado saludador y a otros de su oficio para que se abstuviesen de ejercerlo bajo ciertas penas. A pesar de todas las pro videncias, continuaron después, como continúan aún ahora, practicando aquellas operaciones y dichos ensalmos. La credulidad de los aldeanos en la gracia celestial de que se supone dotados a los saludadores no se ha llegado a extinguir todavía; gracia que, según ellos, es hereditaria en ciertas familias de la provincia, aunque los que desempeñen este oficio no sean precisamente los séptimos hijos varones.

Los guipuzcoanos se hallan imbuidos del mismo modo la certeza de ciertos presagios o signos de algunas cosas que están por acontecer. Tales son la aparición de un cometa, que se tiene como un anuncio de guerras, pestes y de otras calamidades, las cuales por lo regular o muchas veces dejan de suceder, a pesar de la vista de dicho astro. El lamentoso ladrar de los perros es así bien para ciertas gentes un presagio de muerte próxima de alguno, cerca de cuya casa tiene lugar, /363/   y lo mismo en los campos el graznido del búho. Por el contrario, oír el canto del cuclillo a la entrada de la primavera, es una señal de vida segura para todo aquel año. Traer constantemente en el bolsillo una castaña del árbol castaño de Indias, es para algunos el mejor preservativo del mal de almorrana, y además, el remedio más eficaz para su curación, cuando sobreviene. El uso de ciertos amuletos, llamados en vascuence cutunas, en la opinión supersticiosa de otros, preserva a los niños de los males de dientes, de lombrices, y de otra porción de enfermedades a que están sujetos a  causa de su debilidad. No llega a convencer a las mujeres, que es entre quienes reina esta preocupación, la experiencia diaria de que lo mismo enferman y mueren criaturas que traigan semejantes colgajos, como las que no los usan. Lo que resulta de esta absurda obcecación es que, por confiar en la virtud de tales amuletos; descuidan en llamar oportunamente a médicos ilustrados cuando el caso lo requiere, se agravan los males, y ya no tienen remedio.

La venida de los caldereros y estañadores franceses es en la opinión vulgar un anuncio seguro de próximas lluvias abundantes. Según algunos de estos preocupados, los tales caldereros suelen estar acechando en los montes el momento en que las nubes van a descargar las aguas, para entrar en las poblaciones a ejercer su oficio. Pero la superstición, o mejor la aberración del entendimiento de otros, sube a tal punto, que están persuadidos de que estos dichos artesanos extranjeros tienen la virtud de atraer a su voluntad las aguas sobre el país a donde vienen a trabajar. ¿Qué cosa más común y más natural, sin embargo, que la de que llueva en tiempo de invierno y primavera, /364/ sobre todo en Guipúzcoa? Pues téngase presente que los tales caldereros, por lo regular, vienen a esta provincia en semejantes estaciones del año a vivir de su oficio; y nadie que tenga expedito el uso de su razón, debe extrañarse que durante su permanencia en este país llueva alguna vez que otra con abundancia o sin ella. Hoy día es rara su venida a el, resto, no obstante, no deja de llover aquí con la misma frecuencia que antes. Lo propio sucederá aún en adelante, mientras el mar Océano bañe nuestra costa, y estemos dominados de tanto monte elevado poblado de arbolado, sea que vengan o dejen de venir caldereros y estaña dores franceses, o de cualquiera otra nación. que sea. No se comprende, por consiguiente, como puede subsistir todavía entre personas racionales un error tan craso como perjudicial al concepto de civilización, que comúnmente merece esta provincia.

Es igualmente bastante general entre la gente vulgar de la misma la existencia de duendes, fantasmas y ánimas errantes. Cierto es que en tiempos anteriores han solido andar de noches en algún pueblo que otro quienes se han supuesto tales duendes, disparados y arrastrando cadenas de hierro, cuyo movimiento causaba mucho ruido. Todo esto no tenía otro objeto que el de atemorizar a las personas medrosas, y de divertirse a costa de las mismas; si es que no se proponían alguna cosa de otro género, como también ha sucedido muchas veces. Ocasiones ha habido en que se ha descubierto que estos espantajos, lejos de ser espíritus de ninguna especie de otros mundos, tenían cuerpos de carne y hueso lo mismo que todos los demás hombres del en que vivimos. Consiguiente mente, han salido  mal parados /365/ de las manos de los que más despreocupados y menos timoratos se han propuesto acecharlos, y castigar su temeridad o atrevimiento de una manera ejemplar. Así, pues, esta supersticiosa opinión se halla concreta da en el día a la gente labradora, a las mujeres y niños, a quienes se tiene la imprudencia de imbuir en esta idea, para hacer que no lloren, o dejen de hacer algún mal.

Semejante a este error es la creencia de la venida de las almas errantes, anima erratubac, desde el purgatorio a las casas de sus padres, hijos u otros deudos. Muy acreditada entre los aldeanos y mujeres devotas, y sostenida por algunos clérigos de escasa ilustración, apenas es tomada en consideración por personas de algún valer, que no comprenden cómo las almas pueden salir del purgatorio y volver a este mundo terrenal. Los que la acogen suponen que el objeto de semejante venida suele ser a suplicar a sus dichos parientes que hagan celebrar una más misas para la redención alivio de las penas, que por falta de ellas están padeciendo. Además, según la creencia vulgar, las tales almas errantes vienen de noche, y se sientan sobre la cama de la persona a quien se dirigen,  .en alguna silla que hay dentro del mismo cuarto. Las tales almas errantes, al decir de dichos visionarios, tienen en semejante disposición el correspondiente coloquio, por supuesto misterioso y plañidero, en la propia forma que las gentes de este mundo. Siendo tan pequeño el sacrificio que pretenden, para conseguir un resultado tan importante, como lo es la gracia del Señor, bien se puede prever que la persona solicitada de esta manera no dejará de cumplir los deseos de la alma errante, apresurándose a hacer celebrar la misa ó misas.

/366/ La predestinación, o sea, la denominación previa del día, hora y manera en que cada uno haya de morir, es otra de las preocupaciones que venían entre muchas gentes, aún de alguna categoría del país. Semejante creencia tiene lugar particularmente en los casos de muertes accidentales por efecto de alguna desgracia; pues es muy frecuente decir entonces que los hados le tenían destinada esta muerte, o que en vano trataremos de huir del destino que Dios nos tiene señalado. Compréndese bien que cuando alguno se dedica a una profesión de mucho peligro, como son las del marino, torero o militar, si llega a desgraciarse en su ejercicio, se diga que ya estaba vista la suerte que al fin había de tener. Pero supongamos algunos accidentales, o sea, aquellos en que semejante previsión en el orden regular de cosas no puede tener lugar, v. g.: un hombre pasa en una calle por el frente de una casa en construcción, sin reparar en las señales puestas para llamar la atención, y cayendo una piedra desde lo alto le deja muerto en el acto. Otro tiene debajo de su cama una cantidad considerable de pólvora, la cual, por falta de las debidas precauciones, vuela, y perece el tal sujeto, y así en otros infinitivos casos. ¿Será racional decir que las 'desgracias de estas dos personas en alguna de las maneras mencionadas se hallan predestinadas desde el momento de su nacimiento? ¿Podían siquiera preverse por ningún concepto? Seguramente que no; se deberían a su propia imprudencia, y a nada más; porque a haber obrado de otra. manera, no hubiera ocurrido ninguna de ellas. Nadie podrá negar en verdad que el hombre considerado moralmente es un ser libre en sus acciones y omisiones. Dios en su inmenso poder y gran sabiduría tiene establecidas ciertas leyes ó reglas /367/ estables para el orden natural de las cosas, y deja que todos los seres creados por su mano omnipotente se mueven y obtienen un todo dentro de los límites señalados en las mismas. La predestinación envuelve, pues, notoriamente una idea del todo contraria a la libertad humana; libertad sin la cual ni los premios, ni los castigos, serían justos. ¿Qué mérito adquiere en efecto, el que ejecuta una cosa en pura obediencia, de una disposición superior, que de ninguna manera ha podido dejar de cumplir? ¿Y qué culpa tendrá quien obra el mal en fuerza de una coacción o sea de impulso a que no le es dado resistir? Es pues, claro que la  justicia divina y humana dejarían de serlo en el supuesto de la determinación previamente señalada al destino del hombre, y he aquí la impiedad y error a que conduce la opinión de su existencia.