NOTICIA DE LAS COSAS MEMORABLES DE GUIPUZCOA / PABLO GOROSABEL

LIBRO VIII

DE LAS COSAS DE GUERRA Y MARINA

CAPÍTULO II

DE LOS CASTILLOS Y PLAZAS FURTES

Sección II

De la Plaza de San Sebastián

 

La primera fortificación de esta ciudad fue la del castillo de Santa Cruz de la Mota, construido en la parte más eminente del monte Urgull, que la domina. Su fundación se atribuye comúnmente a D. Sancho VIII de Navarra, llamado el Fuerte, suponiendo se verificó por los años de 1194, aunque a la verdad no hay documentos con que comprobarlo. Que existía antes del año de 1200 no se puede dudar, en vista de la relación que el Arzobispo D. Rodrigo Jiménez de Rada hace de los sucesos de aquel tiempo, puesto que cuenta a este dicho castillo como uno de los que se entregaron en aquella ocasión al Rey D. Alonso VIII en esta provincia. También es tradición que la circunvalación del expresado monte y castillo principió durante el reinado de este monarca, /046/ cuando se sabe que mandó fortificar todos los pueblos de la costa marítima. Ello es que en tiempo de sus sucesores aquel monte se halló rodeado de muros, cuyos vestigios subsisten todavía, en toda la , falda meridiona1 que mira a la población, muros que después se adelantaron, de manera que parece ya se hallaba cercada esta para el siglo XV con dos puertas de entrada.

Para que el vecindario y gente de guerra de San Sebastián estuviesen bien surtidos de víveres, y por falta de ellos no dejase de defenderse, tenía un antiguo y notable privilegio. Tal era el que cuantos barcos viniesen a cualquiera de sus puertos, incluso el de Pasajes, con trigo y demás bastimentos, tuvieron que llevar a la misma ciudad la mitad de la carga a venderla precisamente en ella. Hállase que tan extraordinaria prerrogativa fue reconocida por una cédula librada por D. Enrique II en Sevilla a 13 de Abril de 1376 en una sentencia compromisaria. Mandó, en efecto, por ella que todas las naves de cualesquiera mareantes que aportasen al puerto de Pasajes trigo y otras cosas comestibles, estuviesen obligados a descargar la parte que habían acostumbrado hasta entonces. E esta parte que descargaren, añade, sean tenudos de la llevará la dicha villa de San Sebastián por tierra o por mar, para lo vender allí, e se aprovechar de ello. La misma Real cédula funda semejante extorsión en la razón en que convenía al servicio de Su Majestad que dicha entonces villa estuviese bien proveída, así de compañas, como bastecida de armas e de todas cosas que le son menester para guarda é-amparamiento de la dicha tierra de Guipúzcoa. Este privilegio de la media descarga, cuyo uso excitó tanta oposición de parte de los habitantes de Rentería, Oyarzun y otros puebles circunvecinos de los comerciantes de Bayona y otras partes, quedó sin efecto a mediados del siglo último.

/047/ Cuán insuficientes eran para la defensa de esta ciudad las antiguas fortificaciones, bien se conoció en las invasiones que el ejército francés hizo en esta provincia el año de 1476. Asediada entonces por éste, pudo resistir a sus impulsos, gracias al valor que demostraron sus defensores, y a la falta de artillería de batir de los enemigos; pero reconociendo su peligro para lo sucesivo, representó desde luego a Sus Majestades la necesidad de aumentar y formalizar las obras de fortificaciones existentes. Dijo que con motivo de dicha guerra « había sido mucho más fatigada que todas las otras villas de la provincia, así en cuanto a los gastos e despensas que se habían hecho mayores y más que de las otras villas, como en torrear e fortalecer la dicha villa, e facer al rededor de ella baluartes y cercas con sus almenas, porque mejor se pudiese defender, si necesidad hubiese, e que en esto habéis gastado mucho de lo vuestro, etc. Consiguientemente, pidió San Sebastián la real autorización para imponer algunos derechos sobre las carnes, fierros, aceros, paño, pescado y otras cosas vendibles, con cuyo producto se pudiese acabar de fortalecer la villa. Sus Majestades estimaron esta súplica, y por cédula expedida en Toledo a 20 de Febrero de 1477 mandaron al Corregidor Juan de Sepúlveda que juntándose con el Consejo de San Sebastián, viesen lo que era menester para acabar de facer la dicha cerca, e reparar la dicha villa, e en qué cosas se puede e debe echar la dicha imposición. Esta reunión del Consejo de la misma entonces villa con el indicado magistrado se verificó en el sobrado de la iglesia parroquial de Santa María a 16 de Marzo del propio año, donde se señalaron los derechos que debían imponerse a cada artículo. San Sebastián empezó a percibirlos sin haber obtenido la real confirmación de dicho acuerdo, considerando sin duda que la mencionada cédula bastaba para el /048/ efecto. Pero en tal estado de cosas vino a esta provincia por mandado de Sus Majestades Católicas el doctor González G6mez de Villasandino, oidor del Consejo real, a inquirir qué imposiciones se exigían en ella injusta y no debidamente contra el tenor de las leyes de este reino. Habiendo hallado en esta pesquisa que las establecidas en aquella ciudad carecían de la real aprobación, prohibió bajo penas severas su exacción mientras no se obtuviese ésta. La expresada ciudad se vio a su consecuencia obligada a recurrir al Gobierno en solicitud de este requisito, que logró por medio de la Real provisión librada a 30 de Junio de 1485.

Estando situada esta ciudad tan cerca de la frontera francesa, se ve que el gobierno del rey cuidó en todos tiempos de su fortificación, librando o aplicando para el efecto las cantidades que el estado de aquellos tiempos permitía. Así es que hay noticia. de que D. Fernando IV señaló a la misma ciudad 3000 maravedís de 10 dineros cada uno, merced que fue confirmada por los monarcas sucesores. No es menos cierto que los Reyes Católicos otorgaron a San Sebastián la de 64000 maravedís anuales sobre las alcabalas; 35000 de ellos sobre las de la misma ciudad, y los otros 29000 sobre las de la villa de Segura, mediante privilegio expedido en Madrid a 23 de Marzo de 1514, con la obligación de reparar los baluartes y murallas. Confirmó esta gracia D. Felipe II por Real cédula librada en Madrid a 29 de Julio de 1566, y por otra en 1588. San Sebastián correspondió a esta obligación, ejecutando de su cuenta obras considerables de defensa en su muralla; de manera que se calcula haber invertido en ellas la gran suma de 150000 ducados, sin contar con la ayuda dada por la provincia. Las que suministró la Real Hacienda se irán indicando más adelante.

/049/ Parece que la nueva muralla meridional de esta .plaza se empezó a construir el año de 1516 conforme a los planos del célebre conde Pedro Navarro. Sobre ser ella muy alta, era de treinta y dos pies de espesor, teniendo en su medio al lado de la única puerta de entrada un cubo llamado imperial, por ser obra del tiempo del emperador Carlos V. Del registro de las Juntas generales de Guetaria de Noviembre de 1535 se descubre cuán poco sólida se hallaba la fortificación de esta plaza. Se ve, en efecto, que aquel congreso acordó suplicar a Su Majestad tomase disposiciones para poner en seguridad esta ciudad y la de Fuente1rabía; a cuya consecuencia sin duda se llegó a concluir en 1542 el lienzo oriental de la muralla de la primera. También se sabe que el revellín de junto al postigo de San Nicolás, a la parte de la Zurriola, se ejecutó por los años de 1567 bajo las dimensiones dadas por el Capitán general don Juan de Acuña. Consta del mismo modo que a consecuencia de la invasión hecha por el ejército francés en 1638, el gobierno del rey determinó fortificar ambas plazas, la de San Sebastián y Fuenterrabía, cuyas obras. principiaron a ejecutarse por sus mismos encargados. La provincia reunida en ]i.1nta particular ofreció servir para dichas obras con 600 peones repartidos en todos sus pueblos, pagándoseles su jornal a razón de cuatro reales diarios. En cumplimiento de este acuerdo acudieron a los trabajos muchos peones; pero por haber faltado a otros pueblos, se redujo aquel número a la mitad, que se distribuyó en las obras de las dos plazas. Por este medio se hizo al frente de la muralla de San Sebastián el Hornabeque, si bien es cierto que no 1legó a concluirse con la debida perfección.

Esta plaza no tenía todavía con estas obras la necesaria resistencia por falta de traveses, o sea, de fuegos de costado, Por lo mismo el rey envió en 1644 al /050/ general D. Juan de Garay y a otros ingenieros militares a reconocer la plaza y trazar las obras que, se hubiesen de ejecutar a dicho efecto; obras cuyos planos fueron aprobados por el gobierno de Su Majestad, y se empezaron sin tardanza a ejecutar. Tales eran los dos medio-baluartes denominados del Gobernador y San Felipe, construidos en los dos ángulos de la plaza, que miraban al sureste y suroeste, nombres que conservaron hasta los últimos tiempos. San Sebastián dio para estos dos medio-baluartes la piedra que tenía preparada para la fábrica de un muelle, y además, gente para los trabajos de los terraplenes. De su parte, él gobierno del rey cedió a la misma ciudad los 10000 escudos que se suponía estaban devengados en ella del producto del arbitrio provincial llamado donativo, y consignó sobre esta renta otros 2000 ducados anuales. Pero la provincia tenía pagado con exceso a Su Majestad el donativo pecuniario con que había ofrecido servirle, y por consiguiente, aquellas dos consignaciones no pudieron tener efecto. Esto no obstante, deseando ella contribuir en todo lo posible a la ejecución de aquellas obras, en las Juntas generales del año de 1646 se acordó señalar a San Sebastián para este efecto la suma de 10000 ducados pagaderos en cuatro años. A instancias de la misma ciudad, la provincia suplicó al rey se acabasen las fortificaciones principiadas del Hornabeque y de los dos medio-baluartes. Se quería además que el gobierno reparase la muralla que mira al puerto y concha, arruinada por los golpes de la mar, enviando para todas estas obras ingenieros y dinero. Consta que dicha cantidad se empleó por los años de 1656 en la construcción del cubo caído del Ingente, que, mira a la parte de la Concha, con libramientos expedidos por el Comandante general, baron de Vateville, a favor de los rematantes de las obras. La ciudad pidió a las Juntas /051/ generales de Villafranca de 1658, para la continuación de las fortificaciones principiadas, igual suma que la que se le había librado en 1646, o sea, 10000 ducados, pero no se accedió a ello. En el mismo año se comunicó a dicha autoridad militar una Real orden, en la cual se decía que aunque se juzgaba muy importante la fortificación de la ciudadela, se dejase por entonces la fábrica de ella, y se continuasen las obras del Hornabeque, uniendo a ellas el puente de Santa Catalina. Se encargaba su pronta ejecución, añadiendo que para este efecto se había mandado aplicar 12000 ducados sobre el donativo de Guipúzcoa, Alava y pueblos de la Rioja. Aunque se sacó el presupuesto de estas obras, no llegaron a realizarse por entonces, por no haber tenido efecto los recursos necesarios.

San Sebastián, que, muy al contrario de lo que ha sucedido en la presente época, tenía el empeño de fortificarse a toda costa con solidez, alcanzó en 1672 una Real orden favorable a sus designios. Disponíase por ella que retuviese en sí los 2000 ducados que próximamente importaba cada año el producto del arbitrio del donativo en la misma ciudad y su jurisdicción, con cargo de invertirlo en el reparo de las murallas y otras obras necesarias para su mejor y más segura defensa. Los representantes de ellas pretendieron el cumplimiento de esta Real determinación en las Juntas de Cestona del año inmediato, con anuncios de hacer uso de la misma de propia autoridad. Aquel Congreso no consintió, sin embargo, en la retención de la expresada cantidad, ni de otra alguna a semejante título. Consideró, al contrario, que todo el importe de aquel arbitrio estaba concedido a la provincia, en virtud de un contrato solemne celebrado con el gobierno, para pago de los censos con que se había gravado, a fin de cubrir el servicio del donativo pecuniario ofrecido. A la verdad, estas /052/ razones no tenían una contestación seria, y reconociéndolo así la ciudad, se limitó a hacer presente la conveniencia de la ejecución de las obras proyectadas, implorando para el efecto la generosidad de la .provincia. Colocada en este terreno la cuestión, ya cambiaba completamente de aspecto. Por lo tanto, aquellas mismas Juntas consignaron a San Sebastián sobre el arbitrio provincial del donativo la suma de mil ducados por una vez, no para obras de fortificaciones, sino para la reparación del puente de Santa Catalina y guarda mares del muelle; en cuyos objetos, decía, invertía anualmente grandes cantidades, que la impedían atender a lo de las murallas. La fortificación de estas quedó, por consiguiente, sin verificarse, contra lo que deseaba la ciudad. Para llevarla a efecto, determinó ésta en 1682 imponer ciertos arbitrios sobre a1gunos géneros comestibles que se introdujesen en ella, sea por mar o por tierra, o que desembarcando en su puerto o el de Pasajes, se sacasen para el consumo de los vecinos de esta última villa, la de Rentería, Oyarzun y Lezo. Se aprobaron estos arbitrios para tiempo de diez años mediante Real provisión librada por el Consejo en 14 de Febrero del mismo año, sin que conste su ejecución.

El Castillo de la Mota quedó destruido enteramente el día 7 de Diciembre de 1688 a consecuencia de haber volado el almacén de pólvora establecido detrás del mismo por la caída de un rayo. Consta que para su reparación, así que de los muelles, que también tuvieron grandes averías, la provincia dio a la ciudad mil ducados. También se ve que este castillo fue reedificado durante los tres años inmediatos, por disposición del gobierno, bajo la dirección del capitán ingeniero militar D. Hércules Torrel1i, que vino de la Corte con semejante comisión. Sus obras no quedaron, sin embargo, concluidas ni en estado regular de defensa en aquel periodo, puesto que el /053/ mismo ingeniero escribió después desde Madrid que gestionaba cerca del gobierno, a fin de que se llevasen a cabo, por la importancia de la plaza. Así es que la ciudad en una comunicación dirigida a la provincia, en 1693 decía que no podía menos de darla cuenta del estado mísero en que se hallaban las fortificaciones de aquella plaza, cuyo nombre les era impropio, por ser tan contra ella que los ingenieros se condolían de la suerte de sus habitantes. Todo tienen en favor del enemigo, añadía la ciudad en aquella comunicación. "Quejábase ella al mismo" tiempo de la falta de tahonas, hornos y cuarteles debajo bóvedas a prueba de bomba, a que se aumentaba la escasez de agua. La provincia representó al gobierno del rey este estado de cosas y la necesidad de adoptar disposiciones eficaces para su remedio, ofreciendo para el reparo de esta plaza y de las demás marítimas el donativo de 20000 ducados. Por Real orden de 30 de Enero de 1696 se aceptó este donativo; se reconoció el estado de las plazas por el ingeniero D. Diego Luis Arias, y se determinaron las obras que debían ejecutarse en cada una de ellas. Con respecto a la de San Sebastián, se mandó fenecer la casa del Castillo, hacer cuarteles capaces para 300 hombres, componer la cisterna vieja, acabar el almacén de pólvora y hacer otra de bóveda en la puerta vieja, con algunas otras. Para su ejecución se aplicaron en dicho donativo 140000 reales, a saber, 100000 para las obras del Castillo, y los 40000 restantes para las fortificaciones exteriores. Esta plaza tuvo nuevas averías en el sitio que sufrió el año de 1719, y mucho mayores en la embestida de 1813 por los ejércitos aliados, habiendo quedado arruinado del todo en esta última ocasión el lienzo de la muralla que miraba a la parte de la Zurriola. Sus reparaciones se ejecutaron de orden y cuenta del gobierno de Su Majestad, salvo alguna ayuda dada por la Provincia para la conducción /054/ de materiales, peones para los trabajos, etc.

Desde la primera erección de las :murallas de esta ciudad sus alcaldes gozaron de la singular prerrogativa de abrir y cerrar diariamente las puertas de entrada de la misma. Semejante costumbre procedía seguramente de haberse hecho la cerca y cerradura de la población a su propia costa; a lo que se agregaba el haber estado a su cargo la vigilancia y defensa de la misma, así en tiempos de paz como de guerra, cuando las plazas de armas no estaban guarnecidas de tropa. Nada era, por consiguiente, más natural que el que los alcaldes, que eran los jefes civiles y militares de la población, ejerciesen aquella importante regalía. En ella alternaban de seis en seis meses, y cada uno en su respectivo turno conservaba en su propia casa todas las llaves de dichas puertas. Consiguientemente, a la cerradura de estas asistía personalmente cada alcalde. acompañado de los vecinos más principales de la Ciudad con hachas encendidas, puesto que esta operación se hacía después de entrada la noche; a la que concurría también un llavero dotado de los fondos municipales con el salario de 137 ducados anuales, de nombramiento del ayuntamiento.

Tal era la práctica antigua, la cual se modificó a consecuencia de las conmociones políticas del reino de 1521. Se ve, en efecto, que el cardenal Adriano, gobernador de él, mandó a la ciudad en carta escrita desde Vitoria en 18 de Agosto de 1522 que entregase una de las llaves al Capitán general de la provincia D. Beltrán de la Cueva, como lo verificó. Así bien consta que por Real orden fechada. en Monzón a 22 de Agosto de 1542 se dispuso que una de las llaves de las puertas tuviese la ciudad, y la otra el Comandante general, con expresión de que no se tomaba esta determinación por desconfianza de los Capitulares, sino para mayor seguridad de la plaza.

/055/ Esta prerrogativa de los alcaldes de San Sebastián fue confirmada por Reales órdenes expedidas en los años de 1566, 1581 y 1738, de que hay noticia. Suscitose, no obstante, en el de 1762 una cuestión con el Comandante general sobre si el derecho de conservar la ciudad las llaves se extendía a la puerta del Mirador del castillo, que cae sobre el muelle, o debía limitarse a la de tierra, según pretendía aquel jefe militar. La Real orden de 22 de Febrero del mismo año decidió esta diferencia a favor de la ciudad, al mandar que se siguiese observando la práctica de basta entonces. Así se hizo con posterioridad, aunque con no poca repugnancia de los jefes militares, que no podían consentir en la intervención de la autoridad civil local en dicho acto, dirigido únicamente a asegurar el estado de la plaza. Pero aun este privilegio cesó del todo a consecuencia de la ocupación de esta por los franceses en 1794. A pesar de eso, la ciudad conservó después, y aun en el presente siglo, el empleo de llavero, en signo de la posesión de aquel antiguo privilegio, importante en su tiempo, de poca o ninguna utilidad últimamente.

En esta plaza solía residir un gobernador militar de la clase de coronel o brigadier, un teniente rey, sargento mayor, dos ayudantes y un capitán de llaves, y el castillo estaba al cargo de otro gobernador asistido de un ayudante. Hallábase dotada además en lo antiguo con tres compañías de infantería, y más adelante con un batallón de la misma arma, con la plana correspondiente de ingenieros y artilleros, que variaba según las circunstancias. Hoy día, en que su fortificación está reducida al Castillo de la Mota, la dotación de éste consiste en un gobernador de la clase de teniente coronel con su ayudante, y para el servicio de sus baterías existen...... artilleros. Dentro de la ciudad en sus antiguos cuarteles se conservan, no obstante, todavía sobre ....... hombres de infantería /056/y ...... de artillería, con sus correspondientes jefes y oficiales. Todas estas fuerzas se hallan al mando del Comandante general, de la clase de brigadier.

San Sebastián, cuyo reducido terreno intramural no permitía extender la edificación, según reclamaba su aumento de población, gestionó cerca del gobierno para el derribo completo de las murallas de la plaza.