Lurralde inves. esp.

24 (2001)

p. 315-327

ISSN 1697-3070

GEOGRAFIA MEDICA DEL VALLE DE ARAN (1913)

 

Recibido: 2001-03-15

Aceptado:2001-06-11

 

© Francisco FEO PARRONDO

Departamento de Geografía

Univ. Autónoma de Madrid

 

Laburpena:

Aran ibarreko Geografia Mediko argitaragabea (1913)

Aran ibarreko argitaratu gabeko Geografia Mediko batek (1913) zehatz-mehatz aztertzen ditu eskualde horretako egoera demografikoa, osasun egoera, faktore fisikoen eragina –uraren kalitatea eta elikadura–, giza faktoreen eragina…, eta, bukatzeko, herritarrei eragiten zieten gaixotasun nagusien azterketa arina egiten du.

Gako-hitzak: Aran ibarra, Lleida, Pirinioak, geografia medikoa.

Resumen: La Geografía Médica inédita del Valle de Arán (1913) analiza de forma pormenorizada la situación demográfica y sanitaria de esta comarca, la influencia de los factores físicos y humanos como calidad del agua y alimentación, para concluir con una revisión somera de las principales enfermedades que afectaban a la población.

Abstract: The Medical Geography unpublished of the Valle de Arán (1913) analyses in a precise way the demographic and sanitary situation of this district, the influence of phisical and human factors such as water quality and feeding. Finally, there have been examined the main diseases affecting its in habitants at that time.

Resumé: La Geographie Medicale inedite du Valle de Arán (1913) analyse en détail la situation demographique et sanitaire de cette contrée, l'influence des facteurs physiques et humaines tels que la qualité de l'eau et l'alimentation, por conclure par une révision des principales maladies dont la population a été victime.

 

1.- Introducción

A lo largo del siglo XIX y primera mitad del XX proliferaron los estudios de geografías o topografías médicas que presentan un interés notable no sólo para los estudiosos de la Medicina o de la Geografía sino también para los de otras ciencias sociales, de las ideas medioambientales, etc. Asimismo, su consulta puede resultar muy valiosa para los estudiosos de la vida local, en sus vertientes demográfica, social, agraria, urbana, etc. Estas geografías médicas se definían como el estudio de las relaciones existentes entre el medio físico y social y el estado de salud de la población.

La abundancia de este tipo de estudios va asociada a su condición de "programa de investigación institucionalizado" (Urteaga, 1980, pp.38) al ser convocados premios anuales por las Reales Academias de Medicina que consistían en la publicación en forma de libro de los estudios ganadores. Unas doscientas fueron publicadas entre 1800 y 1940 y otro centenar, al menos, quedó inédito al no ser merecedor de premio, aunque estas cifras, apuntadas por Urteaga, creemos deben ser ampliadas ya que sólo menciona una de las tres existentes sobre el concejo asturiano de Tineo (Feo Parrondo, 1996) y ninguna de las tres de Aranjuez (Utanda Moreno, 1997), únicos municipios españoles que comparten el privilegio de tener tres geografías médicas.

Los enfoques conceptuales y metodológicos de este tipo de estudios han sido ampliamente estudiados (Urteaga, 1980; López Ontiveros, 1984; Olivera, 1986 y 1993; Feo Parrondo, 1996), lo que nos exime de detenernos ahora en este aspecto. Unicamente resaltar que el enfoque higienista estaba siendo reemplazado desde fines del XIX por uno más medioambientalista, preocupado por los problemas de nuevas enfermedades asociadas a los procesos de urbanización e industrialización, a los problemas de abastecimiento de agua, localización inadecuada de cementerios muy próximos a los núcleos de población, etc. (Utanda Moreno y Feo Parrondo, 1995).

En esta línea investigadora se debe incluir la "Topografía médica de la villa de Viella y general del valle de Arán" que se conserva inédita en la Reial Acadèmia de Medicina de Catalunya en Barcelona. Bajo el lema "La diosa Higea reside en las montañas" fue presentada a concurso en septiembre de 1913 y premiada con medalla de oro y diploma de académico correspondiente a su autor, el doctor don Joaquin Vilar Ferrán, residente en Barcelona. Estos premios no supusieron que se publicase a diferencia de otros similares realizados por el mismo autor sobre el municipio madrileño de Villanueva de la Cañada (1917), el asturiano de Cabrales (1921) y los también madrileños Villa del Prado (1920) y Móstoles (1922), estos últimos en colaboración con Salvador Caracuel Farrugia.

Tras escribir esta geografía médica del valle de Arán, todo apunta a que fué también el autor del anónimo "Estudio fisiológico de la ración alimenticia del obrero agrícola del Pirineo Central (Valle de Arán)", fechado asimismo en 1913 y que se conserva inédito en la Real Academia Nacional de Medicina de Madrid. Aunque parecen escritos con máquinas distintas, las anotaciones posteriores a mano parecen indicar que son obra del mismo autor ya que hay bastante similitud a la hora de redactar, frases prácticamente idénticas, coincidencia de numerosos datos estadísticos, etc.(Feo Parrondo, en prensa).

La topografía médica inédita de Vilar Ferrán, con un total de 109 folios a máquina por las dos caras (incluye también algunos mapas sencillos y fotografías) sirve de base al presente trabajo, que sólo pretende darla a conocer para tener una mayor y mejor documentación sobre este valle en las décadas iniciales del siglo XX.

2.- Delimitación espacial y medio físico

En estos apartados se engloba, junto con algún bosquejo histórico, casi la mitad de la obra de Vilar Ferrán, quien empieza ubicando el valle de Arán en el extremo noroeste de la provincia ilerdense, en pleno corazón del Pirineo Central, lindando con los partidos judiciales de Sort y Tremp al mediodía, con el oscense de Boltaña al oeste y con los departamentos franceses de Bagneres de Luchon, Alto Garona y Ariège en el norte.

El valle de Arán, partido judicial desde 1835, constaba de 18 municipios que ocupaban una superficie de 72.813'91 hectáreas, de las cuales 8.841'80 correspondían a Viella, cabecera y capital administrativa del partido, situada a 980 metros sobre el nivel del mar en una llanura ondulada en la margen izquierda del Garona en su confluencia con el río Negro, y rodeada de elevadas sierras, casi siempre cubiertas de nieve que dificultaba las comunicaciones del valle con zonas colindantes: "en línea recta dista Viella de la ciudad de Lérida 118 kilómetros y 175 por el camino del puerto de la Bonaigua, cuenca del río Noguera Pallaresa, Tremp, Artesa de Segre y Balaguer, única vía de comunicación que tiene el Valle con el resto de la provincia y con la Península Ibérica, pues de las otras, incluso las más frecuentadas como son la del puerto de Viella que da acceso a la ribera del Noguera Ribagorzana y la del puerto de la Picada que comunica con el valle de Benasque (Huesca) son impracticables muchos meses del año a causa de la nieve. Con frecuencia, el puerto de Pallars, o de la Bonaigua, se encuentra en igual caso, en particular en los meses comprendidos entre noviembre y marzo, época de las grandes nevadas. Cuando esto ocurre, los araneses quedan completamente incomunicados con el resto de España" (pp. 1 bis).

Vilar Ferrán hace un análisis detallado de la geología y orografía del valle que, por razones de espacio y proliferación de estudios geográficos más modernos y completos, dejamos sin analizar con la minuciosidad que él hace. Unicamente mencionaremos que Montgarri, a 1.700 metros sobre el nivel del mar, era el núcleo español más elevado y poblado todo el año a pesar de los "inviernos siberianos en que están por completo bloqueados por la nieve y sufre la acción de un viento huracanado y glacial que sopla constantemente" (pp. 16 bis).

También concede gran importancia a la hidrografía del valle: "constituido el valle de Arán por grandes macizos montañosos de formas abruptas, cubiertos de nieve casi todo el año en su parte superior y poblados por grandes masas de arbolado en su parte media, es natural que broten en él, como así ocurre, gran número de manantiales, origen de los muchos ríos y arroyos que serpentean por su territorio" (pp. 18) y que acaban confluyendo todos en el Garona, en cuya cabecera llegó a haber un glaciar de 70 km de largo que paulatinamente fue reduciéndose al entorno del lago Sanoredo a unos 2.000 m. de altitud.

Desde un punto de vista médico, merecen un análisis más pormenorizado las abundantes "aguas minero-medicinales, algunas muy acreditadas ya en la época romana". En 1913, se explotaban únicamente las sulfurosas termales de Lés, Artias y Tredós aunque ninguna figuraba en la Guía oficial de aguas minero-medicinales de España que anualmente se publicaba con la autorización del Ministerio de Gobernación. No se explotaban las sulfurosas termales de Garós, las ferruginosas y nitrogenadas de Bosost ni las ferruginosas y magnésicas de otras localidades.

Las de Lés surgían de una sola fuente con un caudal de más de 325.000 litros diarios a unos 35º. Para su explotación había un establecimiento con 20 bañeras, duchas, cantina y habitaciones para enfermos y un buen hotel restaurant con confort moderno. Estas prestaciones eran, según Vilar Ferrán, en cambio, detestables en Artias, "motivo por el cual son poco concurridos. Se da el caso, de que junto al balneario existen abundantes canteras de mármol blanco, piedra que utilizaron en la construcción del edificio y sin embargo sus bañeras son de cemento antiguo, materia que si no está sujeta a una escrupulosa limpieza -como allí ocurre- da siempre un aspecto sucio y asqueroso" (pp. 23 bis).

El balneario de Tredós "consiste en un edificio rectangular de un solo piso, en cuya planta baja tiene instaladas unas bañeras de repugnante aspecto, sirviendo la parte superior de hospedería para los enfermos, al propio tiempo que de albergue, al estilo del Hospital del Puerto de Viella, para los que viajan por aquellos lugares. Este balneario es menos concurrido todavía que el anterior, seguramente por padecer de los mismos defectos de instalación que el de Artias; circunstancia que es de lamentar por cuanto reune condiciones inmejorables de emplazamiento" (pp. 23 bis). Estaba a unos seis kilómetros de Tredós, en la orilla izquierda del Aigua-Moix, en un paraje espléndido, rodeado de frondosos bosques y hermosos prados a 1727 metros sobre el nivel del mar, el más alto de España por encima de los 1700 del de Benasque, 1636 de Panticosa y 1545 de Caldas de Bohí. Vilar Ferrán reincide en la necesidad de mejorarlos: "los baños de Tredós con las mejoras de confort necesarias, podrían convertirse, sin gran esfuerzo, en un excelente sanatorio, así como de centro de excursiones, interesantísimo para los que practican el alpinismo y para todos los que en la estación estival, eligen la montaña para vivir en plena naturaleza" (pp. 24).

Como en casi todas las topografías médicas, el agua ocupa un lugar destacado por su importancia para el consumo humano y animal y por el riesgo de que transmitiera enfermedades. Según Vilar Ferrán, en el valle de Arán, con las medidas necesarias, todas son aprovechables para el consumo. Sin embargo, "teniendo en cuenta que el desagüe de los prados cercanos a un poblado, va a parar al río, hacen que estas sean peligrosas para el consumo y usos domésticos, pues es muy general en el país aranés, abonar sus campos con estiércol mezclado con deyecciones humanas; que las lluvias, torrenciales algunas veces, arrastran dichos materiales hacia el río pudiendo ser causa de infección del agua. Además, su principal arteria, el Garona, atraviesa distintas urbes y recoge la excreta de todo el valle de Arán" (pp. 24 bis). Este motivo hace que los araneses consumiesen agua de arroyos que no atravesaban poblados y, sobre todo, de las numerosas fuentes de que disponen, cuyas aguas podían calificarse como muy potables y puras.

Viella contaba además con dos depósitos de agua procedente del río Negro de los que partían cañerías de hierro que repartían el agua entre diez fuentes públicas y abrevaderos y el resto en cañerías de plomo a las casas particulares. A Vilar Ferrán le parecía poco oportuna la ubicación de estos depósitos debajo de una fábrica de lana, un molino y dos aserradoras ya que los restos orgánicos solían acabar en los depósitos, en especial partículas de lana que podían contener gérmenes de viruela, glosopeda y otras epizootias que eran una amenaza permanente para la salud pública. Según Vilar Ferrán, "además, como va a parar directamente a los depósitos, sin pasar filtro de ninguna clase, en los días de lluvia, tan frecuentes en Viella -155 al año por término medio- sale el agua muy turbia, con lo cual deja de ser potable. Si a esto se añade que la marcada inclinación de los terrenos que forman la cuenca del río, arguye el arrastre de los elementos depositados en sus laderas, que en las proximidades de la urbe, en propiedades particulares, del sitio por donde discurre el mismo, las materias arrastradas pueden ser estiercol, excrementos humanos, animales muertos y demás materias orgánicas en descomposición, es evidente lo defectuosa de la instalación de referencia y la necesidad (si no tan perentoria como sería en otras localidades que no reunieran las condiciones naturales de higiene de Viella) de sustituirla por otra que ofrezca todas las garantías indispensables" (pp. 25-25 bis).

La epidemia de fiebre tifoidea (Fontanals, 1913) forzó a elaborar un proyecto para abastecer de agua a Viella desde la fuente de la Palanca elaborado por el propio doctor Francisco Fontanals, director del parque sanitario de la Diputación de Lérida y que ya estaba en vías de realización con la construcción de un depósito con capacidad para 96.000 litros y cañerías de acero que enlacen con las ya existentes, que serán desinfectadas cuando se concluya el proyecto cuyos aspectos técnicos eran responsabilidad del ingeniero Juan Blazquez Borés y que merecían, según Vilar Ferrán, el calificativo de irreprochables por la pureza y potabilidad del agua que abastecería a la población de Viella.

La abundancia y calidad de las aguas se debía a la altitud del valle y a que sus cumbres solían estar cubiertas de nieve la mayor parte del año, especialmente las orientadas al norte, en las que el clima era frío en verano y riguroso en invierno, suavizándose en los pueblos orientados al mediodía y en los que ocupaban la parte más baja del valle. Joaquin Vilar maneja datos precisos de las temperaturas de Viella que señala se deben a la estación meteorológica creada en 1908 por Julio Soler y provista de modernos aparatos de precisión. Su ubicación en el centro del valle sirve de referencia para el resto: la temperatura media en el periodo 1909-1912 había sido de 7'6º, la mínima de -15'5º en diciembre de 1910 y la máxima de 36'5º en agosto de 1909.

El verano se reducía a un mes (del 15 de julio al 15 de agosto), el otoño duraba hasta finales de septiembre y en octubre se iniciaba un prolongado invierno que no terminaba hasta comienzos de junio y reducía la primavera a mes y medio.

Las lluvias frecuentes (unos 150 días al año) solían ir acompañadas de nieve desde la primera mitad de septiembre en las zonas altas y desde noviembre a finales de mayo en las zonas bajas. En mayo suelen desprenderse grandes aludes de nieve que no sepultan los pueblos al verse frenados por los extensos bosques.

Vilar Ferrán apunta también que hay numerosos estudios de prestigiosos botánicos sobre la flora del valle aunque entre todos "no han podido catalogar más allá de unas 350 plantas, seguramente por su poca estancia en el país o por las dificultades que para herborizar presenta un territorio tan accidentado, ya que, el que ha querido dedicarse a esta clase de trabajos, además de botánico ha debido ser experto alpinista" (pp. 35 bis). Este déficit había sido subsanado recientemente por el botánico Manuel Llenas (Llenas, 1912) quien llegó a catalogar unas mil especies distintas que Vilar extracta en un amplio listado (pp. 36-51 bis).

Los bosques ocupaban unas 65.000 hectáreas y en ellos predominaban los castaños hasta los 600 m. de altitud, las hayas de 600 a 800 m., el abeto entre 800 y 1300 y el pino negro entre 1300 y 1800 metros de altitud. Aunque se habían introducido algunos frutales (vid, melocotonero, almendro) se abandonaron pronto al no poder lograr que dieran frutos.

En el apartado destinado a la fauna, Joaquin Vilar señala que "muchas especies que vivían en el valle de Arán hoy han desaparecido por entero, y otras están en vías de extinguirse" (pp. 53) lo que no le impide incluir un amplio catálogo de las especies faunísticas existentes en 1913 (pp. 53 bis-58). El lobo se había extinguido hacía unos veinte años, lo mismo que el conejo de bosque. Apenas quedaban algunos ejemplares de lince, armiño, bucardo y ciervo. En cambio, abundaban gamuzas (en rebaños de 50-100 cabezas), osos, perdiz blanca, pavo silvestre, y en los ríos diversas variedades de truchas, algunas de las cuales llegaban a pesar 6-8 kilos, etc.

3.- Economía del valle de Arán

Aunque hay frecuentes referencias a lo largo de la obra sobre aspectos diversos de la economía aranesa, esta merece muy poca atención específica al dedicarle Vilar Ferrán únicamente el capítulo noveno.

La agricultura proporcionaba muy pocos productos para la alimentación de los araneses por la escasez de tierras cultivables, limitadas a los márgenes del Garona y de algunos de sus afluentes. En total ocupaban 8.137'34 hectáreas en todo el valle (de ellas 424'95 en Viella), cifra inferior a la de algunos municipios del Vallés, Ampurdán o Campo de Tarragona.

Había rotación de cultivos, alternando cereales, leguminosas y forrajes. Los cereales se sembraban en el bajo y medio Arán en la primera quincena de octubre y se recogían a mediados de agosto (y rara vez a finales de julio). En los sitios altos la recolección se retrasaba a finales de agosto y/o primera quincena de septiembre. La cosecha se veía afectada un 80% de las veces por el frío intenso.

Tanto en cereales como en legumbres su producción era insuficiente para el consumo, teniendo que importar harinas y otros productos desde Barcelona. Únicamente se generaban excedentes exportables de patatas ya que cada vecino recogía entre 500 y 1.000 kilos anuales. También era abundante la producción de heno (dos cosechas anuales en las riberas y una en las zonas altas) que se curaba en julio para alimentar el ganado en invierno. Los prados eran bastante productivos por regarse y abonarse con estiércol abundantemente, lo que se traducía en que sus precios casi doblaban los de las tierras de cultivo: 1.000 y 550-650 pesetas respectivamente cada 28 áreas, superficie equivalente a la trabajada en una jornada laboral.

La ganadería constituía la principal riqueza por la abundancia de pastos que producen sus prados naturales, suficientes para alimentar unas 70.000 cabezas, de las cuales unas 40.000 eran propiedad de los araneses y las 30.000 restantes procedían de Aragón, Cataluña y, sobre todo, de Ariège (Francia) y sus dueños arrendaban los pastos propiedad de los municipios.

El total del ganado indígena era de unas 14-15.000 cabezas de lanar, 4.000 vacas de recría, otros 4.000 bueyes o terneros y 2-3.000 cabras, pero el mayor negocio lo constituían los caballos (unas 2.000 cabezas) y mulos (otras 2.000 cabezas) de recría, que eran comprados recién nacidos en los mercados franceses y exportados luego a Francia y España a buen precio por su notable calidad.

También tenía gran importancia para la economía aranesa la pesca de truchas, especialmente las asalmonadas, en sus ríos y estanques, que se vendían en verano (unos 35-40 kilos diarios) en Bagneres de Luchon y otros puntos de Francia con buenos márgenes de beneficio. También se exportaban en verano a Francia abundantes piezas de caza: liebres, perdices y, sobre todo, gamuzas. Menos significativas eran las exportaciones por vía fluvial o carretera de madera de construcción.

Asimismo se exportaba a Francia y Bélgica sulfuro de zinc solo o mezclado con sulfuro de plomo que se extraía en Guerri, Montuliu y Forcall por empresas de capital extranjero y que no reportaban a los araneses "más utilidad que el producto de los jornales de bracero y estos todavía menguados, pues a causa del clima se trabaja en las minas únicamente seis meses al año. Los acarreos se hacen por cable aéreo en el puerto de Urets y en Pontaut; en los demas sitios en carretas y sobre bastes, en mulos" (pp. 60 bis). También existían yacimientos de cobalto, hierro y otros minerales que no se explotaban pero que, según Vilar Ferrán, podían tener gran porvenir cuando mejorasen las comunicaciones del valle con nuevas vías.

Las deficiencias productivas se subsanaban con compras en Sort, Pobla de Segur, Tremp, Benasque y Grau, pequeños centros comerciales a los que acudían los arrieros de todos los pueblos araneses y "cuyo tráfico ha disminuido mucho últimamente, gracias a una Real Orden promulgada en 1902 que concede el libre tránsito por Francia a diversos productos nacionales. Con esta medida, pueden los araneses surtirse en todo tiempo en los grandes mercados de la Península de harinas, vino, aceite, jabón, cueros para zapatería y talabartería, alpargatas, sal, cerillas y tabaco, etc., que en ferrocarril por Irún o Port-Bou van a Mariñach (estación francesa) y de allí, por carretera, entran en el valle. Están exceptuados de este beneficio: el petróleo, ropas, alcohol de más de 16º, coloniales y otros artículos" (pp. 61). Vilar Ferrán señala que "el comercio de importación que se verifica en mayor escala es el de vinos, aguardientes y licores; considerable con relación a lo reducido de la población aranesa: 78 vagones de vino entraron el año último en el valle de Arán" (pp. 61).

La actividad industrial era muy reducida, siendo la más importante la fabricación de quesos y mantecas que estaba "muy poco adelantada, no obstante la justa fama de buenos que tienen estos productos en las comarcas vecinas. Antes, en cada casa elaboraban los quesos destinados a su consumo particular; en forma primitiva, valiéndose de cachivaches domésticos. Hoy, está concentrada esta industria a las cabañas de pastores, llamadas orrits, donde los hacen de un modo rutinario con leches mezcladas de cabra y oveja, de las que separan el suero, tuestan ligeramente su corteza y los dejan secar envueltos en paja o hierba, por espacio de un año, pasado el cual y gracias a un principio de fermentación butírica, se vuelven pastosos y ya pueden comerse. Son de gusto exquisito y fino, como todos los quesos fermentados, pareciéndose mucho al Camemberg. Pesan unos 10 kilogramos y se fabrican en las cabañas levantadas en Beret, Parrós y Forcall. Su producción total asciende a unos 1.500 kilogramos por año, exportándose la mayor parte a Francia" (pp. 61-61 bis).

Vilar Ferrán constata la existencia de una fábrica de paños de lana en Las Bordas, otra de batanear y tejer lana en Viella, diversos telares manuales para lino o cáñamo en los que trabajan en invierno las mujeres; molinos harineros en Vilach, Betren, etc., varias aserradoras mecánicas movidas con fuerza hidráulica "pero tan poco importantes que no bastan siquiera para el consumo del país" (pp. 61 bis).

4.- Poblamiento y equipamiento de los núcleos

Vilar Ferrán concluye la primera parte de su obra con un capítulo décimo titulado "agrupaciones urbanas" en el que repasa el poblamiento aranés. La primera característica es la ausencia de masías aisladas por los rigores del clima y la escasa superficie cultivable, salvo algunas que sirven de refugio cerca de los puertos de montaña. El poblamiento es concentrado y todas las localidades se ubican en las proximidades del Garona o sus afluentes salvo Montgarri que está en la del Noguera Pallaresa. Los 18 municipios incluyen 31 pueblos y dos caseríos o poblados, próximos entre sí y bastante pequeños ya que muchos no llegan a las 25 casas.

Joaquin Vilar realiza una descripción detallada de cada pueblo agrupándolos en dos bloques: región baja (de Puente de Rey a Viella) y alta (de Viella a Montgarri) para concluir con un análisis aún más minucioso de Viella. En cada pueblo suele facilitar datos de superficie, casas habitadas, altitud, iglesias, castillos, servicios de que dispone (escuelas, cementerios, correos, carreteras, etc). Sorprendentemente, no menciona la existencia de centros sanitarios ni personal médico en los núcleos y, en este apartado, sólo cita los balnearios anteriormente apuntados. En el apartado de servicios educativos constata la existencia de escuelas "incompletas" en la mayor parte de los núcleos intermedios y para los dos sexos en los mayores. Por ejemplo, Lés con 2.638'60 hectáreas de extensión y 135 casas contaba con una escuela pública y otra particular de una comunidad francesa expulsada del país vecino, aduana, administración de correos y telégrafo público, restos de un castillo, iglesia moderna, balneario y una carretera que atravesaba por el centro de la población.

Casi todos los municipios contaban con iglesias más o menos antiguas, como el resto de las casas aunque en estas últimas se estaba imponiendo el modelo de chalets al estilo francés (Las Bordas, Betlan) mientras la mayor parte de las antiguas no ofrecían sus edificaciones notoriedad alguna (Casarill, Vilach).

Viella, cabeza del partido judicial del valle, contaba con un hospital refugio y 290 edificios de los que sólo 169 eran casas habitadas. Celebraba ferias el 18 de septiembre y 8 de octubre y "tiene el tipo de las poblaciones del norte de Europa, carácter que es general en todas las urbes del valle. La parte vieja con sus calles estrechas y empedradas, con mansiones señoriales antiguas, de artísticos ventanales y escudos de armas, ostentando restos de lo que en otro tiempo fueron fortificaciones, tiene cierto aire medieval. La nueva, con sus chalets y edificaciones modernas, estilo holandés -semejantes a las de las comarcas francesas vecinas- sus calles más espaciosas y su paseo, todo ello en un marco de elevadas montañas cubiertas de bosque, prado y nieves, le da un aspecto, en verano, de los pueblos de Suiza, y en las demás estaciones, parecido a los países escandinavos. Si su río fuese navegable, el paisaje sería el de un fiord de Dinamarca" (pp. 74-74 bis).

Los edificios de Viella estaban adaptados a las condiciones climáticas: muros gruesos de piedra, aberturas al mediodía, ventanas dobles (la exterior de madera y la interior de vidrio), tejados de pizarra (los antiguos eran de paja) muy inclinados para que no se acumule la nieve, etc. En la planta baja estaban los establos y almacenes de hierba y leña y en la alta los dormitorios, separados por tabiques de madera recubiertos. La ventilación era deficiente al abrirse poco las puertas y ventanas. Por el contrario, las calles estaban bien ventiladas, su suelo se empedraba con guijarros, eran llanas en dirección E-O y con pendiente en las N-S, especialmente en la parte alta de la villa.

Contaba con iglesia, ayuntamiento, hospital refugio, una fábrica de batanear y tejer lana, telares para cáñamo o lino, lavaderos en el río Negro, hospital benéfico, cementerio a unos cien metros del casco, dos escuelas públicas (una para niños y otra para niñas) y dos privadas de órdenes religiosas procedentes de Francia (la de frailes para niños cumplía las condiciones higiénicas pero no la de monjas para niñas), cárcel pública en la plaza mayor, alumbrado desde septiembre de 1911 en calles y casas, matadero municipal abandonado, carretera de Saladú a la frontera francesa, correo, telégrafos, juzgados, escribanía, registro de la propiedad, notaría, etc.

5.- Características demográficas

La densidad de población en el valle de Arán era de 11'4 habitantes por kilómetro cuadrado, algo menos de la mitad de la provincial (23'45) y menos de un tercio de la española (39'49), aunque similar a la de los valles pirenaicos próximos, tanto españoles como franceses. Esta situación se debía a la fuerte emigración estacional (en invierno) o definitiva que en Arán, según Vilar Ferrán, "sea por la facilidad de adaptación a las lenguas extranjeras, por motivos étnicos o por otras causas, la emigración reviste, carácter alarmante" (pp. 83-83 bis). Esta valoración queda justificada al pasar la población del valle de 11.272 habitantes en 1860 a 6.389 en 1910, reduciéndose un 43'3% en solo medio siglo. Este descenso se debía exclusivamente a la emigración ya que la natalidad superaba a la mortalidad.

El éxodo no se debía tanto a crisis comarcal (la economía había mejorado con las comunicaciones y explotaciones mineras) sino al auge industrial y comercial de Francia desde 1870 (en casi todos sus departamentos había familias aranesas), Italia, Suiza, etc.

Una de las características biológicas de los araneses es el retraso en su desarrollo fisiológico: "de tipo alto, cuando llegan a la edad reglamentaria para el servicio del Ejército, algunos resultan inútiles por falta de talla, lo que no impide que 2 ó 3 años después, midan estos mismos individuos, 1'80 metros" (pp. 85). Según Vilar Ferrán, "la pubertad es asimismo tardía: empieza de los 18 a los 20 años, la menstruación es rarísima antes de los 18, dándose casos muy tardíos (de los 25 años en adelante). En cambio el periodo sexual resulta prolongado, pues la menopausia no acostumbra a presentarse hasta los 52 años, existiendo un caso en Uña que a los 70 años pudo concebir" (pp. 85).

El nivel de instrucción de los habitantes de Viella era algo superior al español y notablemente mejor que en los valles vecinos del Noguera Pallaresa y Noguera Ribagorzana. Un 55'3% sabían leer y escribir, siendo el porcentaje de analfabetos una décima parte mayor entre las mujeres que en los hombres, lo que puede entenderse teniendo en cuenta que a las dos escuelas masculinas acudían unos 125 alumnos y a las dos femeninas unas 90 solamente.

La religión predominante era "la oficial del Estado español, abundando más la indiferencia que el fanatismo" (pp. 86 bis) y "el mayor grado de ilustración que poseen los sacerdotes de Arán sobre sus colegas rurales de otras comarcas, es la mejor garantía para que sepan cumplir su misión de paz sin necesidad de invadir otros terrenos ajenos al religioso, como desdichadamente ocurre en muchos pueblos de Cataluña" (pp. 86 bis).

Según Vilar, el aislamiento ha forzado a los araneses a ser sobrios (salvo en las bebidas alcohólicas), modestos, reservados, resignados y luchadores, patriotas y caritativos. Vilar Ferrán describe algunas costumbres festivas pero señala que los bailes típicos han desaparecido salvo el "ball plá" de Caneján. Pervivían, en cambio, ciertas costumbres peculiares del valle: bautizos mayoritarios con madrina y sin padrino, ausencia de los padres de los novios a las bodas, de los hijos herederos en los entierros de sus padres, etc.

Los araneses solían ser políglotas y hablar francés, castellano y catalán (según el origen de sus interlocutores) y entre ellos, aranés.

La indumentaria, como en todas partes, estaba cambiando y tendía a unificarse por la influencia de las comarcas francesas colindantes. Vilar Ferrán describe la vestimenta tradicional: "antiguamente era muy pintoresca. En los adultos, las clases acomodadas del sexo masculino usaban levita negra y sombrero de copa y los jóvenes barretina encarnada. Las señoras, corpiño de seda y faldas con volantes de terciopelo; red en la cabeza y alpargatas bordadas; en la mano llevaban un pañuelo moquero blanco bordado y en el cuello gargantilla de plata u oro; usaban también joyas de los mismos metales en forma de sortijas y pendientes. La clase obrera y menesterosa vestía igual que lo hacen actualmente las que habitan en las distintas comarcas de la alta montaña de la provincia de Lérida, o sea calzón corto, barretina y alpargatas de cinta; indumentaria que cambiaban en los días de lluvia por sombreros de fieltro de ala ancha, redondos, zuecos o abarcas y chaquetas de bureau (lana) que les resguardaba del frío y la humedad" (pp. 90 bis).

Los cambios habían sido significativos en las décadas anteriores y, como consecuencia, "en la actualidad ha desaparecido casi por completo este modo de vestir, habiéndose sustituído el sombrero de copa y la barretina por las distintas clases de sombreros modernos, la gorra y la boina; ésta última muy generalizada en el valle. En el calzado subsisten aún las alpargatas y algo los zuecos, alternando esas prendas con las botas de cuero con gruesos clavos de hierro en las épocas de nieve, a las que añaden, cuando ésta está congelada, unos artefactos llamados <grapas>, especie de cuchillos o pinchos de acero que se colocan en el tacón de la bota, al objeto de evitar las resbaladuras. La ropa interior que usan en verano es de cáñamo o lino, y en invierno de lana o algodón, abrigándose exteriormente con mantas o capas de lana, según sea el frío reinante" (pp. 90 bis).

Desde un punto de vista sanitario, Vilar Ferrán no duda en afirmar tajantemente que "el vestido moderno, que es semejante en todos los países, es también igualmente defectuoso" (pp. 90 bis) porque el algodón y la lana, muy empleados en los tejidos por los araneses como en el resto de zonas de montaña, contribuyen a conservar el calor del cuerpo pero dificultan la aireación del mismo.

La alimentación solía ser un tema ampliamente valorado en las geografías médicas por sus repercusiones sanitarias y laborales. Según Vilar, "no se conoce en el Valle de Arán ningún plato o guiso que sea especial de la comarca. Antiguamente era muy generalizado el uso del <carrau>, pan de trigo y centeno mezclados, como también del llamado <mesturet>, pan fabricado con harina de alforfón que consumían en invierno las clases pobres, junto con las <farinetas>, especie de puré hecho con leche y harina de maíz" (pp. 91).

El mesturet y las farinetas se seguían consumiendo aunque en cantidades insignificantes, "estando limitadas a la comida de la noche que dan algunos propietarios a las mujeres que trabajan en sus fincas" (pp. 91 bis).

Como en todas partes, la distribución, cantidad y calidad de alimentos y bebidas estaban condicionadas por la situación económica, el trabajo que se realiza y las circunstancias climáticas. Las clases ricas aranesas, minoritarias, no tenían problemas para conseguir una alimentación sana y reparadora.

La clase trabajadora, en verano, solía desayunar pan y aguardiente al amanecer; sopa, pan, queso y vino a las siete de la mañana; vino y pan a las diez; olla (compuesta de patatas, judías y tocino), carne (carnero o cabrito) o bacalao, pan, queso y vino a las doce; pan, queso y vino a las cuatro de la tarde (merienda) y olla de patatas y legumbres, guiso de carne o bacalao, pan y vino (cena) hacia las siete de la tarde. Estas abundantes comidas se traducían en un consumo medio diario de un kilo de pan, 750 gramos de patatas y legumbres, 250 de tocino, bacalao y carne, 150 de queso, 3 litros de vino y 50 centilitros de aguardiente, y cantidades pequeñas de azúcar, café, etc.

Durante el invierno, con pocas actividades agrícolas o de otro tipo, el desayuno consistía en café con leche y pan suprimiéndose la colación de las diez de la mañana. En la olla del mediodía, la carne se solía sustituir por bacalao y disminuía la ración de vino pero aumentaba mucho (tres o cinco veces más) la de aguardiente entre los hombres. La cena se reducía a una olla sencilla y leche. En total, comían aproximadamente un 20% menos que en verano.

Para Vilar Ferrán, "tanto el régimen alimenticio en el periodo de reposo como en el de trabajo intenso, higiénicamente considerados, son apropiados y sanos en lo que respecta a los comestibles y excesivo y perjudicial en lo referente a las bebidas" (pp. 92). Vilar señala que la cantidad de alcohol consumido por los araneses es de cuatro a seis veces superior a la recomendada por los higienistas (pp. 93) con las consiguientes consecuencias sanitarias y sociales.

En capítulos como el dedicado a la nupcialidad, Joaquin Vilar no analiza datos de todos los municipios y se centra en tres que considera representativos de las partes baja (Lés), media (Viella) y alta del valle (Salardú). En estos tres términos la tasa de nupcialidad en la década 1903-1912 había sido de 9'86, 5'40 y 1'10 matrimonios por cada mil habitantes (la media española era entonces de 7'35). Las tasas más bajas de las zonas localizadas a mayor altitud se debían al fuerte éxodo rural apuntado anteriormente ya que, entre los que no emigraban, el porcentaje de casados era alto por tradición y, según Vilar, porque reducía la mortalidad (salvo en partos en mujeres), los riesgos de enfermedad, de suicidio, de criminalidad, etc.

La natalidad estaba regulada, según Vilar, "por la mortalidad y por la emigración, en el sentido de que ambas dejan pan y trabajo disponibles" (pp. 96). Por cada mil habitantes nacían 29'72 en Lés, 23'98 en Viella y 27'28 en Salardú, cifras todas ellas inferiores a la media española de 34'20. Las mayores tasas se daban al año siguiente de las mayores en nupcialidad, predominando el nacimiento de niños en Viella y de niñas en Lés y Salardú.

La mortalidad en el valle de Arán era de 20'50 por cada mil habitantes, inferior al 23'96 de la media española. La mortalidad por sexos estaba muy equilibrada (190 varones y 192 mujeres). En Lés la menor mortalidad se daba de junio a septiembre y la mayor en los meses de cambio climático (marzo y octubre-noviembre), afectando esta última especialmente a las personas de más de sesenta años. De los 154 fallecidos en Lés entre 1903 y 1912, dieciocho lo fueron por bronquitis capilar e igual cifra por enfisema pulmonar, nueve por gastroenteritis aguda y otros nueve por senectud. En Salardú la mortalidad mayor se retrasaba hasta más de setenta años, siendo sus principales causas arterioesclerosis, angina gangrenosa y tuberculosis pulmonar. En Viella la mortalidad se concentraba en los meses de marzo a mayo, afectando especialmente a mayores de sesenta años enfermedades como asistolia, arterioesclerosis y hemorragia cerebral.

En el valle, "el contingente mayor de defunciones se halla entre los 60 y 70 años y el mínimo de 5 a 15. Con relación al sexo se observa que la mujer tiene más longevidad que el hombre, seguramente porque aquella abusa menos del alcohol que éste" (pp. 102). También es necesario señalar que había alta mortalidad entre 70 y 80 años, lo que indica una elevada esperanza de vida (para aquella época) pese a la también notable tasa de mortalidad infantil: un 13'07% moría antes de cumplir un año.

El clima y el alcohol justificaban el predominio de enfermedades mortales del aparato circulatorio, del digestivo y del sistema cerebro-espinal y la casi ausencia de enfermedades infectocontagiosas ya que el clima y la altitud impedían el desarrollo de gérmenes patógenos. La mortandad en el valle podría "reducirse mucho el día que se dejen los hábitos alcohólicos y llegar a su mínimum si la higiene pública y privada fuese escrupulosa" (pp. 103) ya que en Arán "no se conocen enfermedades endémicas de ninguna clase. Se observan únicamente las propias de su clima riguroso y las debidas a la falta de higiene; (las) propias de todas las localidades de Cataluña, aunque, con menos frecuencia que en éstas, excepto las producidas por los abusos alcohólicos" (pp. 104).

Vilar Ferrán reincide constantemente en el abuso del alcohol como causa de enfermedades entre los aranes: "desde que existen las explotaciones mineras, se conocen casos de intoxicaciones por el plomo o por el zinc, muy comunes en esta clase de industrias. Pero la intoxicación que abunda en todos y cada uno de los pueblos araneses, tanto en los altos como en los bajos, es la producida por el abuso del alcohol" (pp. 108), hasta el punto que "es la mayor plaga que tiene la montaña y la que causa más víctimas" (pp. 108 bis) mientras cólera, viruela, sarampión, escarlatina, etc., prácticamente no habían afectado a los araneses en las décadas anteriores.

Vilar Ferrán concluye su topografía médica sobre el valle de Arán con un breve apéndice sobre "enfermedades sociales" en el que señala que apenas existían: pese al alcohol, ni la prostitución ni otros vicios tenían arraigo y la criminalidad era mínima, siendo forasteros la mayoría de los condenados por delincuentes, lo que era un buen índice de la moralidad de los araneses.

 

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© Francisco FEO PARRONDO, 2001