Lurralde :inv. espac. N. 29 (2006) p. ***-*** ISSN 1697-3070

 

América Latina ante el paradigma y

los desafíos de la globalización

Recibido:

Aceptado:

Asunción URZAINKI MIKELEIZ

Universidad de Deusto (campus de Donostia-San Sebastián)

Camino de Mundaiz,50

Apartado 1359

20080-Donostia-San Sebastián

 

Laburpena:

Idazlan honen helburua, globalizazioaren erronken aurrean Amerika Latinaren eskualdeko integrazio prozesuan eragozten duten potentzialtasun eta oztopoen inguruan -bere historiaren ondorio izan direnen-, gogoeta da.

Hitz gakoak: Amerika Latina, globalizazioa, eskualdeko integrazioa, mendekotasuna, pobrezia, gizarte-desberdintasuna.

 

Resumen:

Este artículo quiere ser una reflexión en torno a las potencialidades y a los frenos, producto en gran medida de su recorrido histórico, que interfieren en el necesario proceso de integración regional de América Latina ante el desafío de la globalización.

Palabras clave: América Latina, globalización, integración regional, dependencia, pobreza, desigualdad social.

 

Abstract:

This article Intends to be a reflection around the potentials and curbs, as a result mainly of it’s historical path, interfering the necessary regional integration process of Latin America faced with the globalization challenges.

Key words: Latin America, globalization, regional integration, dependence, poverty, social inequality.

 

Las múltiples formas en que se manifiesta el acelerado proceso de mundialización económica, cultural, técnica y social provocan, más allá del desconcierto, conciencia clara del cambio histórico al que estamos asistiendo y de su magnitud; por un lado, ponen de manifiesto las grandes oportunidades abiertas para el desarrollo y la integración de las partes del sistema a través de nuevas interdependencias y conexiones entre países, regiones y lugares, y al mismo tiempo, a la vista de la desigual posición de sus componentes y valorando los desequilibrios entre las partes, el nuevo mundo se presenta más como una amenaza para los más débiles o peor posicionados en la escena global.

En cualquier caso el intento de identificar los rasgos, procesos y factores que alimentan y sostienen la construcción del sistema ha abierto una extensa línea de reflexión teórica a la búsqueda de algunas claves que ayuden a su interpretación. Pero a la vez y desde perspectivas más concretas, conviene dirigir los interrogantes acerca de la posición que cada país (en especial, los pequeños países) deberá adoptar en este nuevo orden para hacerse oír en el concierto  mundial o con respecto al papel que debe jugar para obtener las ventajas de la globalización en este nuevo tablero de ajedrez en el que peones, alfiles, torres y caballos tienen que moverse sin conocer a ciencia cierta las reglas de juego del nuevo orden mundial.

En esa dirección pretendemos orientar este trabajo: tratar de comprender e interpretar algunas claves de la compleja realidad de América Latina, producto en gran medida de un determinado recorrido histórico y que en parte explican su posición ante el desafío del tercer milenio. Es una mirada desde la orilla europea, teniendo a Europa como referente –histórico y argumental- y quizá también como paradigma, una mirada hacia el Oeste a través del Atlántico que nos une y una mirada entre iguales que tienen problemas distintos y presencia desigual en el espacio mundo(1) en un momento en que América Latina parece haber salido del foco de atención de la actualidad internacional; frente a la constante presencia mediática del mundo asiático, ya sea por pura estrategia económica o por la inestabilidad política de los países islámicos, América latina ha quedado aparentemente relegada a un segundo plano.

Las cuestiones que se van a tratar parten de una primera hipótesis o principio: América Latina, este inmenso conjunto de territorios y sociedades que se extiende al Sur de Río Grande del Norte hasta la Patagonia y la Tierra del Fuego y que alberga una población que supera los 520 millones lleva en sus orígenes modernos, debido en parte a la herencia hispana, el germen de una gran región de dimensión y potencialidades suficientes como para haber podido compartir liderazgos en el actual sistema mundial con las potencias de mayor peso; entre otras no es poco el hecho de constituir un gran espacio –20 millones de Km²- con importantes y diversos recursos naturales y una población que participa de un patrimonio cultural común como herencia de una historia en gran parte compartida. Aunque no sea una condición imprescindible se convendrá en que la pertenencia a una misma familia lingüística facilita la cohesión y el entendimiento entre los pueblos y sociedades.

Pero mas allá o junto al hecho cultural está el precedente histórico de su posición en el mundo: lo cierto es que toda la historia de esta gran región desde fines del siglo XV se inscribe en una dimensión internacional. La internacionalización define las características de su población (el mestizaje y la yuxtaposición de pueblos y culturas es la muestra más evidente de este universalismo original)  y explica en buena medida los trazos más gruesos de la economía de América Latina construida en función del intercambio intercontinental, de la exportación y de la dependencia.  En realidad la historia moderna de América Latina y el Caribe ha estado siempre vinculada al nacimiento y desarrollo del capitalismo, europeo primero y después mundial, del que habría de surgir el actual estadio de internacionalización.

Y sin embargo, gran parte de esta experiencia y de ese potencial se frustró: lo que a partir de la independencia pudo ser una federación de países con entidad propia en el mundo se trocó en fraccionamiento político, en una coexistencia por lo demás “poco pacífica” de estados independientes que sigue siendo hoy una debilidad ante el reto del necesario redimensionamiento regional; y el internacionalismo, que sigue vigente, no ha logrado superar la situación de dependencia que ha mantenido y mantiene a estos países, afanados por salir del subdesarrollo, en un sistema de relaciones asimétrico en el panorama internacional.

Un enfoque panamericano del hemisferio resulta especialmente revelador de esta paradoja porque permite confrontar el “éxito” histórico de Estados Unidos o de Canadá con el resto del continente, la divergencia que, como apunta F. Fernández- Armesto (2004) es, quizá, “un producto de la historia, no del destino” y en consecuencia, un estado presente no necesariamente inevitable ni indefinidamente sostenible.

Desde el paradigma –y el desafío- de la globalización, comprender la realidad actual de América latina requiere, por tanto, una revisión de la historia para identificar las claves y los problemas del desarrollo regional, los procesos fundamentales que han conducido al actual entramado social, económico y político, y sus manifestaciones. Exige asimismo considerar los procesos de integración económica y funcional que van abriéndose paso frente a las fuerzas disgregadoras de raíz histórica.

 

1. La construcción histórica de América Latina en un espacio de contrastes geográficos y sociales

A nadie escapa que los modelos y oportunidades de inserción/integración en el sistema global dependen en gran medida de las características de cada país, de la disponibilidad de recursos naturales, del propio capital humano y social, de su capacidad de innovación; tiene que ver también con la eficiencia de los servicios e infraestructuras territoriales, dependerá de la eficacia del propio estamento institucional para lograr la confianza de sus interlocutores externos que está relacionada con la capacidad para establecer alianzas y complicidades.

En este sentido creo que conviene visualizar algunos de los aspectos mencionados anteriormente a una escala distinta a la puramente continental o, en todo caso, evaluar las singularidades de cada país como potencialidades, oportunidades o rémoras ante el redimensionamiento a escala regional que exige la globalización; a veces convendrá poner el acento en la diversidad para evitar la simplificación y, a veces, en los rasgos comunes a todos los países de habla hispana aun cuando se le observe con una perspectiva que quiere ser respetuosa con las individualidades. Porque a pesar de la diversidad social y territorial, América latina presenta muchos aspectos que invitan a buscar los elementos convergentes y los problemas participados, destacando quizá las singularidades por la vía de la gradación.

Desde este punto de vista América Latina se presenta hoy como una gran conjunto de países reticentes a la integración regional pero que tienen muchos aspectos en común. Por el momento y a pesar de ciertos progresos continúa siendo “esa región fallida, un gran espacio dependiente, dominado, abocado al exterior y permanentemente dirigido por intereses foráneos”, tal como era definida diez años atrás por Ricardo Méndez y Fernando Molinero en 1994(2).

Por otra parte muchas de estas cuestiones están a la vez en estrecha relación con su trayectoria previa, son resultado de procesos desarrollados a largo plazo, lo que significa que tienen un alto contenido histórico; y la historia en América Latina ha provocado la existencia de muchos elementos en común lo que justificaría de algún modo un tratamiento global.

Son muchos los rasgos que comparten con mayor o menor intensidad todos los países americanos de habla hispana: En su mayoría responden a la herencia colonial común que proporciona una gran homogeneidad a América latina; frente a la diversidad lingüística europea, esa herencia hispana se presenta asociada a una lengua y en parte también a una religión participada (siquiera como sustrato) por la inmensa mayoría de la población latinoamericana; tienen en común también la pertenencia al conjunto de países en desarrollo y ciertas especificidades estructurales de raíz colonial: la desigualdad social, la persistencia de la pobreza que afecta a un importante sector de la población, las disparidades internas en materia de estructuras productivas, escasa cohesión social, o el reciente y acelerado proceso de urbanización, los conflictos entre vecinos por problemas fronterizos..., las cuestiones ligadas a la reivindicación indigenista, etc.

Todos los países participan también, de un modo u otro y con distinto grado, de un parecido modelo demográfico, tanto en sus estructuras como en su dinámica: complejidad étnica (criollos, mestizos, mulatos, indígenas) y crecimiento sostenido a pesar de las pérdidas demográficas provocadas por la emigración; y en todos ellos persisten relaciones de dependencia como herederas directas del pasado colonial hispano, si bien los vínculos con las sociedades dominantes se manifiestan en la actualidad de diversas maneras y con desigual intensidad. América Latina es, en definitiva, un conjunto de historias paralelas que habían de cristalizar en situaciones y problemas comparables.

 

1.1. Las raíces históricas de la diversidad.

Pero frente a los rasgos comunes está la diversidad. En la configuración de la realidad actual de América Latina, diversa, heterogénea, hay dos ejes de coordenadas fundamentales, el tiempo y el espacio; el tiempo histórico materializado en tres grandes etapas: el periodo colonial hasta 1810 (independencia de Argentina), la etapa de consolidación de la independencia y del (neo)colonialismo (hasta 1898 que marca el fin de la presencia hispana residual) y la última etapa, el siglo XX, un tiempo que se resiste a la adjetivación y, en cualquier caso, caracterizado a grandes trazos por la inestabilidad política y el intervencionismo de EEUU, por la expansión de las inversiones extranjeras y agravamiento de las contradicciones con aparición del subdesarrollo en estrecha relación con la explosión demográfica.

El período colonial es, como se sabe, una etapa fundamental en la conformación de la identidad social, política y económica latinoamericana; fueron más de tres siglos de presencia de la metrópolis marcada por lo que acertadamente se ha denominado un imperialismo territorial, de tierra adentro (Fernández Armesto, 2004), orientado desde el principio al control, tanto del comercio como de la producción, mediante la conquista temprana de extensos espacios en el interior del continente; un imperialismo que habría de contribuir muy activamente a la configuración de un universo marcado por la fusión de elementos culturales indígenas, ibéricos y africanos.

Fue una colonización económica y cultural, política y territorial protagonizada por el ejército, las misiones religiosas, de funcionarios, comerciantes y aventureros, con legislación y autoridades políticas propias en cuya base y propagación desempeñó un papel fundamental el desarrollo de una potente red urbana actuando al servicio del poder institucional y económico con la ayuda inestimable de la herramienta lingüística. La prolongada dominación castellana arrincona o sustituye a una buena parte de los pueblos, etnias y culturas precolombinas (aztecas, incas, mayas, pueblos amazónicos, tainos, cultura tairona, atacameños y mapuches, etc) que en el mejor de los casos provoca la marginación de la población indígena a través de una compleja interacción social y de una trama no menos compleja de relaciones de producción; tal vez la supervivencia de aquellas comunidades se debió a la necesidad de valerse de ellas como mano de obra para sus proyectos imperiales; y la mejor prueba de esta pervivencia en el tiempo lo constituye el surgimiento de los movimientos indigenistas, un fenómeno reivindicativo que ha ido reforzándose a lo largo del siglo XX. En estos movimientos, asociados a cuestiones de marginación social y económica, residen algunos de los factores de la inestabilidad social y política participada con diferente intensidad por todos los países de la región.

La organización política y administrativa de las nuevas colonias facilitó el desarrollo de una compleja burocracia organizada en diferentes niveles, y de una elite compuesta por los sectores más influyentes de la sociedad: grandes hacendados, beneficiados de concesiones mineras, comerciantes favorecidos por el sistema de monopolios, mandos del ejército, intendentes, etc., con intereses económicos muy similares; y con el paso del tiempo, iba a tomar cuerpo la estirpe criolla, heredera directa de los conquistadores procedentes de la metrópolis pero con identidad política propia y diferenciada; ellos constituyeron la oligarquía colonial, terrateniente, frente a la hispana, de cuyas filas habría de surgir más tarde el espíritu independentista y revolucionario.

La colonización castellana, con todos los aspectos que se han mencionado, fue el elemento común a todos los pueblos y espacios americanos. Común pero no unificador porque ni el sustrato social precolombino era uniforme ni lo fueron tampoco las condiciones ambientales y económicas concretas de cada zona.

La independencia de Argentina (1810) nos proporciona el dato para delimitar temporalmente el arranque de la segunda etapa de la historia de América Latina (si bien Haití fue la primera colonia independiente desde 1808). Nada pacífica, por cierto. El proceso de máxima actividad bélica duró más de veinte años de conflictos y luchas; pero no solamente con la Corona española ya que paralelamente se fueron librando continuos encuentros entre las mismas colonias, motivadas tanto por la falta de acuerdos en la necesaria definición territorial como porque tampoco faltaron los conflictos asociados a movimientos secesionistas de carácter interno, propiciados en este caso por representantes de poderes locales mal dispuestos a repartir o ceder sus privilegios (Fernández Armesto, 2004). Lo cierto es que las expectativas creadas a raíz de la independencia no se cumplieron satisfactoriamente. Cabía pensar que al desaparecer los monopolios y liberarse el comercio se estaba creando un clima favorable hacia el progreso social y económico, y con mayor motivo si el nuevo país disponía de recursos materiales de importancia; pero no fue así: las circunstancias políticas, en alianza con las estructuras heredadas, impidieron la formación de capitales y el verdadero control de un sistema económico arruinado por causa de las guerras. En tales circunstancias cada uno de los nuevos estados se ve enfrentado a una serie de retos semejantes a los que describe el profesor Roberto Cortés Conde para la Argentina (Cortés Conde, R. 1998)(3): A la necesidad de consolidar una nueva estructura administrativa, judicial y militar capaz de asegurar el buen gobierno, se fueron sumando otras cuestiones no menos urgentes tales como el establecimiento de una hacienda propia del nuevo gobierno, consolidar la economía sobre el desarrollo de un mercado interior, configurar una red viaria bajo nuevos presupuestos territoriales.., y para todo ello era imprescindible la estabilidad política; una estabilidad obstaculizada, como decíamos, no solo por el caudillismo de los poderes provinciales, también por las fricciones fronterizas con los países vecinos porque la fragmentación de los antiguos virreinatos y estructuras administrativas, con fronteras mal definidas en las áreas menos pobladas, supuso el principio de las cuestiones reivindicativas y de la desigualdad entre países ricos y países pobres o entre países grandes y pequeños; y en ocasiones una dificultad añadida para llegar a acuerdos con respecto al modelo político-territorial que había de suceder al dominio castellano ¿Países independientes, monárquicos o republicanos? ¿Estructura federal entre las nuevas realidades políticas?. En todo caso, el proceso independentista supuso el final del germen integrador propiciado por la colonización hispana y el fraccionamiento político de la región, dando paso a la vez a una etapa histórica marcada por frecuentes episodios de inestabilidad social y política debido, entre otras razones, a que las estructuras administrativas, jurídicas y militares, organizadas para el control de la colonia, no se adecuaban bien a los objetivos políticos de los nuevos países.

Tras la independencia sus economías continuaron dependiendo básicamente de los recursos mineros así como de una agricultura de plantación monoproductiva y orientada directamente al comercio de exportación; en ocasiones cambiaron los productos (el café, el tabaco y los productos de origen animal alcanzaron mayor protagonismo) pero en cualquier caso se mantuvieron subordinados a las demandas de países lejanos, al servicio de economías industrializadas pero con escaso valor de cara a la propia industrialización o al desarrollo de un mercado interno. Una economía gobernada de facto por la oligarquía terrateniente local que no tardó mucho tiempo en aliarse con el capital extranjero atraído por las buenas expectativas de negocio que ofrecían unos países en formación dotados de recursos naturales. Como se sabe, en el transcurso de los dos siglos precedentes, la mayor parte de las inversiones, ya sea en infraestructuras o en transportes urbanos, minas, plantaciones, o en industrias de transformación de productos agrarios, fueron de origen extranjero, manteniendo de este modo el perfil (neo)colonial, dependiente y vulnerable que ha seguido caracterizando al sistema económico de América Latina en el contexto internacional.

El aporte migratorio procedente de diversos países de Europa constituye un capítulo esencial de esta etapa histórica de América Latina y su contribución al crecimiento demográfico fue paralelo al de la expansión geográfica de las áreas productivas, sin embargo no alteró el modelo económico dominante; en todo caso, fue un factor de indudable eficacia para reforzar el internacionalismo cultural y económico.

1. 2. Diversidad y disparidades de naturaleza territorial

América Latina presenta enormes diferencias entre los países, tanto físicas –tamaño, recursos naturales, medio ambiente- como sociales -en virtud del diferente sustrato étnico más las aportaciones migratorias-, y económicas –según grados en los niveles de desarrollo-.

Diversidad física por un lado. El Ecuador terrestre permite ordenar un conjunto de espacios físicos diferenciados entre sí sobre la base de tres argumentos, la latitud, el contraste entre continentalidad y oceaneidad e insularidad, y la altitud, representada por altas cordilleras, altiplanos, llanuras y depresiones. En este sentido es preciso distinguir la América andina de la región abierta al Caribe; y las inmensas depresiones interiores surcadas por grandes arterias fluviales, de las franjas litorales, la atlántica y la pacífica, con una sucesión de sectores climáticos que van desde el mundo tropical y ecuatorial, incluyendo desiertos litorales de una aridez extrema, a las zonas subárticas con todas las gamas de climas subtropicales y templado oceánicos por medio. Un transecto de Norte a Sur permite identificar todas las variedades ambientales posibles entre la selva ecuatorial y las tundras o tierras heladas de las zonas de latitud extrema; insularidad y continentalidad, áreas litorales y alta montaña, páramos y punas, grandes estepas, vulcanismo activo, glaciares, etc., en un conjunto de tierras abiertas a las dos grandes cuencas oceánicas, el Pacífico y el Atlántico- Caribe que constituyen dos puertas fundamentales hacia la mundialización. En este sentido la región se encuentra estratégicamente posicionada para su inserción en las redes internacionales de producción y comercialización de bienes y servicios.

De puertas adentro las cordilleras constituyen auténticas barreras físicas: los Andes son una imponente muralla que de Norte a Sur aísla el interior de la influencia del Pacífico y una barrera también para la comunicación y el intercambio entre Perú o Chile con Argentina, Bolivia y Brasil. Este elemento, como los desiertos o la selva ecuatorial, junto a la magnitud de las distancias, acentúa el aislamiento y dificulta sin duda la integración. Pero, por otro lado, es importante constatar que las fronteras ecológicas entre ambientes o medios diferentes no siempre coinciden con los límites políticos y, en consecuencia, son muchos los países que comparten entre sí cuencas hidrográficas y ecosistemas comunes de reconocido valor ambiental y paisajístico: el amazónico, el andino, el corredor centroamericano, los sistemas de desierto costero peruano- chileno, el Pantanal de Bolivia, Brasil y Paraguay, la sabana de los Llanos de Venezuela y Colombia, el manglar, etc. (CEPAL- PNUMA, 2002)(4). Este hecho de alguna manera podría llegar a tener un efecto integrador en la región si, desde la perspectiva del desarrollo sostenible, se profundiza en la adopción de una política medioambiental compartida en la protección, conservación y puesta en valor de estos patrimonios; de hecho, existe ya algún movimiento en esta dirección auspiciado por los organismos internacionales

Con todo, la naturaleza diversa y compleja de estas tierras, como la propia historia, ha ayudado más a la diversificación territorial del continente y de alguna manera ha podido constituir un obstáculo al desarrollo de un sistema de relaciones institucionales tan importantes hoy día con vistas a la creación de un modelo regional de dimensión adecuada para el “nuevo” escenario internacional.

Pero la diversidad territorial viene en parte, solo en parte, explicada por los contrastes de naturaleza ambiental. Aunque las condiciones naturales limitantes podrían justificar muchos espacios vacíos o zonas de baja densidad, sería una simplificación determinista utilizarlas como base argumental de un hecho de profundas raíces históricas y culturales; precisamente México o algunos países de América del Sur proporcionan ejemplos abundantes de elevadas densidades y modos de vida adaptados a situaciones ambientales extremas; las grandes concentraciones humanas no son siempre paraísos naturales, y en el mismo sentido, grandes vacíos del mapa demográfico podrían responder al menos en parte a la pérdida de potencial demográfico ocasionada por la conquista y los errores de la posterior colonización, tal como reflejan numerosos testimonios escritos de la época; la obra de Fray Bartolomé de las Casas (1484- 1566) es una referencia inevitable al respecto.

Al mapa físico se superpone una colonización organizada con criterios económicos que primó la ocupación progresiva desde el litoral hacia el interior en función de los intereses metropolitanos; de este modo los principales centros comerciales y administrativos se organizaron inicialmente en torno a los puertos, pero avanzaron luego hacia los entornos de los yacimientos mineros y hacia el interior del continente. Por todo ello la actual distribución del hábitat y muchos elementos de la estructura territorial –fronteras, infraestructuras de comunicación, órganos administrativos, las redes urbanas, etc.- que constituyeron el sustrato de los nuevos países todavía perviven en el sistema territorial como parte de la herencia histórica.

2. Disparidades regionales de naturaleza demográfica

La mayor diversidad entre países deriva en particular de los respectivos potenciales demográficos: entre los gigantes demográficos como Brasil (más de 175 millones) o México (102 millones) y los más pequeños -Uruguay, Panamá o Puerto Rico- que en ningún caso alcanzan los cinco millones, se sitúa una multitud de situaciones intermedias.

Tabla 1. Superficie, población y dinámica demográfica

País

Superficie (km²)

Población

(miles)

Densidad

(hab/km²)

Natalidad

1995-2000 (‰)

Mortalidad

1995-2000 (‰)

Crec. Anual 1995-2000 %

Mort. infantil

(‰)

 

México

1.972.547

101.847

51,6

24,6

5,1

1,6

31

MERCOSUR

Argentina

2.766.889

37.944

13,7

19,9

8

1,3

21,8

Brasil

8.511.965

175.084

20,5

20,3

6,9

1,3

42,2

Paraguay

406.752

5.778

14,2

31,3

5,4

2,6

39,2

Uruguay

176.215

3.385

19,2

17,7

9,4

0,7

17,5

Comunidad Andina

Colombia

1.138.914

43.817

38,4

24,5

5,8

1,9

30

Venezuela

912.050

25.093

27,5

24,9

4,7

2

20,9

Bolivia

1.098.581

8.705

8

33,2

9,1

2,3

65,6

Perú

1.285.216

26.749

20,8

24,9

6,4

1,7

45

Ecuador

283.561

13.112

46,2

25,6

6

2

45,6

Merc. Común Centro Americano

Nicaragua

130.000

5.347

41,1

35,3

5,6

2,7

39,5

Costa Rica

50.700

4.200

82,8

23,3

3,9

2,5

12,1

El Salvador

21.041

6.518

309

27,7

6,1

2

32

Guatemala

108.889

11.995

110,1

36,6

7,4

2,6

 

Honduras

112.090

6.828

60,9

33,5

5,4

2,7

35

Otros

Panamá

75.650

2.942

38,8

22,5

5,1

1,6

21,4

Puerto Rico

8.897

3.825

430

 

 

0,8

11

Cuba

114.524

11.273

98,4

13,1

7,1

0,4

7,5

Rep. Dominic

48.734

8.677

178

24,6

6

1,7

40

Chile

756.945

15.589

20,5

19,9

5,6

1,4

12,8

Total

19.980.160

518.708

25,9

23,2

6,3

1,6

35,8

Fuente: CEPAL. Anuario estadístico 2002

La magnitud demográfica no se corresponde siempre con el tamaño territorial, de ahí que existan también enormes diferencias con respecto a la relación población/espacio y población/recursos; todos los países se articulan en una horquilla que va de los 430 h/km² de Puerto Rico a los 8 de Bolivia: Puerto Rico y El Salvador superan con creces los 300 hab/km², República Dominicana y Guatemala tienen más de 100 y los restantes se mantienen por debajo de 50 hab/km² con la excepción de México, Costa Rica y Honduras que lo superan. La densidad media de población atribuida a América Latina, 26 habitantes por km², es aquí más que nunca una mera cifra estadística y los contrastes intra e interregionales configuran otro de los rasgos comunes a la región.

El siglo XX ha sido testigo del enorme crecimiento demográfico de la mayoría de países. Con alguna excepción significativa América latina se ha incorporado tardíamente al modelo de Transición demográfica pero lo ha hecho con un ímpetu arrollador; pensemos por un momento en el significado de los datos absolutos y quizá podamos hallar explicación a muchos de los problemas de la región: a lo largo del siglo XX la población se ha multiplicado por nueve ya que a comienzos del mismo contaba apenas con 60 millones de efectivos, y supera los 520 millones en la actualidad. Ahora tan solo seis países (Argentina, Brasil, Chile, Cuba, Panamá y Uruguay) presentan unos índices de fecundidad por debajo de la media del conjunto que es de 2,7 para el quinquenio 1995-2000 y únicamente Cuba, con un índice sintético de fecundidad de 1,6 hijos por mujer, se acerca a un valor comparable en cierto modo a los indicadores europeos. En el polo opuesto se hallan Guatemala, -4,9-, Bolivia –4,4-, Nicaragua –4,3- o Paraguay –4,2-.

Estamos describiendo un crecimiento vegetativo anual de 1,6%, sustentado en una tasa de natalidad media para el conjunto de 23,2‰ y de 6,3‰ de mortalidad.

Tal como podemos apreciar en la tabla adjunta la situación por países no se aleja mucho del promedio; únicamente cuatro países presentan cifras de natalidad por debajo de 20‰: Cuba, el más europeo, tiene 13,1 y 7,1‰ de mortalidad pero los otros tres (Uruguay, Chile y Argentina) se mantienen cercanos al promedio. En el extremo opuesto se sitúa la mayoría de países centroamericanos junto con Bolivia y Paraguay dando como resultado unos índices de crecimiento superiores al 2,5%. Los indicadores relativos a mortalidad infantil o a esperanza de vida se mantienen en la misma proporción, de suerte que Cuba, Costa Rica, Chile, Uruguay ofrecen los mejores datos, frente a Nicaragua, Bolivia, Paraguay e incluso Brasil que ostentan las posiciones más dramáticas.

Si el crecimiento relativo de la población mundial ha sido de 416% entre 1900 y 1999 y se califica de espectacular o explosivo, ¿Cómo describir el de América Latina que presenta una magnitud equivalente al 765%?. Veamos un ejemplo nada más: México, a pesar de haber mantenido un flujo migratorio muy importante hacia su vecino del norte, ha pasado de tener 13 millones de habitantes al comenzar el siglo a 102 en la actualidad y aquí, como en el resto de los países, el crecimiento se aceleró a partir de los años cincuenta del pasado siglo, momento en el cual todavía no había alcanzado los 25 millones.

Como consecuencia de este proceso, en el transcurso del siglo América Latina ha logrado duplicar con creces su peso relativo en términos demográficos hasta representar actualmente el 8,5% de la población mundial. No extrañe por tanto la estructura biológica de la región y las consecuencias previsibles en materia de crecimiento: Apenas tres de cada cien nicaragüenses tienen más de 65 años y ocurre otro tanto en Guatemala y Paraguay, o cuatro en Bolivia y en la República Dominicana. El promedio regional de población perteneciente al tercer grupo es del 6%, y del 30,8% para los menores de 15 años, pero éstos superan con creces la media en todos los casos, con la excepción de Cuba, Uruguay, Chile, Argentina y Brasil.

A esto responde el potencial demográfico hacia el futuro. La mayoría de países ha logrado atenuar el crecimiento en los últimos años y, de hecho, el índice sintético de fecundidad se ha reducido en un punto (ha pasado de 3,7 en los años ochenta a 2,7 en el quinquenio 95-2000) y lo ha hecho merced al descenso de la tasa de natalidad promedio que ha pasado de 29‰ a 23 ya que la mortalidad continúa aún en descenso –de 8 a 6,3‰-. El crecimiento, por tanto, se mantiene vigoroso y la propia inercia demográfica determinada por la estructura biológica de sus efectivos es garantía de un crecimiento natural sostenido en los años venideros, aun cuando continúe el proceso descendente de las principales variables demográficas.

Pero la propia vitalidad demográfica de naturaleza biológica habría sido incapaz de sostener por sí sola un crecimiento de esta naturaleza; el crecimiento real ha sido consecuencia también de los aportes migratorios internacionales e intercontinentales impulsados por factores muy variados. Continuando la corriente migratoria de la centuria precedente, Europa ha aportado durante el siglo XX un contingente muy numeroso de jóvenes que, desde Portugal, España e Italia principalmente buscaban “hacer las Américas” y aunque parte de ellos pudieron haber regresado años después, contribuyeron de modo sustancial con sus descendientes al incremento natural de la población americana.

¿Fueron treinta millones, o quizá más los emigrantes europeos con destino a Latinoamérica en la última oleada? Es difícil aportar datos exactos dadas las condiciones y circunstancias que rodearon las partidas; en cualquier caso los efectos demográficos, si consideramos la aportación en sus propios descendientes, fue sin duda muy superior. Como se sabe, a la corriente migratoria de origen económico se unió, a consecuencia de la guerra civil española, una migración forzada por las circunstancias políticas, menos numerosa pero más cualificada, quizá, intelectualmente. En todos los casos América Latina supo acoger con generosidad estas corrientes migratorias cuyos destinos fueron preferentemente México, Brasil, Chile, Argentina y Uruguay, y que fueron atenuándose o finalizando en el séptimo decenio del siglo. A partir de esos años las migraciones han cambiado de signo y orientación: Europa, como USA, se convierte en continente de acogida, inicialmente para quienes huían de las dictaduras más atroces y posteriormente, a la búsqueda de oportunidades para salir de la pobreza. A pesar de las restricciones y limitaciones impuestas por nuestros países la corriente migratoria de origen parece por el momento imparable.

La cuestión de los refugiados no ha quedado circunscrita exclusivamente al cono sur del continente; desgraciadamente hay otros muchos países afectados por movimientos de población de carácter violento, desplazamientos de comunidades enteras forzadas por conflictos bélicos y actuaciones represivas del ejército sobre la sociedad civil en zonas de conflicto (estrategia de tierra arrasada y traslados forzosos a “aldeas modelo” en Guatemala, acogimientos en “campos” temporales o “asentamientos” en México, etc.). Especialmente representativos de este tipo de tragedias que todavía mantienen profundas secuelas fueron los movimientos protagonizados en El Salvador o en Nicaragua y Guatemala en la década de los ochenta principalmente, cuando a la crisis económica se superponen la inestabilidad política y los conflictos armados; antes, en el Chile de Pinochet y más recientemente en Colombia o en Perú, dando como consecuencia la huída de millones de campesinos de las zonas rurales o el realojo forzado lejos de su lugar de origen, seguidos indefectiblemente del expolio de tierras.

En Centroamérica, y en opinión de autores y organismos cualificados (Alonso Santos, 1992, ACNUR, 2000)(5) como en otros países de la América austral, las razones políticas han predominado sobre las económicas en la generación de estos desplazamientos forzados de la población, dentro del propio país –desplazados internos, repobladores, retornados- o hacia el exterior (refugiados en México, Costa Rica, Panamá o Venezuela). El resultado al final es la existencia de importantes colectivos de población privados de sus derechos civiles, desarraigados, la marginación, en suma de muchas comunidades que han perdido su identidad colectiva. Las cifras de desplazados varían según las fuentes; para Alonso Santos -que ha seguido con detenimiento este fenómeno- el 10% de la población de América Central en 1987 se había visto desplazada de su lugar habitual de residencia contra su voluntad, y de ellos 150.000 eran refugiados. En El Salvador los desplazados representaban el 16%, y más del 13% en Guatemala.

Más allá de la tragedia que representan, los problemas de esta naturaleza forman ya parte fundamental del “modelo demográfico de América Latina”; han alterado significativamente los procesos demográficos de los países más afectados y han contribuido al mismo tiempo a aumentar los desequilibrios territoriales, al incremento de la presión sobre los recursos naturales y al deterioro del medio sobrepoblado que les acoge.

3. Las ciudades y el proceso de urbanización. El modelo urbano de América latina.

La emigración hacia el Norte americano y la emigración hacia Europa se inscribe, en efecto, dentro de la corriente migratoria que con distinto signo ha sido una constante de la historia americana. Una alternativa permanente a la pobreza o al conflicto político y en la actualidad un factor también de globalización, a pesar de las fuertes restricciones impuestas por los agentes que dominan el sistema a la libre movilidad de la mano de obra.

La movilidad transoceánica y transcontinental a (o desde) América Latina ha alcanzado en los últimos años una magnitud extraordinaria y seguirá aumentando bajo los efectos de la globalización mientras en el interior de cada país el éxodo rural hacia los centros urbanos se erige, con el crecimiento demográfico, en el motor del proceso de urbanización (y de desequilibrio territorial, digamos también). La urbanización alcanza proporciones verdaderamente inusitadas en toda la región: Crecen, y mucho, las ciudades tradicionales y a la par aumenta el número de nuevas ciudades, contribuyendo con ello a la densificación de las redes o mallas urbanas. Y como consecuencia de este proceso, todos los países de la zona a excepción de América central presentan porcentajes de población urbana superiores al 60%. En algunos incluso parece haber culminado ya el proceso de urbanización dado que ocho de cada diez de sus habitantes residen en un núcleo urbano (es el caso de Argentina, Brasil, Uruguay, Chile, Venezuela y Cuba).

Tabla 2. Estructura de la población

País

Población

<15 años %

Población

>65 años %

Esp. de vida al nacer

 1995-2000

ISF

1995-2000

Población

Urbana %*

% Población

analfabeta**

 

 

 

 

 

 

 

México

33,1

4,7

72,4

2,8

75,4

9

MERCOSUR

 

 

 

 

 

 

Argentina

27,7

9,7

73,1

2,6

89,6

3,1

Brasil

28,8

5,2

67,9

2,3

80

14,7

Paraguay

39,5

3,5

69,7

4,2

56,1

6,7

Uruguay

24,8

12,9

74,1

2,4

92,6

2,2

Comunidad Andina

Colombia

32,7

4,7

70,7

2,8

74,5

8,2

Venezuela

34

4,4

72,8

3

87,4

7

Bolivia

39,6

4

61,4

4,4

64,6

14,4

Perú

34,5

4,7

68,3

3

72,3

10,1

Ecuador

33,8

4,7

69,9

3,1

62,7

8,1

Mercado Común Centroamericano

Nicaragua

42,6

3,1

68

4,3

55,3

35,7

Costa Rica

32,3

5,1

76,5

2,8

50,4

4,4

El Salvador

35,6

5

69,4

3,2

55,2

21,3

Guatemala

43,6

3,6

64,2

4,9

39,4

31,3

Honduras

41,7

3,4

69,8

4,3

48,2

27,8

Otros

Panamá

31,3

5,5

74

2,6

57,6

8,1

Puerto Rico

 

 

 

 

 

 

Cuba

21,2

9,6

76

1,6

80

3,6

Rep. Dominicana

33,5

4,3

68,6

2,9

65

16,2

Chile

28,5

7,2

75,2

2,4

85,7

4,3

 

 

 

 

 

 

 

Total

30,8

6

70

2,7

 

 

*La definición de población urbana se corresponde con la utilizada en cada país. ** se refiere a población mayor de 15 años. Fuente: CEPAL, Anuario estadístico 2002        

Lo cierto es que al finalizar el siglo pasado América Latina contaba ya con 35 ciudades millonarias -“solamente” 15 en 1970-. Muchos de estos centros son la manifestación territorial más evidente del formidable crecimiento demográfico y del desarrollo económico de los años setenta, desequilibrado en términos territoriales, que ni la crisis de los ochenta logró detener.

Las áreas centrales de las antiguas capitales –el CBD de México DF, Caracas, Buenos Aires o Sao Paulo- y los diseños urbanísticos de las más modernas como Brasilia o Belo Horizonte reflejan inequívocamente la concentración de poder administrativo, económico y financiero. Monumentalidad, sobreimposición y mezcla de estilos arquitectónicos y concepciones urbanísticas revelan el dinamismo de las grandes ciudades de América Latina situadas por méritos propios a la cabeza mundial del crecimiento acumulado (V. Ortells, 1993)(6). Y a la vez reflejan, como señala este autor, una de las características más genuinas del continente sudamericano, la polarización social, la desigualdad extrema traducida a morfología dual y segregación espacial entre los elegantes barrios y urbanizaciones de las clases más acomodadas y las villas miseria de chabolas, favelas, corralones peruanos, etc. que se suceden por los cerros a modo de periferias interminables sin los requisitos más elementales para la vida humana.

Estos gigantes urbanos acumulan todas las contradicciones del modelo económico dominante: la opulencia y la pobreza extrema se reparten un espacio sometido a la presión especulativa con la misma intensidad que al deterioro ambiental; pero donde todavía es posible reconocer el valioso patrimonio monumental de la herencia hispana.

En la estrategia colonial de la metrópolis el componente urbano desempeñó una función decisiva; la herencia hispana se traduce todavía hoy en una red de más de trescientas ciudades con funciones muy diversas sobre el territorio..., creadas tanto para el control del territorio como para servir de centros de difusión cultural; entre las primeras destacaban las ciudades portuarias: Cartagena, La Habana, San Juan de Puerto Rico, Santo Domingo, Veracruz, Río, o las mineras (y administrativas a la vez –Potosí, La Paz, Bogotá, Monterrey-) y los centros administrativos y comerciales –México, Panamá, Santa Fe de Bogotá, Lima o Quito. En ocasiones surgen sobreimponiéndose a los núcleos prehispánicos (Lima, Cuzco, México DF, Quito, Guatemala, Bogotá, Santo Domingo, etc).

Las ciudades fueron, sin duda, la señal más clara y la medida del éxito en el mundo colonial y de un modo especial en las zonas bajo dominio castellano porque como bien afirma Fernández Armesto (2004), “el imperialismo español tenía una mentalidad decididamente urbana.. que encajó en la estructura existente de civilizaciones indígenas”

Todos estos núcleos urbanos constituyen aun hoy la expresión del mestizaje cultural, el sincretismo forjado a través de su historia. Construidas inicialmente por los españoles (o sobre el sustrato urbano precolombino) de acuerdo con una estricta planificación morfológica -la plaza mayor articulando el plano ortogonal y el baluarte o “morro” en las portuarias (A. J. Campesino, 1993)(7), ecológica(8) y funcional componen, en ocasiones, grandes regiones metropolitanas que concentran actividades y población pero no siempre bien articuladas entre sí; por ello mismo, si se quiere conocer su capacidad para competir o liderar procesos de desarrollo de alcance regional o internacional, cada red urbana debe ser analizada y evaluada en su propio contexto. En muchas de estas redes faltan las condiciones de conectividad y complementariedad a gran escala que permitan identificar ejes o tramas metropolitanas de alcance regional, equivalentes a los potentes ejes europeos –la banana azul-, japoneses y norteamericanos. En todo caso México y Brasil y en menor medida Venezuela y Colombia, constituyen los sistemas más evolucionados como consecuencia tal vez de la densidad urbana desarrollada en la etapa colonial; el ejemplo lo tenemos en México DF, el gigante por antonomasia que descansa en el nivel jerárquicamente inferior formado por Guadalajara y Monterrey; y en Brasil el triángulo articulado sobre las dos megalópolis –Río y Sao Paulo- y Belo Horizonte configura la mayor región urbana del continente y el área económica de mayor dinamismo también, provocando un gran contraste, mejor decir desequilibrio, con el desierto urbano interior que la nueva capital, Brasilia, pueda quizá algún día neutralizar.

En los últimos años los estudios empíricos y la opinión de los expertos anuncian una reducción del crecimiento urbano y del ritmo de concentración demográfica en la mayoría de los países, en particular en sus mayores aglomeraciones(9) y a la vez se insinúa el aumento de peso de localidades intermedias; pero los estudios realizados hasta el momento (CEPAL, 2002) muestran que las pérdidas relativas de las grandes aglomeraciones no se están dando a favor de esas localidades sino de las localidades de su entorno más próximo. No se trataría, por tanto, de tendencias hacia una distribución espacial más equilibrada, a la desmetropolización sino a lo que los expertos denominan una “dispersión relativa de carácter concentrado” o “desconcentración concentrada”; el resultado sería la consolidación de metrópolis polinucleares en espacios relativamente reducidos y de escasa eficiencia para la articulación del espacio y el equilibrio regional.

Otro concepto que parece adquirir cierta entidad en las nuevas formas regionales y urbanas de algunos países es el denominado como “dispersión concentrada”, resultado de una tendencia a la desconcentración demográfica a favor de la emergencia de nuevas aglomeraciones en nuevas regiones o áreas, en concreto en aquellas que disfrutan de ventajas competitivas dentro del respectivo país. En México y en Brasil, o en Venezuela comienza a configurarse esta distribución espacial a modo de archipiélago. En cualquier caso y para valorar adecuadamente la reciente reducción progresiva del ritmo de crecimiento demográfico de metrópolis y grandes ciudades ha de tenerse en cuenta la significativa reducción del crecimiento demográfico y de los efectivos rurales sobre los que se asentó el crecimiento metropolitano de los años sesenta, setenta y parte de los ochenta. Y no hay que perder de vista la diversidad de situaciones, las diferencias entre países con respecto al peso de la población rural –muy significativa todavía en América central-, o al crecimiento demográfico dispar. Por todo ello no debemos dibujar un único patrón de comportamiento espacial en términos de urbanización.

 

4. La cuestión étnica como elemento de identidad regional (y la pobreza, y la desigualdad)

Todos los países de América Latina y el Caribe son el resultado de una mezcla de culturas, una combinación de diversidad y universalidad producto de una historia marcada durante más de cinco siglos por el signo de la internacionalización. En el conjunto de la región viven más de 400 pueblos indígenas, unos 50 millones de personas. Pero cinco países agrupan casi el 90% de la población indígena regional: Perú (27%), México (26%), Guatemala (15%), Bolivia (12%) y Ecuador (8%). Por su parte, la población negra y mestiza afro-latina y afro-caribeña alcanza casi 150 millones de personas, que se ubican especialmente en Brasil (51%), Colombia (21%), la subregión del Caribe (16%) y Venezuela (12%)” (CEPAL, 2002).

A pesar de la magnitud de las cifras el hecho cierto es que hay que situarse en los primeros años del siglo precedente para poder hallar síntomas de una valoración del mundo indígena; hasta entonces el darwinismo social siempre ha inclinado la balanza hacia la sociedad criolla, con desprecio o, mejor, indiferencia ante los pueblos y culturas indígenas. Pero la situación comienza a cambiar de signo a partir de la revolución mexicana (1910- 1917); este conflicto contribuyó a impulsar el indigenismo que se fue ampliando después por el mundo andino y Brasil(10) y convertido en un signo de la historia reciente de la América latina, se ha extendido por todos los países del continente.

Hoy el movimiento indigenista ha conseguido fortalecer su capacidad de organización política en torno a líderes locales e incorporado a los movimientos antiglobalización, ha logrado el apoyo internacional a sus reivindicaciones en torno al respeto a su identidad étnica y a la defensa de su cultura. Pero el movimiento indigenista es ante todo una lucha por salir de la marginación y de la pobreza, para lograr el reconocimiento social que les corresponde y el acceso al bienestar. Este movimiento en algunos países se ha convertido en agente fundamental de las transformaciones territoriales mediante la recuperación de sus derechos en los planes de desarrollo nacionales y reformas agrarias; entre otros, al uso exclusivo de las tierras comunales o colectivas que les habían pertenecido tradicionalmente o al desarrollo de sus organizaciones sociales y productivas, tal como hizo Nicaragua en 1987 otorgando un Estatuto de Autonomía a las comunidades de la costa atlántica (Panadero Moya, 1993). Con todo, indigenismo, pobreza y desigualdad son cuestiones estrechamente unidas.

 

4.1. El fraccionamiento y la polarización social.

“En el 2003, América Latina tuvo otro año normal: el crecimiento económico fue bajo; la inestabilidad, alta; la pobreza generalizada; la desigualdad, profunda, y la política, feroz. En otras palabras, nada nuevo. De hecho, para el 44% de la población de la región (unos 227 millones de personas) que vive en la pobreza, “nada nuevo” equivale a “terrible”. Este diagnóstico demoledor que encabezaba un artículo de Moisés Naím(11) más allá del impacto que trata de provocar, nos aproxima un poco a los hechos cotidianos de la otra orilla del Atlántico. La estadística y los informes de los organismos internacionales lo confirman y avalan en cierto modo.

Los líderes tanto políticos como económicos parecen haber asumido que la pobreza que sufre la mayor parte de la población y la tremenda desigualdad son parte natural de la vida cotidiana para las clases más desfavorecidas integradas por la mayoría de grupos y pueblos indígenas, o por la población afro-latina y afro-caribeña; el hecho cierto es que son estos grupos los que presentan los peores indicadores económicos y sociales; indicadores que hoy afectan también a algunos sectores de clase media y a campesinos marcados por la frustración ante las reformas económicas de la “década perdida”.

La pobreza, cuando aparece asociada a la desigualdad se convierte en el principal factor de inestabilidad social y política desde el momento mismo en que se toma conciencia de la situación. Y esto es lo que está ocurriendo en América Latina a medida que los países van profundizando en la democracia y alejándose aparentemente de los riesgos caudillistas. De este modo asistimos a la generalización de los movimientos reivindicativos por todo el continente, cada vez mejor organizados bajo banderas de muy diferente signo: a las demandas de trabajo, de tierra o de vivienda se unen las protestas ambientalistas, otros, como decimos más arriba, reclaman el reconocimiento y valoración de la identidad cultural de la población indígena, el acceso a instancias de decisión pública y a la modernidad por parte de las minorías étnicas sin pérdida de su identidad; movimientos pro derechos humanos, mejor justicia frente a la corrupción y mayores cotas de libertad, junto a movimientos antiglobalización mezclados con reivindicaciones nacionalistas e integrados en la red mundial de activismo multinacional, lo que supone una nueva cara de la presencia latina en el panorama internacional. Porto Alegre es ya un nombre plenamente identificado con el proyecto altermundista.

Movimientos de protesta que reflejan esta mezcla de conflictos se han producido a lo largo de estos últimos años en Argentina (los piqueteros) ante el descomunal fracaso de las reformas estructurales de la era Menem –dolarización de la economía, aumento de la deuda externa, privatizaciones, desembarcos de multinacionales, etc)-, y en México (Zapatistas), movimientos brasileños de los “sin tierra”, los altercados de Venezuela frente al “tifón” Chávez. Recientemente hemos asistido en Bolivia a la crisis social y política que hizo abandonar al presidente Carlos Mesa y poco antes a los movimientos autonomistas de la región peruana de Puno o a los continuos conflictos de las comunidades mapuches de Argentina en protesta frente a las usurpaciones de tierras llevados a cabo por diversas compañías.

 

Tabla 3. Indicadores de bienestar

Indicadores de bienestar (1)

País

% Pob. Rural con acceso a agua potable

Usuarios internet (2)(% sobre pob. total)

PIB per capita

PPA en USD

Indice de desigual

dad(3)

IDH

(clasific. según IDH) (4)

Clasific. Según IPH-1 (5)

México

69

3,6

8.430

34,6

0,800(55)

13

MERCOSUR

Argentina

 

10

11.312

 

0,849 (34)

 

Brasil

53

4,7

7.360

65,3

0,777(65)

18

Paraguay

59

1,1

5.210

91,1

0,751(84)

16

Uruguay

93

11,9

8.400

21,6

0,834(40)

2

Comunidad Andina

Colombia

70

2,7

7.040

42,7

0,779(64)

10

Venezuela

70

4,7

5.670

44

0,775(69)

11

Bolivia

64

2,2

2.300

24,6

0,672(114)

27

Perú

62

7,7

4.570

22,3

0,752(82)

19

Ecuador

75

2,6

3.280

15,4

0,731(97)

21

Mercado Común Centroamericano

Nicaragua

59

1,4

2.450

70,7

0,643(121)

44

Costa Rica

92

9,3

9.460

20,7

0,832(42)

4

El Salvador

64

2,3

5.260

33,6

0,719(105)

32

Guatemala

88

1,7

4.400

29,1

0,652(119)

43

Honduras

81

1,4

2.830

91,8

0,667(115)

38

Otros

Panamá

79

4,1

5.750

29,8

0,788(59)

9

Puerto Rico

 

 

 

 

 

 

Cuba

77

1,1

5.259

 

0,806(52)

5

Rep. Dominic

7

2,1

7.020

17,7

0,737(94)

25

Chile

58

20,1

9.190

43,2

0,831(43)

3

(1) (año 2001). PNUD. Informe sobre desarrollo humano 2003

(2) Los datos correspondientes a usuarios de Internet en España, Italia y Canadá son 18,3, 26,9 y 46,7% respectivamente.

(3) 10% más rico con respecto al 10% más pobre. Indicador basado en ingresos y consumo. Ejemplos europeos: Noruega 5,3; Países Bajos 9, igual que Francia y España.

(4) Indicador de desarrollo humano. Según el IPH-1 (índice de pobreza) de 94 países en desarrollo.

(5) Este listado sólo excluye a Argentina en el conjunto de países latinoamericanos. El IPH se basa en indicadores relacionados con a) vida saludable, b) nivel de vida digno y c) educación (Por ejemplo: Probabilidad al nacer de no alcanzar la edad de 40 años, tasa de analfabetismo de adultos, % de población sin acceso a agua potable, % niños con insuficiencia nutricional, etc)

La pobreza y la polarización social o desigualdad son dos de los principales problemas estructurales de la región. Los datos oficiales hablan por sí solos de la magnitud de la tragedia y aunque en estos últimos años la mayoría de los gobiernos ha mostrado mayor voluntad política para atenuarla (y esto se refleja en el aumento experimentado por el gasto social durante la pasada década en muchos de los países), sin embargo, el nivel de gasto social como porcentaje del PNB sigue siendo en alguno de ellos extremadamente bajo y los programas para combatir la pobreza puestos en marcha junto a la modesta reactivación de las economías nacionales no se han traducido en resultados sensibles en materia de reducción de la pobreza, y menos aún de la desigualdad (UN-CEPAL, 2005). El último informe del Banco Mundial lo confirma cuando asegura que el país latinoamericano más equitativo en el ingreso es más desigual que el país más desigual de la Europa del Este.

Según el último Anuario estadístico mencionado el promedio de personas que en 2002 se mantenían en situación de pobreza equivalía al 44% del conjunto de los veinte países(12). La posición más favorable corresponde a Chile con el 18,8% de su población en estas circunstancias; a título meramente comparativo diremos que según los últimos datos procedentes de Eurostat, la media de ciudadanos europeos que se encuentran por debajo del umbral de la pobreza alcanza el 8,3%, -el 10,1% en España-.

4.2. Las raíces históricas de la desigualdad

¿Cuáles son los orígenes o los argumentos de tamaña desigualdad?. Uno de los pasivos más importantes dejados por el dominio colonial hispano fue la concentración de la tierra; el origen del latifundismo materializado en las haciendas arranca de los repartimientos y encomiendas que a modo de premios fueron efectuados desde muy temprano por las autoridades coloniales; la entrega de grandes lotes de tierras era una de las maneras de premiar el éxito de sus campañas a los conquistadores llegados de la península y mientras se daba paso a la constitución de una clase social de grandes terratenientes se lograba estimular la producción agraria. Más tarde, con la progresiva crisis de la minería a consecuencia de la sobreexplotación de los yacimientos minerales, la posesión de tierras se convirtió en el principal objetivo económico dando un gran impulso a la ocupación por compra de importantes espacios hasta entonces inexplotados o simplemente mediante la usurpación de predios ejidales a las comunidades campesinas.

La independencia política, como sabemos, no logró la soberanía y el control de los recursos propios y así la colonización hispana se vio sustituida y desplazada por una colonización económica más agresiva si cabe; en efecto, a la independencia siguió un neocolonialismo que vino a consolidar las estructuras más negativas del periodo anterior favorecido por múltiples concesiones y ventas efectuados por las nuevas administraciones para lograr recursos fiscales. América o los nuevos estados continuarán dependiendo del exterior en calidad de abastecedores de materias primas agrarias y minerales a través de un comercio controlado por intereses económicos foráneos: grandes compañías extranjeras del sector frutícola, cafetero o azucarero, en connivencia con las familias criollas más relevantes lograrán hacerse con enormes explotaciones para el establecimiento de una agricultura de plantación, especulativa, o explotaciones ganaderas –estancias- en un nuevo impulso colonizador hacia las tierras del interior. Esto llevaba emparejado el desarrollo de nuevos equipamientos –ingenios azucareros- e infraestructuras de transportes para unir las plantaciones con los puertos de embarque –el ferrocarril, carreteras-, en función de los intereses extranjeros pero de escasa utilidad para la necesaria integración regional. Este modelo económico que solo tardíamente contribuyó a la modernización de la agricultura y del sector en su conjunto, constituido en fundamento de las economías nacionales, fue determinante en el desarrollo y consolidación de una oligarquía terrateniente que hizo valer su influencia en todos los sectores económicos y financieros y naturalmente en el ámbito del poder político. Pero la dependencia de los mercados extranjeros no consiguió estimular la demanda interna y menos aún su diversificación como fuente de desarrollo

Como ya se sabe, las plantaciones constituyeron el modelo de producción agraria más generalizado en América Latina; se trataba de una agricultura especulativa, de exportación, estrechamente vinculada a mercados de consumo lejanos y por tanto con escasa capacidad para incidir en el precio final; la “lógica económica” residía en una fórmula muy simple: producir mucho a bajo coste mediante la simplificación productiva sobre amplias extensiones de tierra y mano de obra barata proporcionada por campesinos residentes en la hacienda o en la plantación, sujeta directamente a la tierra y sobre la base de una relación de dependencia con el propietario latifundista (la esclavitud en el caso más extremo).

Ya en pleno siglo XX y cuando decae el interés hacia el modelo de la gran plantación según el esquema tradicional (que ya no se ajusta a los nuevos requerimientos de la economía agroexportadora) asistimos al desarrollo y afianzamiento del minifundismo como resultado, por una parte, del fraccionamiento de la pequeña propiedad campesina o a raíz de las ventas o cesiones efectuadas por los latifundistas a colonos e inquilinos para aumentar la eficacia de la tierra sin perder el control de la producción; y en ocasiones también el incremento de la pequeña propiedad se debe a las reformas agrarias emprendidas en diversos países tratando de sofocar la inestabilidad social y política provocada por los grupos más reivindicativos. Lo cierto es que, de un modo u otro, el pequeño campesino continuará desempeñando el papel de principal abastecedor de los grandes comerciantes exportadores sin haber logrado superar –o peor aún, reforzando- las tradicionales relaciones de dependencia(13).

 

5. Organización espacial de una economía de signo exportador: estructuras productivas polarizadas y desequilibrios territoriales.

Como resultado de la historia, la pobreza afecta al 38% de los efectivos urbanos y al 62% de la población rural aunque en Perú, en Paraguay o en la mayoría de países de América Central este último dato puede alcanzar el 77%. En estos casos la precariedad aparece relacionada estrechamente con las dificultades que encuentra el campesino sin tierras para acceder a la misma, o para ampliar su pequeña explotación con el fin de hacerla viable. En un contexto en el que todavía predomina el mercado laboral informal los campesinos y trabajadores sin tierra se ven obligados a disponer de tierras propias casi como alternativa única de supervivencia económica; lo cual no hace sino incrementar la presión sobre este recurso.

Los grandes males del universo campesino de América Latina nacen, en efecto, de la injusta estructura de la propiedad -otra de las asignaturas pendientes-, de la excesiva concentración del factor tierra en manos de unas cuantas familias locales y compañías foráneas que en la actualidad están siendo sustituidas por grandes grupos multinacionales; ahora y ante las aparentemente buenas perspectivas creadas por los requisitos de la OMC –incluso con las resistencias de la UE y de EEUU a la liberalización de los mercados propios- muchos países de la región se están convirtiendo en pista de aterrizaje de los principales grupos del sector agroalimentario. El fenómeno no es nuevo -porque la historia tiende a repetirse- y en cierto modo enlaza con las estrategias del capitalismo agroexportador del pasado siglo. En el extremo opuesto se alinea una constelación de pequeños propietarios con graves limitaciones para llevar a cabo las inversiones que requiere la modernización.

Paradójicamente la pequeña propiedad es también consecuencia de la explosión demográfica reciente en alianza con las reformas agrarias emprendidas en la práctica totalidad de los países de la región mediante leyes, estatutos agrarios y programas de colonización que no han hecho sino “suavizar las tensiones y retrasar los problemas” (R. Méndez y F. Molinero, 1994, J. A. Ocampo, 2001)(14)

Si algo provoca estupor al ciudadano europeo cuando observa los modelos económicos de Latinoamérica es la desequilibrada estructura de la propiedad. La dimensión de las grandes explotaciones, de las haciendas o estancias, no guarda parangón con los nuestros: grande, en Argentina -la situación más extrema- puede significar 900.000 hectáreas o más; en este país existen 2.787 explotaciones que superan en tamaño las 10.000 ha(15); y todas juntas representan apenas el 0,9% del total de explotaciones pero acaparan el 36% de las tierras. Una quinta parte del país se reparte entre las 936 explotaciones cuyo tamaño supera las 20.000hectáreas aunque solo representan el 0,3% del total; su tamaño promedio alcanza las 37.943ha (En la provincia de Salta las 32 explotaciones que superan las 20.000 ha tienen un tamaño medio de 43.587 ha).

En el extremo opuesto se encuentran las 40.957 explotaciones de tamaño inferior a 5 ha –el 13,7% del total- a las que corresponde el 0,6% de la superficie total. Los ejemplos se repiten en Colombia donde en 1984, a pesar de la reforma emprendida con anterioridad, el 62,4% de los propietarios no disponía más que del 5,1% de la tierra mientras que un 1,4% controlaba el 31%. En Bolivia o Chile la contrarreforma devolvió una gran parte de las tierras expropiadas a estancias ganaderas que superaban el millón de hectáreas.

Gran concentración, desigualdad extrema en la distribución de la tenencia de la tierra y cierta rigidez en su transferencia entre los distintos estratos de explotaciones es un panorama participado por la práctica totalidad de los países de la región. Y la situación del sector se agrava a consecuencia de la inadecuada explotación de los recursos; como se sabe América Latina tiene un potencial caracterizado por una gran diversidad de medios ecológicos que le permiten optar a toda clase de cultivos y aprovechamientos y naturalmente las condiciones agrológicas establecen fuertes disparidades entre países y provincias; con todo, y a pesar de haber sido en conjunto una región económicamente agroexportadora, llama poderosamente la atención la baja rentabilidad del sector.

Veamos algunos datos que ayudan a comprender la situación un poco más: De los 1.860 millones de has. que comprende la región sólo el 8% se corresponde con superficie labrada (149,2 millones de hectáreas) y a ello podríamos sumar el 1,05% destinado a cultivos permanentes. Frente a la debilidad agrícola destaca la importancia de la producción ganadera ya que los prados y pastizales abarcan un tercio de la superficie total (601,3 millones de hectáreas) y la mitad (922,3 millones de hectáreas) se configura como superficie forestal (FAOSTAT, 2002).

Evidentemente, para entrar en una valoración más ajustada de cada situación, de la oportunidad y eficiencia del sector habrá de tenerse en cuenta las características agrológicas del recurso suelo o las condiciones ambientales concretas pero, en cualquier caso, los datos son en sí mismos un reflejo llamativo del panorama campesino.

Tabla 4: Principales usos agrarios del suelo. Año 2001.

Principales usos agrarios. Año 2001*

 

 

Superficie agraria

 

País

Sup. total

Superficie labrada

Cultivos permanentes

Prados y pastizales

Sup. forestal

México

190.869

(100)

24.800

(13)

2.500

(1,3)

80.000

(41,9)

55.205

(28,9)

MERCOSUR

Argentina

273.669

(100)

35.700

(13)

1.300

(0,4)

142.000

(51)

34.648

(12,7)

Brasil

845.605

(100)

58.865

(6,9)

7.600

(0,8)

197.000

(23,2)

543.905

(64,3)

Paraguay

39.613

(100)

3.020

(7,6)

90

(0,2)

11.700

(30)

23.372

(58,8)

Uruguay

17.502

(100)

1300

(7,4)

40

(0,2)

13.543

(77,3)

1.292

(7,4)

Comunidad Andina

Colombia

103.870

(100)

2.516

(2,4)

1.733

(1,6)

41.800

(40,2)

49.601

(47,8)

Venezuela

88.205

(100)

2.598

(2,9)

810

(0,9)

18.240

(20,6)

49.506

(56,1)

Bolivia

108.438

(100)

2.900

2,6)

201

(0,1)

33.800

(31,1)

53.068

(48,9)

Perú

128.000

(100)

3.700

(2,8)

510

(0,3)

27.100

(21,7)

65.215

(50,9)

Ecuador

27.684

(100)

1.620

(5,8)

1.365

(4,9)

5.090

(38,3)

10.557

(38,1)

Mercado Común Centroamericano

Nicaragua

12.140

(100)

1.935

(15,9)

236

(2)

4.815

(39,6)

3.278

(27)

Costa Rica

5.106

(100)

225

(4,4)

300

(5,8)

2.340

(45,8)

1.968

(38,5)

El Salvador

2.072

(100)

660

(31,8)

250

(12)

794

(38,3)

121

(5,8)

Guatemala

10.843

(100)

1.360

(12,5)

545

(5,0)

2.602

(23,9)

2.850

(26,3)

Honduras

11.189

(100)

1.068

(9,5)

360

(3,2)

1.508

(13,4)

5.383

(48,1)

Otros

Panamá

7.443

(100)

548

(7,3)

147

(1,9)

1.535

(20,6)

2.876

(38,6)

Puerto Rico

887

(100)

35

(3,9)

49

(5,5)

210

(23,6)

229

(25,8)

Cuba

10.982

(100)

3.630

(33,0)

835

(7,6)

2.200

(20)

2.348

(21,4)

Rep. Dominic

5.072

(100)

1.096

(22,6)

500

(10,3)

2.100

(43)

1.376

(28,4)

Chile

74.880

(100)

1.982

(2,6)

318

(0,4)

12.935

(17,2)

15.536

(20,7)

* 1000 Ha. (%).

Fuente: FAOSTAT. Agriculture y “Situación forestal en la región de América Latina y el Caribe” 2002. (www.FAO.org). Elaboración propia

 

Estos dos aspectos mencionados aparecen estrechamente unidos y se retroalimentan recíprocamente ya que la gran propiedad se constituye muchas veces en forma de grandes extensiones de tierras ociosas o subutilizadas en sistemas ganaderos de carácter extensivo y baja productividad; su liberalización e incorporación al mercado de suelo rústico, bien mediante compra o bajo un sistema de arrendamiento u otra fórmula, permitiría incrementar los activos de tierra de las pequeñas explotaciones campesinas, y con ello, dinamizar la agricultura familiar viable ya que es este modelo, superados los problemas estructurales de distribución y tenencia, el que se ha manifestado con mayor capacidad para la difusión del progreso técnico y el aumento de la productividad agraria. Tal como señalan algunos estudios, el redimensionamiento de las explotaciones campesinas mediante la incorporación del factor tierra mal explotado “puede ser una medida estratégica para dinamizar la economía de la región, garantizar la seguridad alimentaria, abatir la pobreza, asegurar el desarrollo rural sostenible, evitar la degradación de los recursos naturales y reducir la vulnerabilidad ante los desastres”.. (Ocampo, J. A. UN-CEPAL, 2001)(16)

En general las explotaciones pequeñas y medianas utilizan un porcentaje mayor del recurso tierra en usos agrícolas. Así, en El Salvador, en las fincas de menos de dos hectáreas se cultiva el 71% del área disponible; en cambio en las fincas de más de 200 hectáreas la superficie cultivada solo alcanza el 36% (CONFRAS, 1999) y en Honduras, las microfincas y minifundios dedican a los cultivos anuales y permanentes el 97,3% y 76,6% de sus tierras, mientras las explotaciones grandes orientan el uso de la tierra a pastos y ocupan con éstos el 49% de la superficie, de la cual, casi la mitad, se corresponden con pastos naturales (Salgado, 1996).

A menudo son las pequeñas explotaciones las más eficientes mientras que la gran explotación se caracteriza por una elevada productividad por persona ocupada pero escaso rendimiento por unidad de superficie. En Guatemala, por ejemplo, entre el 50% y 80% de la producción de granos básicos proviene de fincas con tamaño inferior a 10 hectáreas. En Honduras, las explotaciones inferiores a 10 hectáreas aportan el 50% de la producción de maíz y el 75% del fríjol (J. A. Ocampo, 2001), y otro tanto sucede con respecto a los productos de exportación: el 44% del área de café y el mismo porcentaje de la producción se encuentra en las explotaciones de menos de 10 hectáreas; estas explotaciones están participando activamente en la diversificación de la agricultura, incorporando cultivos hortícolas a los tradicionales o sustituyéndolos, pero a menudo resultan insuficientes para el mantenimiento de la economía familiar y menos aún para incorporar las técnicas modernas.

A pesar de las dificultades estructurales del sector agrario los datos del conjunto regional muestran un crecimiento de la producción agrícola en el último decenio con un incremento notable también de las exportaciones de productos agrarios debido, en parte, a una expansión de la superficie cultivada en diversos países y en parte también gracias a la mecanización, ampliación de regadíos o a la mejora genética que han permitido aumentar los rendimientos; algunos países han conseguido de este modo reducir la pobreza entre los grupos más vulnerables de la población rural pero pese a todo, el crecimiento y el saldo comercial positivo de estos años no han logrado alterar significativamente las condiciones de pobreza y la desigualdad, en opinión de J. A. Ocampo, mantiene la tendencia creciente. Una desigualdad estructural que ahonda también las diferencias entre un modelo poco especializado, tradicional y de baja rentabilidad frente a otro más moderno, más especializado y abierto a las nuevas tecnologías de producción; y quizá por ello más sensible también a las oscilaciones de los mercados mundiales y de los precios internacionales.

La realidad económica de América Latina continúa bajo el signo de la internacionalización, en gran medida asociada a la exportación de productos agrícolas, ganadería y minerales y todavía hoy tres cuartas partes del comercio exterior se centra en estas materias primas: el petróleo y el gas han sustituido a los minerales metálicos codiciados por los conquistadores, mientras van ganando terreno las frutas, hortalizas, maíz y oleaginosas que acaparan los nuevos regadíos y la expansión de la superficie cultivada de los últimos años. Al mismo tiempo retrocede el cultivo de trigo, y aquellos que como el café o el algodón hacen uso muy intensivo de empleo agrícola (J. A. Ocampo, 2001).

Para la mayoría de países de la región el proceso de crecimiento de las exportaciones es evidente desde el comienzo del octavo decenio, con reforzamiento de la tendencia en los diez años siguientes; pero el ritmo de crecimiento de las ventas al exterior se ha visto superado por las importaciones de manera que las dos caras de la moneda de la integración en el panorama económico internacional siguen marcadas por el desequilibrio comercial. En el comercio mundial de bienes primarios América Latina ha incrementado su participación de un 7% al 9,8% entre 1985 y 2000 (CEPAL 2005)(17) debido, en buena parte, a las mejoras tecnológicas incorporadas a la producción y a que en los últimos años se ha beneficiado de la positiva coyuntura de los productos básicos en el comercio provocada por el aumento de la demanda (dinamizada en particular por el gigante asiático), pero simultáneamente ha ido perdiendo posiciones con respecto a la industria manufacturera basada en recursos naturales; con todo los economistas proporcionan diagnósticos optimistas para el conjunto de la región.

Las mejores perspectivas se corresponden con los países exportadores de petróleo (México, República Bolivariana de Venezuela, Colombia, Argentina y Ecuador) gracias al alza experimentada por el precio del crudo en los últimos años, pero esta misma coyuntura ha perjudicado a los restantes países y el balance global de los intercambios, finalmente, resulta más atemperado para el conjunto.

6. El desafío inmediato: superar las contradicciones internas y el fraccionamiento político de raíz histórica. Los recientes intentos de integración

La reciente Cumbre Iberoamericana celebrada a mediados de octubre en Salamanca parece demostrar una vez más el interés unánime por la integración. Pero no todos los presidentes y jefes de gobierno que asistieron al foro(18)coincidieron en manifestar el mismo optimismo ante los resultados que este tipo de encuentros logran obtener en esta línea de trabajo. Pero no es poco que se pongan sobre la mesa los problemas comunes a toda la región -la inmigración y sus efectos sociales y económicos, la prevención de desastres naturales, la pobreza, o la escasa vitalidad de sus economías- para cuya solución América Latina deberá buscar modelos de gestión propios.

Y al mismo tiempo nos preguntamos ¿Podrá el nuevo orden internacional contribuir al desarrollo de América Latina y constituir el escenario más adecuado para superar estos grandes problemas sociales y económicos que aquejan a los países de la región?. La respuesta ha de ser afirmativa necesariamente para quienes creemos en la Historia en términos de progreso y en el bienestar de todos como objetivo. Pero la nueva arquitectura internacional, lo decíamos en la introducción, exige actuar y recomponer los componentes del sistema. En el caso de América Latina las oportunidades y fortalezas tanto físicas como sociales y culturales que podrían contribuir a mejorar su presencia o posicionamiento internacional quedan enormemente debilitadas por el fraccionamiento político de raíz histórica propiciado por el entramado institucional y administrativo creado tras la conquista.

Como se sabe, sobre el sustrato social precolombino Castilla estableció una estructura política gobernada mediante un conjunto de instituciones creadas para hacer posible la administración y especialmente la explotación de los territorios coloniales americanos: cinco grandes virreinatos –Nueva España, Nueva Granada (la Gran Colombia convertida luego en tres países, Venezuela, Colombia y Ecuador), virreinato del Brasil, del Perú (Perú, Chile y parte de Bolivia) y virreinato del Río de la Plata (que comprendía una parte de Bolivia, Argentina, Uruguay y Paraguay)- en los que existían diversas instituciones con entidad territorial tales como las Audiencias, los Cabildos y las Gobernaciones, conformándose en torno a ellas una burocracia tanto civil como militar  destinada a defender los intereses regios y a controlar las riquezas y las comunidades de colonos emigrados de la península desde posiciones e intereses frecuentemente antagónicos.

Sobre la estructura colonial fue conformándose con dificultad la actual arquitectura política americana y lo cierto es que los antagonismos territoriales y las fricciones entre espacios limítrofes han sido una constante en la historia de América latina, en particular desde la independencia hasta la primera guerra mundial; y todavía quedan algunas reclamaciones pendientes. Posteriormente, a partir de 1898 la gran potencia colonial en la región va a ser USA, en particular en el ámbito del Caribe “el mediterráneo americano” o el “patio trasero”. El control de la región y el desarrollo de una estrategia de dominio por parte de Estados Unidos se hace particularmente efectiva con la apertura del canal de Panamá (1903) y se extiende a todo el continente a través de una continua intervención en la política y en la economía de cada estado latino. Esa ingerencia en los asuntos internos –que le ha llevado a instalar o deponer regímenes y gobiernos de acuerdo con sus intereses económicos y geoestratégicos- ha sido el principal factor en el mantenimiento de la situación de dependencia, pero no el único.

En el periodo de entreguerras asistimos a los impulsos de mayor calado hacia la modernización de algunos de estos estados, a la superación del retraso: Argentina parece querer situarse en el concierto internacional con voz propia, como una potencia económica y a este periodo corresponde también el momento revolucionario de Lázaro Cárdenas en México (1934- 1940). Al grupo se sumaron poco después otros países como Chile, Brasil y Colombia buscando el arranque de cierta industrialización con ocasión de la segunda Guerra Mundial, pero la inadecuación de las estructuras locales a los requisitos de la nueva economía y la propia inestabilidad de los modelos adoptados desembocaron en una inestabilidad también política: golpes de estado, conflictos fronterizos entre países vecinos (guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay), guerrillas revolucionarias frente a regímenes conservadores, experiencias populistas y dictaduras de extrema derecha –Brasil, Uruguay- y militares –Argentina, Chile-; América Latina no ha disfrutado del mejor clima político para el progreso social y económico.

Pero en esa historia de mecanismos e instituciones disgregadoras también hubo movimientos integradores; tal fue el ejemplo de La Gran Colombia, el intento sin éxito de establecer un tratado de paz con la Corona proponiendo una confederación de los nuevos estados americanos y españoles, la Confederación Hispano americana, o el proyecto defendido desde Cuba por el Padre Félix Varela(19) Y nada mejor que el pensamiento de Simón Bolivar para reflejar la toma de conciencia del problema y de la necesidad de superar la atomización y el fraccionamiento político heredado del pasado colonial.

Ahora, con casi dos siglos de retraso va tomando cuerpo el sueño del “Libertador” por una vía que avanza despacio pero, creemos ya, sin retorno porque las circunstancias del contexto internacional así lo exigen: la convergencia de los países de América Latina a través del esquema de integración subregional mientras progresa su inserción en la economía mundial. MERCOSUR(20), la Comunidad Andina de Naciones (CAN)(21), el CARICOM(22) y el Mercado Común Centroamericano (MCCA)(23) son otras tantas realidades subregionales que vienen consolidando sus procesos de integración mediante el reforzamiento de vínculos económicos y sociales entre sus miembros; en este sentido los tratados de cooperación económica, cultural y técnica bi o multilaterales se producen a través de numerosas iniciativas que vienen acompañadas también por un incremento de las transacciones comerciales (Véase la tabla 5). Así, la Comunidad Andina acaba de crear una nueva institución, el SAI o Sistema Andino de Integración para acometer una nueva etapa de convergencia con adopción del Arancel Externo Común. El MERCOSUR avanza firmemente en su proyecto de integración, no solo económica sino también en el área comercial, institucional, política y cultural, multiplicando los acuerdos de actuación entre sus miembros mientras trata de resolver las disparidades en el interior de la región. También progresa el proyecto del Mercado Común Centroamericano mediante la implantación y fortalecimiento de sus uniones aduaneras o bien a través de planes de actuación comunes en materia de desarrollo o de medio ambiente y, mientras tanto, la Comunidad del Caribe se esfuerza en su integración, profundizando las relaciones económicas entre los países de la zona y mediante la adopción del Esquema de Economía y Mercado Único como elemento estructurador de los intercambios (SELA, 2005)(24).

Pero quizá lo más prometedor para el futuro de la Región reside en dotar de contenido a los grandes proyectos supra-regionales ya iniciados; el más importante es sin duda la constitución de la Comunidad Sudamericana de Naciones que comienza a tomar cuerpo en la Declaración de Cusco suscrita en diciembre de 2004 por once países, los integrantes de la CAN y el MERCOSUR, Guyana y Surinam (25) con el objetivo de fortalecer su presencia negociadora en el mundo. La Comunidad puede llegar a ser por fin la verdadera y gran región de América Latina si logra el compromiso de ejecutar los 31 proyectos de integración física del continente configurados en siete ejes(26). Pero hasta la meta de 2010 tendrán que avanzar poco a poco en la coordinación política y democrática para no frustrar el proyecto y para ello será preciso acometer resueltamente los desafíos que según los expertos lastran actualmente los procesos de integración subregionales (CEPAL, 2005)(27), es decir, reforzar los respectivos marcos institucionales, incrementar la coordinación macroeconómica, asumir los compromisos de nivel subregional en la normativa de escala nacional, y al mismo tiempo perfeccionar las uniones aduaneras, progresar en normas complementarias del comercio y en alianzas productivas, superar las incertidumbres jurídicas. En definitiva, fortalecer las estructuras de integración subregionales hacia dentro para facilitar el diálogo y la participación en el proyecto de la Comunidad Sudamericana de Naciones(28)

 

 

1994

1995

1996

1997

1998

1999

2000

2001

2002

2003

2004

MERCOSUR

Export. totales

61.890

100

70.129

113,3

74.407

120,2

82.596

133,4

80.227

129,6

76.305

123,2

85.692

138,4

89.078

143,9

89.500

144,6

106.674

172,3

134.196

216,8

Export. Subregional

12.049

100

14.199

117,8

17.075

141,7

20.546

170,5

20.322

168,6

15.162

125,8

17.710

146,9

15.298

126,9

10.197

84,6

12.709

105,4

17.311

143,6

%sub sobre total**

19,5

20,2

22,9

24,9

25,3

19,1

20,7

17,2

11,4

11,9

12,9

COMUNIDAD ANDINA

Export.

totales

33.706

100

39.134

116,1

44.375

131,6

46.609

138,2

38.896

115,3

44.603

132,3

60.709

180,1

53.543

158,8

52.177

154,8

54.716

162,3

74.338

220,5

Export.

subregional

3.752

100

4.812

128,2

4.762

126,9

5.628

150,0

5.504

146,6

3.940

105,0

5.167

137,7

5.656

150,7

5.227

139,3

4.900

130,5

7.766

206,9

%sub sobre

total

11,1

12,3

10,7

12,1

14,2

8,8

8,5

10,6

10

9

10,4

MERCADO COMÚN CENTROAMERICANO

Export.

totales

5.496

100

6.777

123,3

7.332

9.275

11.077

11.633

11.512

10.185

10.171

11.288

12.100

Export.

subregional

1.326

100

1.594

120,2

1.388

104,6

1.559

117,5

1.944

146,6

2.010

151,5

2.615

197,2

2.829

213,3

2.871

216,5

3.077

232,0

3.439

259,3

%sub sobre

total

24,1

23,5

18,9

16,8

17,5

17,3

22,7

27,8

28,2

27,3

28,4

COMUNIDAD DEL CARIBE

Export.

Totales

4.471

100

5.598

125,2

5.683

127,1

5.861

131,0

4.790

107,3

5.170

115,6

6.358

142,2

6.072

135,8

5.732

128,2

6.466

144,6

-

-

Export.

subregional

666

100

843

126,5

875

131,3

976

146,5

1.031

154,8

1.096

164,5

1.230

184,6

1.384

207,8

1.220

183,1

1.508

226,4

-

-

%sub sobre

total

14,9

15,1

15,4

16,7

21,5

21,2

19,4

22,8

21,3

23,3

-

 

Tabla 5. Evolución de las exportaciones totales e intra-regionales* 1994- 2004

 

* 1994=100. Datos absolutos en millones de dólares

** valor relativo de los intercambios entre los países miembros sobre el total de exportaciones.

Fuente CEPAL (2005). Panorama de inserción internacional de A. Latina y el Caribe.Elaboración propia

 

Un capítulo clave para la integración económica y política de la región lo constituyen las comunicaciones ya que sin integración física no es posible la cooperación y en este sentido resulta de especial interés el desarrollo de la Iniciativa IIRSA o Iniciativa para la Integración de las Infraestructuras en Sudamérica, firmada en Brasilia el año 2000 y ratificada en Guayaquil dos años después. Se trata de una gran propuesta que complementa a la anterior, nacida del diálogo “para la organización del espacio sudamericano a partir de las relaciones geográficas, la identidad cultural y los valores compartidos entre los países de la región” y con el objetivo de generar economías de escala mediante una planificación estratégica de infraestructuras: una compleja red de corredores de desarrollo y transporte multimodal que integra sistemas de transporte, energía y telecomunicaciones(29).

De culminar con éxito estas iniciativas América Latina habrá logrado por fin constituirse en una gran región con voz  y personalidad propia y diferenciada en el escenario mundial, equiparable en muchos aspectos a la UE de cuyo proceso de integración pueden extraer valiosas experiencias. En la Unión Europea deberán hallar también un aliado incondicional para su plena integración en la economía y en la sociedad global.

Para concluir

América Latina es el resultado de una historia marcada por la internacionalización de muy bajo perfil, bajo el signo de la dependencia. La marcha de la Historia, que no se puede obviar porque nos acerca a las raíces de las desigualdades e injusticias presentes, sitúa al continente ahora ante el gran desafío: fortalecer las democracias, atenuar las desigualdades y erradicar las condiciones de pobreza y de violencia social en las que malvive una gran parte de la población(30). En este sentido las potencias occidentales, y Europa en particular, tienen mucho que hacer para compensar su participación en el origen histórico de las injusticias sociales; y deben hacerlo desde la cultura de la responsabilidad, por razones de estricta justicia, colaborando activamente para que los países de América Latina logren superar la dependencia y alcanzar la integración plena o la simetría en las relaciones internacionales dentro del sistema económico global(31). Al mismo tiempo hará falta un gran esfuerzo para diversificar la producción, aumentar de forma sostenida la productividad, incorporar tecnología, incrementar los intercambios y profundizar en la democracia que al menos formalmente ha logrado instalarse en la práctica totalidad de los países de la región.

BIBLIOGRAFÍA

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NOTAS

(1) Si se compara el peso relativo en el mundo, tres indicadores pueden ser ilustrativos: similar proporción demográfica, 8,5% cada una de ellas; pero la UE representa el 38% del conjunto mundial de las exportaciones (en términos de valor) y la cuarta parte de las riquezas. América latina el 5 y el 6% respectivamente.

(2) R. Méndez y F. Molinero (1994) Espacios y sociedades. Introducción a la Geografía regional del mundo. Ariel, Barcelona. Pp 359 y sigs.

(3) Cortés Conde, R. (1998): De Colonia a Nación. Un enfoque histórico institucional de los problemas de crecimiento económico de la Argentina. Buenos Aires. Seminario PNUD.

(4) En CEPAL- PNUMA (2002) La sostenibilidad del desarrollo en América Latina y el Caribe: desafíos y oportunidades. Cap. IV, situación ambiental de la región.

(5) Alonso Santos, J. L.(1992) Los desplazamientos forzados de población en la crisis centroamericana de los años ochenta. Boletín de la AGE, Nº 15-16, pag. 63 y sigs.

ACNUR (2000) La situación de los refugiados en el mundo: cincuenta años de acción humanitaria. Pag. 135 y sigs.

(6) Ortells, V. (1993) Macrocefalia urbana y desequilibrios territoriales en América Latina. Boletín de la AGE, Nº 15- 16. pp.175- 187

(7) A. J. Campesino (1993) Urbanismo y centros históricos iberoamericanos: La Habana vieja, patrimonio de la Humanidad. Boletín de la AGE, Nº 15-16, pp. 103-131

(8) Las Leyes de Indias establecían las condiciones ambientales: aire puro y suave, sin impedimentos y alteraciones, etc, que debían reunir los emplazamientos (citado por V. Ortell. Op. Cit supra)

(9) Pero atención al significado exacto de esta reducción porque en el caso de megaciudades como México DF o Sao Paulo incluso un ritmo de crecimiento modesto representa un incremento poblacional enorme y otro tanto significan las pérdidas en beneficio de otros municipios.

(10) En los años treinta del pasado siglo el escritor pernanbucano Gilberto Freyre defendía insistentemente en sus escritos el valor positivo del mestizaje.

(11) Naím, Moisés: América Latina: de la complacencia a la demencia. Diario El País 29 de enero 2004 M. (Naím es director de la revista Foreing Policy)

(12) Este valor alcanzó el 48,3% en 1990 y en tal sentido muestra un descenso, pero todavía representa más de tres puntos sobre la cifra de 1980 que suponía el 40,5%

(13) Pero en la actualidad podemos asistir también a un renovado interés hacia la propiedad de tierras para el desarrollo de grandes explotaciones por parte de sociedades que dedican miles de hectáreas a la cría extensiva de ganado

(14) R. Méndez y F. Molinero, citado más arriba. J. A. Ocampo (2001): Panorama de la Agricultura de América Latina y el Caribe 1999- 2000. UN- CEPAL

(15) Fuente INDEC Censo Argentina 2001

(16) Se calcula que el tamaño viable de las explotaciones debería alcanzar un mínimo de 12 o 14 Ha como regla general

(17) CEPAL (2005): Panorama de inserción internacional de América Latina y el Caribe, 2004. Tendencias 2005

(18) Solo estuvo ausente Fidel Castro

(19) En opinión de alguno de sus mentores el Padre Varela tenía en mente la creación, en la práctica, de una Comunidad de Naciones Iberoamericanas vinculadas entre sí y con España, no sólo por la historia pasada, sino y sobre todo por la lengua y la cultura, para el desarrollo integral de las mismas y fortalecer su unión (C. M. de Céspedes en su discurso de ingreso en la Academia Cubana de la Lengua el pasado 23 de septiembre)

(20) Integra a Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Los acuerdos suscritos en 1986 entre Argentina y Brasil con vistas al establecimiento de una zona de comercio preferencial, que precedieron los esfuerzos de liberalización unilateral de ambas economías, marcaron el origen de la integración. En 1991, con la adhesión de Paraguay y Uruguay, el acuerdo bilateral se convirtió en el Tratado de Asunción, en virtud del cual se creó el Mercosur.

(21) La integran Bolivia, Colombia,Ecuador, Perú y Venezuela. Tras un primer acuerdo suscrito en Cartagena en 1969 y posterior Protocolo de Quito, adquirió su diseño estratégico en Galápagos, en 1989

(22) La Comunidad del Caribe agrupa a 15 comunidades caribeñas a partir del Tratado de Chaguaramas suscrito en 1973

(23) El Mercado Común Centro Americano lo forman Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua. Se regía por el Tratado de Managua (1960) aunque en 1990 sufrió una amplia transformación.

(24) Sistema Económico Latinoamericano (SELA) (2005): La integración y sus instituciones en América Latina y el Caribe, SP/ Di nº 1-05, Caracas. Se puede consultar en www.sela.org

(25) A la cumbre de la Comunidad celebrada en julio de 2005 asisten también como observadores Chile, México y Panamá

(26) Se conocen como eje Mercosur, Capricornio, Interoceánico, Andino, Amazónico, Perú-Brasil-Bolivia y Escudo Guyanés

(27) CEPAL, 2005: Panorama de inserción... op. cit

(28) Existen otros procesos de integración en marcha. El más importante es el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) que de acuerdo con la tercera cumbre celebrada en Québec en 2001 debería haber estado plenamente en vigor en 2005; pero la Cumbre de Mar del Plata (noviembre 2005) ha terminado en fracaso por las reticencias y oposición de MERCOSUR y Venezuela. Se trata de una integración estrictamente económica por la vía de la liberación del comercio en todo el continente americano norte y sur.

(29) Los ejes priorizados son el eje Andino, el interoceánico central, MERCOSUR- Chile e Hidrovía (sistema multimodal sobre el eje fluvial Paraná Paraguay) (en www.iirsa. org)

(30) Y en la raíz de esa violencia como fenómeno social  y resultado de un determinado orden social está la injusticia y la pobreza, tal como recordaba el teólogo Rodolfo Cardenal en el último Congreso de la Asociación  de Teólogos Juan XXIII celebrado en Madrid (Referencia en “El País” de 11 de septiembre) 2005)

(31) Asia es otra de las áreas de creciente interés para América Latina. El mecanismo preferido ha sido la incorporación de países de la región al foro de la Cooperación económica en Asia y el Pacífico (APEC). Chile y México son miembros de la misma y Perú firmó su adhesión en 1998.