SEGUNDA PARTE
GEOGRAFÍA POLÍTICA
|
/550/
VI
HISTORIA
Difícil se hace precisar de una manera cierta y positiva desde cuando empezó
a aplicarse el nombre de Guipúzcoa al territorio que hoy conocemos con esa
denominación y cual era la extensión que en un principio abarcaba.
Dícese que allá en los primeros siglos de nuestra Era y en tiempos en que
Roma había extendido su imperio por casi todas las regiones del mundo.
Guipúzcoa estaba habitada por gentes de tres tribus o familias o pueblos
distintos: los vascones, los várdulos y los caristios. Recogiendo las opiniones
más autorizadas acerca del territorio ocupado en Guipúzcoa por cada uno de los tres pueblos indicados, podemos señalar los límites que corresponden
a cada
uno de ellos, consignando que la Vasconia, o sea la parte habitada por los
vascones, comprendía la raya de Francia hasta San Sebastián; la Vardulia, desde
San Sebastián hasta el río Deva, y la porción de los caristios, desde este río hasta el límite de Vizcaya.
Se ha visto una supervivencia de esta división antiquísima en la división
eclesiástica del mismo territorio, que perteneció a las diócesis: de Bayona la parte
asignada a Vasconia, de Pamplona la de Vardulia, y de Calahorra la de
los caristios; y hasta se ha hecho notar la visible concordancia de esta
división eclesiástica con la división lingüística, pues se da el caso de que los
pueblos que dependieron del obispado de Bayona hablan el dialecto alto-navarro
septentrional; los que estuvieron adscritos al obispado de Pamplona el dialecto guipuzcoano, y los que formaron parte del obispado de Calahorra
el dialecto vizcaíno. Quede consignada esta observación por lo que pudiera conducir
a la
aclaración del probiema.
Pero sea cual fuere el valor que en definitiva haya de concederse a estas hipótesis, no hay
memoria ni rastro ninguno de que en épocas tan apartadas
de nosotros, este territorio llevase el nombre de Guipúzcoa ni otro que pueda considerarse como homónimo
o equivalente. La forma en que primeramente aparece
escrito este nombre es Ipúzcoa; así en el famoso privilegio de los
/551/ votos de San Millán, atribuido al Conde de Castilla Fernán González; así en
una escritura del rey Don Sancho el Mayor de Navarra sobre la demarcación del
obispado de Pamplona, expedida en 1027; así en la donación hecha por el rey de
Navarra Don Sancho el de Peñalén al monasterio de Leire en 25 de Junio de
1066. En otras escrituras y en la Crónica general de España, que se
compuso bajo los auspicios de Alfonso el Sabio, la denominación que ostenta no
es lpúzcoa, sino Lipúzcoa; pero cabe fácilmente que sea error de
oído al escuchar el nombre o error de copia al transcribirlo. Más adelante se
generalizó ya el de Guipúzcoa con
que viene siendo conocida esta agreste y reducida porción del país vasco.
Cual fuese su organización social y política en la primera parte de la
Edad Media no se sabe a ciencia cierta. Lo que sí puede asegurarse, con el testimonio de
la historia, es que gozó de independencia, y que sin perderla se agregó en
determinadas circunstancias y mediante ciertas condiciones a Navarra. Así
aparece Sancho el Sabio concediendo fuero de población a San Sebastián.
Hubieron de surgir desavenencias entre guipuzcoanos y navarros, nacidas
quizás de las mutuas prendarias de ganados y de otras depredaciones que se
hacían los que vivían en las fronteras de uno y otro pueblo, y acerca de las
cuales tan interesantes datos exhuma don Arturo Campión en su Gacetilla de
la Historia de Navarra y Guipúzcoa en el año de 1200, y reinando en Castilla Alfonso VIII
se unió voluntariamente a este reino, pero a condición de que había de
respetársele sus fueros y libertades y las leyes que a sí propio se había dado,
engendradas por la experiencia y cristalizadas en forma de costumbre. Mucho
tiempo se tardó todavía en consignarlas y ordenarlas por escrito.

Vidriera del Palacio de la
Diputación de Guipúzcoa, con la
jura de los fueros por Alfonso VIII |
No hay duda que a este convenio precedió un pacto, pues no iba a entregarse la Provincia incondicionalmente al
Monarca castellano, no habiéndose
verificado dicha incorporación por derecho de conquista, sino voluntariamente,
como se podría comprobar con muchas citas de documentos expedidos por
diferentes reyes, en las que prevalece siempre la condición expresada. Lo que
no se sabe es si ese pacto fue verbal o escrito. Cuantas diligencias se han
practicado por la Provincia en todos tiempos para el descubrimiento de un
documento tan importante y que puede considerarse como la base de su existencia
política, han sido de todo punto ineficaces. En el año 1655 se /552/ llegó a ofrecer un premio de 4.000 ducados al que lo presentase, y se practicaron serias investigaciones en el archivo de Simancas y en la iglesia
cátedra
de Santo Domingo de la Calzada, infructuosamente. Unos años después, o sea en 1664, se presentó en las Juntas de Cestona por don Antonio Lupián de
Zapata, cronista de S, M., un titulado documento de agregación de Guipúzcoa a Castilla, que aquel Congreso lo rechazó por no revestir suficientes garantías de
legitimidad, de cuya opinión han sido también los escritores que se han ocupado
después del tal papel, hallándose contestes todos en que era apócrifo.
Desechada de esta manera la autenticidad de la titulada escritura de
agregación y no habiendo noticia de la existencia de ninguna otra, es de presumir que el
convenio de anexión celebrado entre Guipúzcoa y
Castilla fuese verbal, y que en él se estipulase que a la Provincia se guardarían los fueros,
usos, costumbres y exenciones, en cuya posesión se hallaba por entonces, según
se ha venido cumpliendo desde los tiempos más lejanos.
Hay que tener presente que Don Alfonso VIII tenía a la sazón gran interés en
poseer a Guipúzcoa a causa de los derechos que tenía al Ducado de Gascuña, por
cesión que hizo
a Doña Leonor, su mujer, Don Enrique II de Inglaterra. Con la ocupación de esta
Provincia se ponía en contacto con aquel Ducado, y podía penetrar en él y
conquistarlo, mientras que de otro modo se le dificultaba extraordinariamente
el paso por este territorio. Nada tenia por consiguiente de extraño, aparte de
otras muchas consideraciones que omitimos por brevedad, que el Monarca
castellano hiciera toda clase de concesiones a Guipúzcoa en el acto de su
anexión por tenerle propicia y favorable.
Esta unión voluntaria de Guipúzcoa a Castilla trajo como consecuencia el que
se exacerbasen los ánimos y las luchas entre guipuzcoanos y navarros. Sobre la
voz de la raza que llamaba a la unidad se levantaban los clamores
particularistas que pedían guerra, aunque esta guerra fuese fratricida. Las
peleas entre unos y otros fueron continuas y duraron largos años y aún siglos:
la sorpresa de Beotibar y la quema de Berastegui en el siglo XIV fueron
episodios de esta lucha, más resonantes que otros muchos, pero no más significativos.
Pero el ardor belicoso de los guipuzcoanos no sólo se manifestaba al exterior de las contiendas que sostenía en la frontera de
Navarra. También el mar era teatro de sus hazañas y campo abierto a su heroísmo. A todas las
costas del mundo conocido llegaron las naves tripuladas por hijos de nuestra
costa, ya en persecución de las ballenas, ya conduciendo productos de unas
tierras a otras. Así llegaron al Norte, y desde el siglo XIV tuvieron los vascos
factorías en La Rochela y eh Brujas y lucharon con el poder marítimo de los
ingleses, a cuyos barcos disputaron el dominio de los mares que se extienden
entre las Islas Británicas y el Continente europeo. Así atravesaron el Mediterráneo, recorrieron el litoral de Grecia y no pararon hasta los últimos
/553/ senos del mar Negro y hasta el propio mar de Azof, en donde había en
el año 1391 una colonia de mercaderes vascos que ge dedicaba al comercio de
Oriente.
Esta participación suya, tan activa e influyente, en la vida marítima, unida
a la proximidad de los dominios del Rey de Inglaterra, que por aquella época
abarcaban toda la Guinea y alcanzaban hasta Bayona, les trajo no pocas
discordias y cuestiones con los súbditos de aquellos monarcas.
En la Sección Histórica de los Archivos Nacionales de París se conservan
documentos que prueban los auxilios que Felipe, rey de Francia, recibió de los
pueblos de la costa cantábrica, contra el Rey de Inglaterra y el Conde de
Flandes, entre cuyos papeles se hallan los. poderes otorgados en Abril del año 1297 por los Concejos de San Sebastián y de Fuenterrabía a sus procuradores -extendidos en pergamino con los sellos de plomo pendientes, los cuales,
por su mucha antigüedad, los reproducimos-'para que concertasen en la Junta de
Castro Ordiales las ordenanzas o pactos que el citado Monarca francés
proponía.

Sello del Concejo de San Sebastián (año 1297)
Unas veces se resolvieron esas discordias por la fuerza de las armas, como
eD Winchelsea, en que fueron derrotados los guipuzcoanos; otras veces por
tratados de paz y amistad, de que hay testimonios solemnes y cumplidos en la
colección Rymer, discretamente utilizada por don Pablo de Gorosábel en su
laureada Memoria sobre las guerras y tratados de Guipúzcoa con Inglaterra en el siglo XIV.
El primer tratado de treguas de que tenemos noticia se 'celebró en Londres
el I,O de Agosto de I 35 I, entre los representantes de Castro Urdiales, Bermeo
y Guetaria por un lado, y Roberto de lberle, Andrés Osford y Enrique Pycard en
nombre del rey Don Eduardo III de Inglaterra, por el cual se establecía /554/ una tregua de veinte años por mar y por tierra entre todos los súbditos ingleses, menos los de Bayona y Bearriz,
que la hicieron en particular por cuatro años, y los del Rey de Castilla y
Condado de Vizcaya. Esta concordia
fue celebrada por los pueblos de la marina de Guipúzcoa y por los otros sin
previa real licencia, por cuya razón ]a solicitaron en las Cortes celebradas
el mismo año por el rey Don Pedro en Valladolid. La petición sexta y la
respuesta de S. M. fueron en esta manera: « A la que me pidieron por merced en
razón de la tregua que fue puesta por el Rey de Inglaterra e los de las marismas
de Castilla, de Guipúzcoa e de las villas de Vizcaya que me pluguiese ende: a
esto respondo que me place e que la tengo por bien».
A este tratado de treguas siguió otro de paz perpetua, amistad y benevolencia, el cual se celebró en la iglesia de Santa María de Fuenterrabía el
martes 29 de Octubre de 1353. Concurrieron a este acto los representantes de
Bayona y Bearriz de una parte, los de Castro Urdiales, San Sebastián,
Fuenterrabía, Guetaria, Motrico y Laredo de la otra.

Sello del Concejo de Fuenterrabía
(año 1297)
Aunque no consta que se hubiere celebrado tratado alguno entre Guipúzcoa e
Inglaterra durante el reinado de Don Enrique IV de Castilla, por la R. C.
expedida por el Monarca de aquella nación en Westmister a 19 de Diciembre de
1474, se 'viene en conocimiento de que le hubo y de que estuvo en observancia
en todo el reinado de este monarca. Por la citada R. C. manda el Rey de
Inglaterra que se indemnizasen los daños causados a los marineros y mercaderes
guipuzcoanos por los súbditos ingleses, contraviniendo a la paz y amistad
asentadas. Los perjuicios causados hasta el año 1472 se fijaron en 5.000 coronas
de a 3 sueldos y 4 dineros de la moneda inglesa cada una. Apreciáronse en otras
6.000 coronas los causados desde entonces hasta el 28 de Mayo de 1474.
Otro tratado se llevó a cabo en Londres el 9 de Marzo de 1482, entre los
representantes de la provincia de Guipúzcoa, que llevaban la autorización de
/555/ la Junta de Usarraga y la de los Reyes Católicos, y los apoderados del Rey
de Inglaterra, pactando amistad y buena inteligencia por tiempo de diez años.
Si todavía quedase alguna duda acerca de la unión voluntaria de Guipúzcoa a Castilla, estos tratados constituyen la prueba más decisiva de que la unión realizada en los días de Alfonso VIII
fue voluntaria y ajustada a determinados pactos y condiciones. De no ser así, de haber sido Guipúzcoa
conquistada por la fuerza, no se la había de autorizar dos siglos y medio más
tarde a concertar por sí tratados como el que antes queda recordado.
En un resumen sintético y sumarísimo como éste no se pueden citar por menor
los hechos más salientes de cada época, porque ello exigiría largas páginas y la
descripción geográfica tomaría color y aspecto de investigación histórica. Pero
no se puede omitir que, desde el siglo XIII, comienzan a constituirse en
Guipúzcoa centros de población y aumentarse el número de villas, cuya fundación
es estimulada por los reyes y favorecida con privilegios y ventajas que moviesen
a las gentes a ir a morar en ellas. Cuando y como se fundó cada una de estas
villas, no hay porque decirlo aquí, puesto que lo hemos de consignar en la
descripción de cada una de ellas.
Sólo apuntaremos la sumisión voluntaria realizada por algunos lugares de la
Provincia, agregándose a diferentes villas en virtud de escrituras de concordia
en que se estipulaban las condiciones en que se hacia la unión. A pesar de esta
anexión, conservaron los lugares su demarcación territorial, la propiedad y goce
de los montes, sus concejos y administración económica particular. Adquirieron
además los fueros, franquicias, exenciones y demás derechos políticos que
gozaban las villas a que se agregaban y cuyos vecinos llegaban a ser. Aseguraron
al mismo tiempo la protección y defensa de las villas, que en aquellos anárquicos
tiempos eran bienes muy apreciables. A su vez las villas aumentaban con esta
anexión en honor y reputación, y crecía su representación en las Juntas de la
Provincia. Los lugares que en la forma expresada se agregaron a la villa de
Tolosa, entre los años de 1374 y 1392, fueron los de Abalcisqueta, Aduna,
Albiztur, Alegría, Alquiza, Arzo, Amasa, Amezqueta, Anoeta, Asteasu,
Baliarrain, Belaunza, Berastegui, Berrobi, Cizurquil, Elduayen, Gaztelu,
Hernialde, Ibarra, Icazteguieta, Irura, Leaburu, Lizarza, Oreja y Orendain.
La Universidad de Andoain hizo igual sumisión a la misma villa de Tolosa el año
1475.
A la villa de Segura se unieron los lugares de Astigarreta, Cegama, Cerain,
Gaviria, Gudugarreta, Idiazabal, Legazpia, Mutiloa y Ormaiztegui, en virtud de
concordias celebradas el año de I 384.
A la villa de Villafranca se agregaron los lugares de Alzaga, Arama, Ataun;
Beasain, Gainza, Isasondo, Legorreta y Zaldivia, por escritura de 8 de Abril de
1399.
A consecuencia de la fundación de la villa de Villa-Real de Urrechua, se
agregaron a la vecindad de la misma las colaciones de Zumarraga y Ezquioga,
/556/ por escritura de 11 de Diciembre de 1383 la primera y por la de 29 de Octubre
de 1385 la segunda. Más tarde, por R. P. de 15 de Julio de 1405, quedaron los
tres pueblos sometidos a la jurisdicción de Segura.
Todas estas concordias celebradas entre los lugares y las villas tuvieron que
ser confirmadas por los reyes de Castilla para que tuvieran validez.
En la creación y fomento de las villas intervinieron varias causas: ya la
necesidad de constituir centros de población a lo largo de la frontera de
Navarra; ya la de levantar, con la constitución de municipios de alguna importancia:, un poder robusto y nacido del mismo
país que tuviese
a raya las
demasías de los banderizos que, divididos en las parcialidades oñacina y
gamboina, pretendían asolarle. Lo que se derramó de sangre guipuzcoana en estas
desdichadas contiendas es incalculable. y a pesar de la resistencia con que en
algunos pueblos tropezaban, fue tan grande la osadía de los cabezas de
bandos, que los señores de las principales casas fuertes lanzaron un cartel de
desafío contra las villas, y don Beltrán de Guevara, señor de Oñate, quemó
la villa de Mondragón en el año de 1448. El mal iba siendo tan grave y tan hondo,
que fue menester adoptar radicales y enérgicos remedios. Ya para entonces
llevaban más de medio siglo de existencia legal las ordenanzas de la Hermandad
Guipuzcoana, acordadas en la célebre Junta general que se verificó el 6 de Julio
de 1397 en la iglesia de San Salvador de Guetaria, bajo la presidencia del
famoso corregidor doctor Gonzalo Moro. Pero no bastaba que se dictasen unas
ordenanzas severísimas, ajustadas en su draconiano rigor a la importancia de los males
a que se trataba de poner remedio. Era menester cumplirlas, cosa que no
era tan fácil cuando la prepotencia de los banderizos podía permitirse el lujo
de desafiar a los mismos encargados de velar por su ejecución. Se hacía preciso
disponer de una fuerza superior a la de los jefes de las parcialidades y anular
la influencia de éstos, que se desenvolvía en un sentido malsano y
perturbador. A satisfacer este deseo vino Enrique IV, que, en 1457, extrañó a frontera de moros
a los caudillos principales y mandó que se allanasen las
casas fuertes de Olaso, en Elgoibar; de Lazcano, en el Concejo de su nombre; de
Leyzaur, en Andoain; de San Millán, en Cizurquil; de Murguía, en Astigarraga; de
Gaviria y de Ozaeta, en Vergara; de Zaldivia, en Tolosa; de Astigarribia, en
Guetaria; de Zarauz, en Zarauz; de Berastegui, en Berastegui; de Alcega, en
Hernani; de Achega, en Usurbil, y algunas más. Esta medida fue salvadora, pues
si bien todavía retoñaron o pretendieron retoñar las antiguas turbulencias,
fueron sofocadas sin grande esfuerzo y se restableció la tranquilidad.
Cualesquiera que sean las manchas que, por sus desventuras o sus defectos,
obscurecen los anales del reinado de Don Enrique IV, no puede negarse que su
actuación en Guipúzcoa fue beneficiosa y favorable en alto grado.
Reconociéndolo así la Provincia, adoptó, en tiempo de este Monarca, el escudo
que ostenta como primera figura el Rey sentado en el trono con la espada
/557/ levantada en la mano derecha, que es de creer no aludiera directa y personalmente
a monarca alguno, sino a la potestad suprema encargada de regir y hacer cumplir
el fuero; pero de existir referencia individual, ésta correspondería
con plena justicia al propio Don Enrique. En el cuartel inferior, sobre ondas
del mar, colocáronse tres árboles, emblema a la vez de los tres partidos en que
se hallaba dividida la Provincia y de las Juntas generales que por tanda habían de celebrarse en ellos. Así se mantuvo hasta 1513, en
que la adición del cuartel con los doce cañones, concedidos por la reina Doña
Juana a consecuencia de la victoria obtenida por los guipuzcoanos en Diciembre
de 1512 en Belate (Navarra), vino a perturbar la unidad del símbolo, relegando
a un lado al Monarca de Castilla que antes abarcaba bajo su manto el
espacio todo de los tres árboles.

Escudo de Guipúzcoa |
También fue Don Enrique el que implantó la costumbre de incluir en los encabezamientos de los documentos reales el título de Rey de Guipúzcoa, juntamente con el de
Castilla, de León, etc. , dictado que siguió observándose en su reinado y en el siguiente de los Reyes Católicos, como se comprueba con
muchos documentos que existen en el Archivo provincial de Tolosa (248).
Al restablecimiento de la paz contribuyó también otro acontecimiento de
magnitud extraordinaria, que tuvo una influencia profundísima, no sabemos si todavía suficientemente estudiada
en la vida de Guipúzcoa: el descubrimiento de América. La fuerza que antes se desfogaba luchando contra el
hermano, se desfogó luchando con los elementos, atravesando mares inmensos
/558/ en barcos de escaso tonelaje y de muy débil resistencia, y penetrando en
selvas inmensas e inexploradas. Con las riquezas de América se transformó la vida
material en Guipúzcoa, y hasta el régimen de alimentación y el sistema de
cultivo. De América se trajo el maíz, y con eso está dicho todo par quienes
saben la importancia capital que el maíz tiene en la agricultura guipuzcoana
y en la nutrición de nuestros campesinos.
Transformóse también por otros motivos la vida social en Guipúzcoa pues
anexionado el Reino de Navarra a su Corona por los reyes de Castilla Aragón y
extinguidas las guerras de bandos, ya no fue necesaria como ante la constitución
de municipios robustos y de grandes núcleos de población y se dio la aparente
anomalía de que, cuando en todas partes imperaba el Renacimiento favorable a la
centralización, aquí se acentuasen y cobrasen vigor las tendencias
descentralizadoras, un tanto amortecidas durante la Edad Media, en que aquéllas
se sacrificaban ante la necesidad de unirse y agruparse para poder vivir con
relativa tranquilidad y calma.
En su consecuencia algunos de los lugares anexionados a las villas se fueron
segregando en distintas épocas, a pesar de la fuerte oposición que hacían
las villas, y el núcleo de ellos se separó en virtud de la R. C. de 4 de Febrero de 1615.
Entonces empezaron también nuestros mayores a intervenir con
mucho mayor empuje y decisión en la vida de la monarquía española, y aún de la
misma Iglesia española. Lo decimos, porque desde el siglo XVI comienzan a figurar en gran número los guipuzcoanos en los consejos y en las secretarías de los reyes, y
a ocupar las sillas episcopales establecidas en las diversas regiones de la
Península Ibérica. Si el carácter de esta exposición compendiosa y sintética no
nos lo impidiera, demostraríamos nuestro aserto con la evocación de los nombres de obispos y de secretarios guipuzcoanos, que más de
una vez han llamado nuestra atención. Podríamos citar, entre las eminencias
eclesiásticas, a don Francisco de Avila y Muxica, cardenal de Roma,
descendiente del pequeño lugar de Gudugarreta. Don Juan Isasi é Idiáquez,
natural de Eibar, que murió electo cardenal de Roma. Don Cristóbal de Roxas y
Sandoval, que nació en Fuenterrabía en 1502 y fue arzobispo de Sevilla en 1571. Fray Juan de Espila, arzobispo de Matera, en Nápoles, natural de Vidania. El
maestro don Andrés de Ayardi, arzobispo de Brindez, en Nápoles, natural de
Vergara. Fray Andrés de Ubilla, obispo de Chiapa, en la Nueva España, natural
de Eibar. Domingo Idiáquez, arzobispo de Brindez, natural de Azcoitia. Fray Juan
de Alzolaras, patriarca y obispo de Canarias en 1564. Diego de Alzega, obispo de
Córdoba en 1561, natural de Urrestilla. Don Sebastián de Lartaun, obispo de
Cuzco, en el Perú, natural de Oyarzun. Don Juan de Zuazola, obispo de Astorga en
1589, natural de Azcoitia. Fray Juan Esteban de Urbieta, obispo de Telesi, en
Italia, que murió en Madrid en 1595, natural de Hernani. Fray Francisco de Tolosa, obispo de Tuy en 1601, natural de Larraul. Fray Martín
Ignacio de Loyola y Mallea, obispo de Paraguay , natural de Azpeitia o Eibar. Fray Esteban de Alzua, obispo en Cuba, natural de Eibar. Juan, Bautista de
Aramburu, obispo de Ceuta, natural de Tolosa. Fray Domingo de Alzola. obispo de Guadalajara, en la Nueva España, natural de Alzola...

Altos relieves que se conservan en el Archivo provincial de Tolosa.
Los tres
primeros representan las batallas entre Cántabros y Romanos,
y el cuarto la de Belate
Don Pedro de Lizaola, obispo de Tripol, natural de Motrico. pon Antonio de ldiáquez, obispo
de Segovia en 1613, natural de Tolosa. Don Martín de Zurbano, obispo de Tuy en
1516, natural de Azpeitia. Don Fernando de Uranga, /560/ obispo de Cuba, natural de Azpeitia. Don lñigo de Brizuela, obispo de Segovia, natural de
Tolosa. Don .Pedro Apaolaza, obispo de Barbastro, natural de
Segura.
En el número de los secretarios de Estado podemos incluir a don Alonso de:
Idiáquez, secretario del emperador Carlos V en 1546, natural de Tolosa. Su hijo
don Juan de Idiáquez. Don Pedro Zuazola, secretario del mismo Emperador, natural
de Azcoitia. Pedro de Olaso, de Deva. Juan de Galarza, secretario del mismo
Emperador, natural de Anzuola. Don Esteban y don Juan de Ibarra, de Eibar. Don
Francisco de Idiáquez, de Tolosa. Don Martín y don Domingo de Idiáquez, de
Azcoitia. Don Gabriel de Hoa, de Oro, secretario del Consejo de Indias. Don
juan de Amezqueta, secretario del Rey, de Villafranca. Don Juan de Mancicidor,
de Oiquina. Don Cristóbal de Ipeñarrieta, de Villa-Real. Don Martín de
Arostegui, secretario del Rey en 1615, de Vergara, Don Antonio de Arostegui,
hermano de Martín. Don Juan de Basarte, de Elgoibar. Don Lorenzo de Aguirre,
secretario del Consejo de Italia, natural de Azpeitia. Don Miguel de
lpeñarrieta, secretario del Consejo de Hacienda, de Villa-Real. Don Martín de
Gaztelu, secretario de órdenes de Calatrava y Alcántara el año 1570, natural de
Tolosa. Don Juan de Insausti, secretario de las consultas del Rey, natural de
Azcoitia. Don Juan Pérez de Elizalde, secretario de la Gobernación del Estado de
Milán, de Tolosa. Don Fermín López de Mendizorrotz, secretario del Estado de
Milán, de Tolosa. Don Miguel de Ibarra, secretario y contador en Milán, de
Tolosa. Don Mateo de Urquina, secretario del Rey y de los archiduques Alberto e
Isabel, de Vergara. Don Diego de Irurraga, secretario de la Embajada de Francia,
de Azcoitia. Don Juan de Unza; secretario del Rey, de Usurbil. Don Juan de
Galdós, de Villa-Real.
En 1525 resultaba que de doce secretarios del Consejo de Estado que había
habido hasta aquella fecha, cinco eran de Guipúzcoa: don Alonso, don Juan, don
Francisco y don Martín de ldiáquez y don Antonio de Arostegui, que no es
pequeña honra.
También en el siglo XVI se vio que aún no había extinguido en pechos
guipuzcoanos, sordos a los clamores de la raza, el rencor que antiguas desavenencias
habían encendido contra los navarros, Así tomaron nuestros mayores
parte muy activa en la batalla de Belate en 1512, en que cogieron a los
navarros los doce cañones que la reina Doña Juana mandó incorporar desde
entonces al escudo de Guipúzcoa y en la de Noain en 1521, no obstante tener que
defenderse al propio tiempo contra los franceses que se habían apoderado de
Fuenterrabía, vanamente atacada por ellos en 1476, y cuya recuperación costó
años y muchas escaramuzas y combates en los días del emperador Carlos V, que
concedía singular importancia a la posesión de aquella plaza. Por fin fueron
desalojados de ella los franceses, que ya en 30 de Junio de 1522 habían sido
vencidos en la batalla de Aldabe o San Marcial, sobre Irún, /561/ lugar predestinado
a la celebridad en los fastos militares, puesto que,
andando los siglos y en el año de 1813, había de reñirse en él uno de los
últimos combates de la guerra de la Independencia española.
Grandes fueron los servicios que los guipuzcoanos prestaron a la monarquía
española en los siglos XVI y XVII, ya en las tierras descubiertas por el genio
de Colón allende los mares, ya en las continuas guerras que la casa de Austria
sostenía contra los franceses. Como uno de los hechos más salientes de estas
guerras, quizás el más saliente de todos, hay que citar la heroica defensa de Fuenterrabia en 1638.
El día 1º de Julio de este año, el ejército francés, mandado por el príncipe de Condé, bajaba animoso las montañas de Hendaya con las banderas
desplegadas y gran aparato militar, llenándo el espacio con los ecos guerreros
de cajas y pífanos para atravesar el Bidasoa y poner cerco a la plaza de Fuenterrabía. No esperaba España tan atrevida embestida y despertó alarmada al
estampido de los cañonazos disparados contra los muros de Fuenterrabía, que no
contaba en su recinto más que la mitad de la guarnición que le correspondía y muy escasos medios de defensa. Lo más selecto del ejército
francés, bien pertrechado de artillería y otros efectos de guerra, acometió con
furia contra los muros y baluartes de Fuenterrabía, que, medio derruidos a
balazos, resistían sin embargo a impulsos del heroico comportamiento de la
guarnición y de los bravos vecinos, secundados por compañías de otros pueblos
de la Provincia, que penetraron, en la plaza dispuestos a defender con la vida
este pedazo de su tierra. El día 7 de Septiembre del mismo año de 1638, el
ejército español, mandado por el almirante Enriquez y el Marqués de Vélez, hizo su aparición en la cima del monte Jaizkibel, que cual
cetáceo inmenso arrojado por el bravo Cantábrico a la orilla, se interpone por el
lado O., entre el mar y la plaza de Fuenterrabía. Las tropas francesas tomaron posiciones para cortarle el paso, y desde la muralla los sitiados contemplaban
los movimientos de ambos ejércitos con el ansia que es de suponer. Rompiose el
fuego en el alto del monte y comenzaron a avanzar nuestros soldados, que fueron
pronto detenidos por las tropas sitiadoras en el llano de Guadalupe. Reforzada
la vanguardia con gente de refresco, que a pasos doblados acudía en su auxilio,
ansiosa de pelear, animóse la lucha, que estuvo indecisa en algún tiempo;
Impaciente el jefe español con tanta resistencia, picó espuelas al caballo y fue
a ponerse al frente de las primaras filas, mandando avanzar a los nuestros, que,
levantando una alegre vocería, acometieron con ímpetu extraordinario, saltando
por encima de todos los obstáculos puestos a su paso, y bajaron por la pendiente
arrollándolo todo, como peñascos desprendidos desde lo alto de la montaña,
haciendo correr delante a los franceses, completamente sobrecogidos y
desmayados, hasta meterles en el río Bidasoa, que sesenta y nueve días antes
atravesaban llenos de esperanza y ardor. En poco tiempo perecieron ahogados más
de 2.000 de ellos, ofreciendo un espectáculo /562/ horrible, además de
otros 1.500 que murieron en el monte y 2.000 prisioneros que cayeron en poder de los nuestros. En toda esta
empresa perdió el
francés 11,000 hombres de tropas escogidas. Al oscurecer entraban los
nuestros en Fuenterrabía, encaminándose a la parroquia, donde se cantó el
Te-Deum en acción de gracias, y el entusiasmo, los vivas, las
aclamaciones, los abrazos y las lágrimas, que de todo hubo, duraron toda la noche. El entusiasmo que la liberación de Fuenterrabía despertó en España y especialmente
en la Corte fue tan grande, que el pueblo penetró en las habitaciones del
palacio real a darle la enhorabuena al Monarca.
Plaza de la ciudad de Fuenterrabía y sus cercanías en el sitio de 1638.
Y entre los hechos llevados a cabo por los guipuzcoanos que surcaron los
mares en servicio de la Corona de Castilla, no pueden pasarse en silencio
/563/ los nombres de Elcano, que fue el primero que dio la vuelta al mundo; de
Domingo Martínez de Irala, que exploró las orillas del Panamá y las tierras
paraguayas y fundó la ciudad de la Asunción, y de Fray Andrés de Urdaneta y
Miguel López de Legazpi, a quienes se debió la colonización de Filipinas, aunque omitamos los de otros muchos que harían inacabable la enumeración.
El bienestar material fue extendiéndose en el país al amparo del dinero
venido del Nuevo Mundo. y el comercio con América sustituyó al antiguo comercio
con Flandes, que se extinguió por completo a principios del siglo XVII.
Para entonces se fomentaron las pesquerías de bacalao en los bancos de
Terranova, de donde los guipuzcoanos trajeron grandes cantidades de pesca, hasta
que, después del tratado de Utrecht, se les cerró aquel medio de vida. Entonces
lo suplieron con la fundación de una célebre Compañía de comercio: la de
Caracas, cuya influencia en el desenvolvimiento de Venezuela es unánimemente
reconocida por los historiadores.
Con estas empresas comerciales tan fecundas y plausibles tenían que alternar
otras guerreras, pues marinos vascos acudían a luchar con las flotas inglesas en
los días del Pacto de Familia, y soldados guipuzcoanos y vizcaínos detuvieron,
por espacio de no pocos meses, a las huestes de la Convención francesa, en las
orillas del Deva, en los años de 1794 a 1795 .
Terminada aquella guerra por la paz de Basilea, comenzó para Guipúzcoa una
época de agitación y de zozobra continua, en que empezó a ver amenazadas sus
instituciones seculares. A raíz de la terminación de aquella guerra, asestó sus
tiros el canónigo Llorente contra las libertades privativas y las tradiciones de
Guipúzcoa. El clamor que tales ataques comenzaron a levantar en el país quedó
apagado por los disturbios que trajo la guerra napoleónica, que estalló en
1808, y que produjo a Guipúzcoa pérdidas inmensas, entre ellas la destrucción de
San Sebastián en 1813. Muchos y muy valerosos fueron los soldados guipuzcoanos
que tomaron parte en aquella formidable lucha, en que hubieron de retirarse
a la postre maltrechas y derrotadas las tropas de Napoleón.
El hermano de éste, José Bonaparte, que no desmentía su origen francés ni la
sangre que llevaba en sus venas, sangre esencialmente unitaria y centralizadora, suprimió los fueros vascongados. Mas no porque se restableciera
Fernando VII en el trono de sus mayores vino para los guipuzcoanos una época de
quietud y satisfacción. Amenazadas constantemente sus libertades, dividido el
país en partidos políticos, la agitación arraigó en él y Guipúzcoa sufrió
primero los alborotos a que dio lugar el levantamiento constitucional de 1820 y
su supresión en 1823, viéndose más tarde desangrada por la guerra civil, que
estalló a la muerte de Fernando VII, entre los partidarios de su hija Doña
Isabel y de su hermano Don Carlos, y todavía en días más próximos a los nuestros
ha visto surgir de nuevo la lucha armada entre tos fieles a la /564/ rama de Don Carlos y los que seguían los
principios de la Revolución de Septiembre de 1868.
Terminó la primera guerra civil por el convenio de Vergara, en el cual se
prometió a los vascos el mantenimiento de sus fueros, que fueron confirmados
por la Ley de 25 de Octubre de 1839, con la salvedad de que había de respetarse
la unidad constitucional de la monarquía.
Esta cláusula, que se prestaba a diversas interpretaciones, según se evidenció en el curso de la discusión que precedió
a la Ley, dio motivo a cuestiones que duraron tanto como el reinado de Isabel II. En 1841, el general
Espartero suprimió las juntas y diputaciones forales, trasladó las aduanas del
Ebro a la frontera y de hecho abolió todo nuestro régimen. En 1844 se
restablecieron las juntas y diputaciones forales, pero todas las demás modificaciones introducidas por el Decreto de Octubre de 1841 quedaron subsistentes,
incluso la organización municipal que desde entonces se ajusta a las leyes
generales del Reino.
Durante el curso de la última guerra civil se proclamó la monarquía de Don
Alfonso XII, y una vez vencedoras sus armas, sin que precediese convenio;
ninguno a la terminación de la guerra, el Gobierno propuso a las Cortes, y éstas
aprobaron, la Ley de 21 de Julio de 1876, que suprimió las exenciones que se
habían respetado después de la de 25 de Octubre de 1839. Sólo quedó a las
diputaciones provinciales -pues las diputaciones forales se negaron a ejecutar
la antes recordada Ley de 21 de Julio de 1876- la autonomía económica y
administrativa, que se determina en los conciertos que las mismas diputaciones
han celebrado con el Gobierno para el pago de los diversos cupos de
contribución.
NOTAS
(248} Para más detalles referentes a este particular y al escudo de armas,
puede verse El Blasón de Guipúzcoa, del autor de estas líneas, editado
por la Excma. Diputación en 1915.
|